Adarga de río

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El ambiente navideño estaba en el aire. El árbol adornado con vistosas esferas y luces de colores, listones y bastones de dulce. Bajo las hojas del árbol una serie de regalos que entre ellos tres organizaron, pero a la mañana siguiente habían más; Reficul había insistido en que ella haría de Santa Claus, Sin se reusó al principio, pero la terquedad de Reficul pudo más.

Sin se arrepintió de permitirle eso a la albina, cuando ésta llegó la noche anterior, mientras Mors dormía, con los brazos a reventar de diversos juguetes de todos los tamaños y clases. Sin suspiró derrotada al ver como los ojos de Reficul se iluminaban mientras envolvía los regalos; la albina no paraba de hablar de cuan feliz Mors sería al ver tanto obsequio.

Series y escarcha en las paredes, sobre las mesas pequeños adornos de renos y muñecos de nieve. El aroma a galletas recién hechas y ponche, en el horno el pavo se cocinaba y en la televisión una película navideña que Reficul había visto en miles de repeticiones durante todo el mes de diciembre.

Mors en la pequeña mesa, escribiendo su carta a Santa Claus, siempre con la costumbre de que, si la escribía la noche antes, Santa Claus vería su carta primero. Ninguna de las dos mujeres comprendía de donde salió eso, pero lo dejaban ser. Sus pequeñas cejas fruncidas y su lápiz moviéndose velozmente sobre el trozo de papel.

Reficul bebía de su ponche, observándolo, mientras que Sin comía galletas haciendo lo mismo. De rato en rato el niño les miraba, haciendo que ambas giraran la vista a la película y fingieran verla, tan pronto Mors volvía al papel, ellas giraban a verlo de nuevo. Después de un par de minutos Mors dobló la carta y le metió en un sobre, se levantó y con rapidez la dejó en las ramas del árbol.

Regresó de nuevo al sofá, donde estaba las otras dos. Tomó una galleta del plato y se sentó entre ellas, Sin sonrió y acarició su cabello, Reficul palmeó la espalda del menor y volvieron la atención a la película, ahora con toda atención en ella.

Después de la cena, donde Reficul no se cortó con los halagos hacia Sin, haciendo que la joven madre se ruborizara tanto que imitaba el muérdago con el cual Etihw adorno hasta la puerta de Sin. Muérdago que Reficul aún no lograba aprovechar, ya que el beso en la frente que le dio a Mors en la tarde no contaba; el niño no tenía ni idea de porque lo hizo.

La velada terminó, para sorpresa de ambas, a las doce con quince de la noche. Mors había resistido con persistencia el sueño, pero tan pronto su madre lo cargó en su regazo el sueño lo venció y se quedó dormido. Mientras Sin dejaba a Mors en su habitación, Reficul sacaba la bolsa a reventar de obsequios que escondió en el closet del pasillo.

Dejaba regalo tras regalo bajo el árbol, apilándolos de más grande al más pequeño; había envuelto en distintos papeles y se había cortado más de una ocasión cuando los envolvió, pero valdría la pena a la mañana siguiente. Mientras continuaba en su labor con meticuloso cuidado, Sin regresaba a la sala.

Sin sonrió ante la imagen y se acercó al árbol, tomando la carta de Mors, abriéndola y sacando la hoja, desdoblándola y sonriendo con cariño al ver la letra de su hijo; se enorgullecía de decir que, para un niño tan pequeño, Mors tenía una buena letra, con una que otra falta, claro. El comienzo de la carta con formalidad llamando a Santa Claus, Señor Santa Claus.

La mujer no evitó reír al ver la lista de los obsequios que deseaba y la explicación de porqué los merecía; Sin sabía de sobra los gustos de su hijo así que comprarle los obsequios fue pan comido, los de Reficul no estaban tan distantes de los gustos del niño, pero sabía que Mors se moriría de alegría al ver que los obsequios doblaban lo que él pidió.

Cuando llegó al final de la carta, la sangre subió a su rostro. Releyó una y otra vez las últimas palabras escritas en la infantil letra de Mors. Reficul, quien había ido a la cocina a dejar la bolsa vacía de plástico, observó a Sin que progresivamente se avergonzaba más. Curiosa se acercó despacio para ver que había escrito un niño de cinco años que causara la vergüenza en un adulto.

Y, si no es mucho pedir, quiero que mamá y la señorita Reficul estén juntas. No quiero que mamá este sola nunca más, y tampoco quiero que la señorita Reficul se vaya de casa jamás. Señor Santa Claus si esto es demasiado difícil no quiero ningún regalo, solo quiero que la señorita Reficul se quede con nosotros para siempre.

Escandalizada, Sin dobló el papel y lo introdujo al sobre, llevó las manos a las ruedas y se dio vuelta, golpeando a Reficul en el proceso. Sin le miró sorprendida e hizo la silla hacía atrás, golpeando las cajas de los obsequios y derribando unos tantos, haciendo un estruendo. Frustrada, la mujer se llevó las manos al rostro y soltó un gemido.

—¿Estás bien? —. Preguntó Reficul.

—Sí, sí, perfecto, está todo bien—. Respondió Sin, separando las manos del rostro y peinando su cabello, suspiró y sonrió, mirando de nuevo a Reficul. —Es tarde ya, ¿por qué no pasas la noche aquí? —.

—No deseo causar molestias—.

Sin negó con la cabeza y comenzó a moverse de nuevo, evitando tirar cosas en el proceso. Fue a la mesa de centro y con el control remoto apagó el televisor, dejando la sala en silencio, el árbol sin las luces brillantes de antes.

—Ninguna has causado, Reficul, no te preocupes—.

La albina asintió, y ambas cayeron en silencio. Un silencio incomodo ya que Sin desconocía que Reficul había leído los deseos de Mors. Ambas, por primera vez, evitando verse a los ojos, perdidas en sus pensamientos. Sin carraspeó, captando la atención de Reficul, la joven madre comenzó a jugar con su cabello.

—El sofá es incómodo... Espero no te moleste compartir cama conmigo...—.

—Para nada—.

Aquella noche estuvo llena de incomodidad y nerviosismo, además de cero sueño reparador. Pero cuando a la mañana siguiente,con la taza de café caliente y sus pensamientos hechos un acertijo, la enorme sonrisa de Mors fue más que suficiente para ambas. Pero no pasó desapercibida la mirada que Mors les dirigía a ambas; como si esperara algo. Y ante cada mirada del menor, ambas encontraban las paredes interesantes.   

NymphaeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora