Golfán blanco

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El invierno había llegado, y con ello cayó la primera nevada que fue más intensa de lo que pronosticaron en el meteorológico de un par de días antes. Sus pesadas botas se hundían en la nieve, casi diez centímetros. Fuera de sus hogares la gente limpiaba sus entradas con palas y espátulas, los autos eran limpiados con agua caliente y algunos tantos jugaban en la nieve suave.

Era la una con treinta y Reficul había salido de sus clases, ahora caminando en dirección del jardín de niños donde Mors asistía. Una media hora atrás Sin la había llamado, pidiendo su ayuda. Al tener la nieve tan alta Sin no podía salir a la calle, las ruedas de su silla se atascaban y tardaría horas en salir de ahí, además de que la adorable pareja de recién casados que vivía al lado no se encontraban para ayudarla a limpiar.

Reficul no se lo pensó dos veces antes de levantarse y salir de clase, dejando a su profesor con la palabra en la boca al verla desaparecer. Con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo negro y la mitad de su rostro escondido en su mullida bufanda caminaba por las calles para recoger a Mors de sus clases. Sin le había dado direcciones e instrucciones exactas.

Cuando llegó, encontró padres con sus niños. Todo un gentío y todos hablando con estruendo, deseó colocarse los auriculares y bloquear tan molesto ruido, pero en su lugar se acercó a una mujer de largos cabellos rosados, que al verla le sonrió amablemente; una bonita sonrisa, pero no tan hermosa como la de Sin.

—¿En qué puedo ayudarla? —.

—Vengo por Mors, su madre me ha enviado—.

La mujer asintió y le indicó que la siguiera, se adentraron a la pequeña y colorida construcción; dibujos de animales y papeles de colores pegados en las puertas. Cada puerta contaba con nombres de colores o frutas. Veía por las ventanas algunas maestras que limpiaban o estaban con padres de familia. Se detuvieron frente a la puerta que indicaba el color rojo.

Una vez abrió la puerta la maestra (Rosaliya, se presentó antes), y Reficul ingresó. Mesas y sillas pequeñas estaban esparcidas por todos lados, había baúles enormes a reventar de juguetes. Un escritorio y silla más sobrios estaban cerca de la entrada. En las paredes había dibujos hechos por los menores y colgados con cada nombre de ellos, no tardo en encontrar el de Mors.

—Mors, han llegado por ti—.

En una de las pequeñas mesas, Mors estaba sentado en compañía de otros dos niños; uno de cabellos negros y otro castaño. Ante el llamado, Mors se giró y arqueó las cejas al ver a Reficul ahí, el menor no indagó y se levantó, cerrando el cuaderno en el que dibujaba y entregándole los colores al niño de cabellos negros.

—Esa no es tu mamá—. Comentó el castaño, mirando con desinterés a Reficul. —¿Cambiaste de mamá? —.

Mors negó con la cabeza mientras guardaba sus pertenencias en su bolso. —Es mi amiga, también amiga de mi mamá—.

El castaño zumbó una respuesta, mientras que el otro dejaba caer su rostro en sus dos manos. Mors se colocaba el abrigo, aquel abrigo verde oscuro, seguido de sus guantes. Reficul sintió cierto alivio al ver que Mors tenía amigos de su edad para conversar y compartir su día a día, aunque ese par de niños tampoco parecían muy normales.

—Si es tu amiga, ¿por qué vino por ti? —.

Mors levantó los hombros con desinterés. —Mamá se lo habrá pedido—. Se colocó el gorro blanco en la cabeza y miró a sus amigos. —¿De nuevo se quedarán hasta tarde? —.

El castaño rodó los ojos y movió las manos con desinterés, el de cabellos azabaches chasqueó la lengua y se cruzó de brazos. Ante la respuesta Mors se despidió de ambos y salió con Reficul de la institución, una vez fuera, la albina comenzó el pequeño interrogatorio.

—¿Son tus amigos? —.

El menor asintió con la cabeza, sin dejar de ver al frente. —Adauchi y Glasses, siempre llegan tarde por ellos, a veces mamá y yo los llevamos a casa—.

Reficul asintió, cuando se detuvieron en un cruce de avenida se retiró la bufanda, sintiendo el helado aire golpear su cuello. Se inclinó y se la colocó a Mors, la bufanda tan grande que cubría casi por completo su rostro. Reficul carecía de guantes, pero aun así tomó la pequeña mano de Mors y siguió su camino a casa... a casa de Sin y Mors. 

NymphaeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora