Josh es el mejor chef del mundo

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El sábado llegó. Desayuné, me cepillé los dientes, me peiné, me puse unos pantalones cortos negros con una camiseta azul que tenía el símbolo del Sinsajo, unas deportivas y me fui a dar un paseo.

Ya llevaba caminadas 5 calles cuando llegué a la que sabía que era la casa de Josh. Pasaba por delante de ella cuando se oyó una explosión en su chalet y , si no recuerdo mal, lo que había en el lugar del que provino la explosión era la cocina.

Me acerqué a su casa para ver qué había pasado y llamé a la puerta.

Josh abrió completamente cubierto de harina.

-¿Sí?- Preguntó tranquilo como usualmente estaba.

-¿Esa explosión venía de tu casa?

-Sí.

-¿Qué ha pasado?

-Estaba cocinando.- Encogió los hombros indiferente.

-¿Y qué has hecho para provocar una explosión?

-Creo que tiene algo que ver con la cuchara que metí en el microondas.- Apretó los labios.

-¡¿Has metido una cuchara en el microondas?!- Grité.

-No hace falta que grites tanto.- Sonrió burlándose de cuando yo se lo dije a él.

-Vale, me lo apunto.- Respondí sonriendo.

-Vale.- Aun sonreía.

-¿No sabes que no se pueden meter cucharas en el microondas?- Esta vez no grité.

-Creo que es obvio que, al menos ahora, sí que lo sé. ¿O no?- Rodó los ojos.

Incliné la cabeza al darme cuenta de que tenía razón.

-¿Algo más? Quiero ir a ducharme. La harina se está empezando a endurecer y cada vez duele más moverse.- Frunció el gesto.

-No, ya me voy. Adiós.

-Adiós.- Luego cerró la puerta.

Continúe mi camino y volví a comprobar que los cristales se estaban expandiendo cada vez más. Cuando terminé mi camino volví a casa. El resto del sábado pasó normal, me quedé leyendo hasta las tantas y me fui a dormir.

El domingo me bajé a la calle a dar otro paseo como el día anterior, pero cuando estuve abajo...

-¿¡Emma!?- Josh miraba hacia todos lados montando en bicicleta.- ¡Emma!

-¿¡Qué!?- Grité para que me escuchara.

Frenó la bici y miró en mi dirección. Caminó hacia mí con la bici sujeta a un lado suyo y cuando estuvo a mi lado tiró la bici sin ningún cuidado al suelo.

-¡Anda! ¡Si estás aquí!- Dijo mientras se agachaba y hacía no-sé-el-qué en mi pie. Cuando se levantó y por fin pude ver mi zapatilla vi que le había quitado el cordón. Cogió la bici otra vez y la llevó hasta un árbol muy finito donde la ató a él con mi cordón.

-Sé que cualquiera se la puede llevar, pero me da bastante igual. Si no la roban, cuando la recoja la venderé.

-¿Qué quieres?- No era por ser borde, pero sentía curiosidad.

-Nada, nada, pero vamos a dar una vuelta juntos.- Dijo volviendo de vuelta a mí.

-Vale.

-Bien. Sígueme.- Y se puso a caminar.

Por supuesto, yo comencé a seguirle.

Me llevaba en dirección a su casa, pero supe que no era allí cuando la pasamos de largo.

La Enfermedad de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora