Día 25

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Correr después de un día de trabajo siempre me alivia. Esta semana he bajado todas las tardes al parque cercano a mi casa para hacer deporte. Cuando paso cerca del banco donde encontré a aquella mujer siempre espero encontrarla de nuevo. Espero que me mire y me sonría. Espero que me desee. Espero que me hable y me lleve a su casa. A su cama.

Lleva dos días sin aparecer por allí. Yo llevo dos días sin poder dormir. Cada mañana salgo de la cama y miro mi patética cara en el espejo. Cada vez se parece más a las caras que veo por la calle. Empiezo a ponerme nervioso. Esta mañana en el metro vi a un tipo asqueroso, repugnante, como casi todos. Sudaba por el calor del vagón. Casi podía escuchar su respiración. De repente me miré reflejado en el cristal de la ventana. Yo también estaba sudando. A mí también me asfixiaba ese calor insoportable. Me estoy convirtiendo en un despojo humano. Yo también.

Pienso en mi madre. Ella nunca hubiera permitido que esto pasara. Ella hubiera cuidado de mí. Y yo de ella. Maldita sea. Dios nos ha abandonado definitivamente. Soy la esperanza de la humanidad. Protector de la especie. El último adalid encargado de su continuidad. Y estoy fallando. Me estoy acabando poco a poco. Me convierto en uno de ellos. Siento la necesidad de reaccionar rápido. Lo haré. Pronto. Soy consciente de mi situación. Es algo pasajero, temporal, momentáneo. Incluso Dios nuestro Señor necesitó un día de descanso. Yo también lo merezco. Él hizo el mundo con errores. Yo corrijo sus errores.

Paseo por el parque. Hoy no quiero correr. Sólo quiero verla. Veo a la gente sonreír. Lo pasan bien. Joder, parece que sus putas vidas son perfectas sólo por bajar a ese trozo de ciudad no asfaltado y respirar aire contaminado con olor a césped. Maldigo sus vidas. Deseo sus muertes. Camino hacia el lugar donde espero encontrarla. Hoy sí está allí. La veo desde lejos. Tiene otro libro en la mano, distinto del de la última vez. Lleva unos pantalones negros, ajustados. Imagino su cuerpo. La imagino desnuda. La deseo. Ella me mira. Parece sorprendida. Me reconoce y sonríe. Hace un gesto con la cabeza. Es un gesto leve, casi imperceptible, pero suficiente. Me siento cerca de ella. Cierra el libro y me mira. Mantengo su mirada. Está leyendo un libro de Bukowski: Mujeres. Un gran libro, comento. Ella asiente. Marta, me dice. Me llamo Marta. Charlamos un rato de cosas sin importancia. Banalidades. Al cabo de un tiempo un niño de unos diez años aparece. Es el mismo chico del otro día. Marta me dice que se llama Alejandro. Nos saludamos. Jugamos un rato con un balón. Joder, me parezco a todos esos. Doy asco. Pero yo soy distinto.

Llego nuevamente a casa y dejo pasar las horas sin hacer nada, sentado en un sillón. Pienso en todo lo que me está ocurriendo. Suena el teléfono. Es tarde, casi las once de la noche. Es el inspector. Se disculpa por las horas de la llamada. Quedamos para charlar mañana. Cuelgo. Me visto. Recojo un cuchillo afilado de mi maletín. Lo guardo entre mi ropa. Hace una gran noche. Creo que daré un paseo, pienso mientras una sonrisa se dibuja en mi rostro.

Diario de un PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora