Maldito sea el día en el que perdí mí maldito teléfono.
Caminó desesperada por la vereda repleta de charcos y suciedad. Las luces iluminaban su rostro en algunos lugares, y en otras ni siquiera había un farol triste que pudiera ayudar a sus ojos a orientarse.
Sus ropas empapadas , sus zapatillas húmedas y su cabello como recién salido de la ducha hacían que su caminar sea lento debido al increíble peso que el agua en ella le sumaba.
No sabía dónde esconder su cara, dónde esconder su cuerpo, dónde refugiarse de la noche.
Tenía hambre y sueño. Tenía miedo y frío.
¿A quién se le ocurre huir de casa con este clima?
Justo hoy.
Bufó cansada y sus ojos se iluminaron de pronto, al ver una pequeña luz entre los locales cerrados de la cuadra.
Caminó más rápido y al llegar a la puerta sintió el olor a cafeína y panecillos.
Ingresó y la campanita de la puerta anunció su llegada.
Adentro el ambiente era acogedor.
Mesas, sillas, una chimenea, elementos antigüos.
Pocas personas, al parecer amantes de la lectura, ya que llevaban - la mayoría- un libro entre sus manos.
Intelectuales, solitarios, antisociales.Se sentía en casa.
El hombre del mostrador la miraba esperando a que hiciera su pedido.
Olivia , al verlo, le sonrió y pidió un café, a lo que él simplemente asintió.Emprendió, entonces, la búsqueda de algún teléfono con el que pudiera llamar a su madre. No veía ningún teléfono de línea en el local, tal vez tendría que seguir buscando uno afuera de él.
Sintió el olor a café con más intensidad. Pensó que tal vez este estaba listo y se dió vuelta.
El hombre barbudo y de mandil Rojo le extendió la taza caliente y ella le entregó su paga.
Bebió un sorbo y miró hacia afuera. La lluvia no había cesado aún.
El hombre le dió su vuelto y Olivia le preguntó si podía prestarle un teléfono para que pueda hacer una breve llamada, a lo que éste negó.
-Puedo prestarte el mío si quieres- una voz a sus espaldas hizo que pegara un pequeño salto.
Se dió vuelta nuevamente y vió que un joven le extendía un teléfono celular.
-Oh, gracias, te lo agradezco mucho - tomó el aparato con desconfianza y cuando se lo llevó al oído se olvidó de su otra mano.
Derramó su café en el amable joven.
Sus mejillas se pusieron rojas como un ají maduro.
Dejó el celular en el mostrador e intentó limpiar al muchacho con las mangas de su suéter, pero lo empeoró.
El suéter blanco ahora era más oscuro que el carbón de la chimenea del lugar.-Lo- Lo siento mucho. Lo siento, lo siento. Discúlpame por favor - siguió limpiando el pecho del castaño.
No tenía el valor para levantar la mirada pero finalmente, después de rendirse y admitir que ya no podía hacer nada para borrar la marcha de café, miró hacia arriba y se encontró con los ojos del joven.
Jamás había visto cosa más brillante y profunda que aquel par de esmeraldas que iluminaban el rostro del castaño de cabello alborotado.
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OLIVIA
Short StoryY al abrir los ojos su pequeño mundo ficticio se derrumbó... [Segunda Parte de "Dear Olivia"]