Aguapé blanco

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La tercera vez fue casi una semana, sino más, después del segundo encuentro. El niño rebuscaba en los anaqueles de la tienda, a su lado una canasta demasiado grande para él y con productos de toda índole. Tan pronto lo divisó, apagó su música y se hincó a su lado, observando que buscaba entre los productos más olvidados de la tienda.

Entre frituras vencidas y bolsas abiertas medio consumidas, el niño extrajo una pequeña bolsa de dulces; de color café oscuro y con letras gariboleadas, se mostraba la envoltura de los dulces en la parte frontal. Ambos revisaron las pequeñas letras negras que indicaban la caducidad. Al comprobar que aún faltaba tiempo para eso, Reficul leyó que eran chocolates rellenos de jarabe de cereza.

—El cumpleaños de mamá es hoy—. Dijo el menor, retirando el polvo de la bolsa con la manga de su abrigo. —Le gusta el chocolate—.

Se levantó y dejó la bolsa en la canasta, tomó el mango de la misma y comenzó a arrastrarla por los pasillos de la tienda, al parecer aún no habían concluidos sus compras. Reficul tomaba los productos que necesitaba de los anaqueles y los dejaba en sus brazos, siguiendo al menor.

—¿Siempre haces las compras solo? —.

—A veces, sólo si son en la tienda. Mamá hace las compras importantes—.

—Entonces siempre vienes solo aquí—.

El niño asintió con la cabeza, dando la conversación por finalizada. Terminaron de escoger sus productos y fueron a la caja, Reficul dejó al pequeño pagar antes; siempre en contando y parecía muy bueno haciendo cuentas por sí mismo. Pagó ella y ambos salieron de la tienda, sin otorgarle opción al menor, tomó la bolsa de él y comenzó a seguir el camino de la última vez. El pequeño no rezongó ni una vez.

—Es peligroso que andes por tu cuenta a estas horas, que compres tanto tampoco ayuda—. Comentó. —Vives lejos también, tu madre debería saber eso—.

—A mamá no le gusta que haga las compras o salga tan tarde—. Confesó. —Pero quiero ayudar—.

Se detuvieron en la encrucijada, y Reficul le miró. Notando el bonito saco de color verde oscuro que usaba el niño, sus pantalones y zapatos negros perfectamente cuidados. Su cabello limpió y cuidadosamente peinado. El sol ocultándose y alargando sus sombras, en un par de semanas a esa misma hora el sol estaría oculto y las farolas iluminarían el camino.

—¿Mors? —.

El niño, que respondía al nombre de Mors levantó el rostro y miró detrás de Reficul, sus ojos agrandándose. La albina miró sobre su hombro y observó como una mujer en silla de ruedas se acercaba a ambos. Al encontrase con la mirada de Reficul se detuvo. 

NymphaeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora