Rosa de Venus

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Como llegaron a esa situación fue bastante complicado. Después de que anunciaran que las nevadas seguirían, Sin quedó tristemente atrapada en su propio hogar, teniendo que pedirle a Reficul que fuera por Mors el noventa y ocho por cierto de las veces, y pidiéndole a sus vecinos (Benditos fueran Kclab y Etihw) que limpiaran su entrada de la nieve.

Pero ante el reciente nacimiento de su hija, y siendo padres primerizos, ninguno de los otros dos se separaban de la hermosa niña que engendraron, y Sin los comprendía ya que ella misma fue así con Mors (y lo seguía siendo si era honesta). Con tan pocas nevadas y la poca nieve acumulada Sin pensó, ilusamente, que podría salir a dejar la basura en el bote designado para su recolección; era sábado, y todos los sábados a las doce recolectaban la basura.

Era sábado a las once y quince y Sin estaba atascada en la nieve. Subestimo a su más acérrimo enemigo, y sus ruedas quedaron atrapadas de una manera que ni ella misma podía explicar. La basura en su lugar, pero ella atascada en la fría bisa invernal. Suspiró cansada; Mors estaba dentro y su poca fuerza no sería de ayuda, sus vecinos desconocía si estaban despiertos y la calle vacía. Vaya momento para atascarse, pensó.

—¿Qué paso? —.

Sin se sobresaltó al oír la voz y giró a su izquierda, encontrándose a Reficul enfundada en su viejo, pero entrañable, abrigo negro. Sin sonrió avergonzada y miró las ruedas, haciendo que Reficul las mirara también. Unos minutos en silencio y Sin suspiró derrotada, porque era una mujer que sabe aceptar las derrotas.

—Me he atascado—. Dijo lo evidente.

Reficul meditó unos segundos, antes de tomar las agarraderas traseras de la silla, Sin agradeció con una sonrisa. Empujó una vez, seguido de otra y otra. La silla apenas moviéndose y Sin observando como su silla se hundía más y más en la blanca nieve. Reficul se detuvo y Sin suspiró resignada, debía verse en la vergonzosa situación de llamar a Kclab para que le ayudara.

Estaba a punto de pedirle a Reficul que tocará la puerta de la bonita casa pintada en blancos y negros, cuando la albina se acercó a ella. En completo silencio, Reficul tomó a Sin en brazos y la sacó de la silla, cargándola. Ante la sorpresa Sin se sostuvo de los hombros de Reficul, se giró a ver su pobre silla y el rubor subió a mi rostro.

—¡Reficul! —. Gritó, mirando a la nombrada.

Pero no recibió respuesta, la albina se giró, dejando atrás la silla y yendo a la puerta principal. Abrió la bonita puerta de una patada, haciendo un escándalo y Sin se sintió agradecida de que nadie se encontraba ahí para ver tan vergonzosa situación, o eso pensó hasta que encontró a Mors en el marco de su propia habitación. El niño mirándoles fijamente, tanto que Sin ocultó su rostro en el hombro de Reficul hasta que ésta la dejó en el sofá.

—Trae mantas, tu madre necesita calor—.

No lo tuvo que decir dos veces, Mors desapareció por el pasillo y al poco tiempo regresó con mantas de todos los tamaños y tantas como podía cargar, colocándolas con torpeza en el regazo y hombros de Sin. La joven madre sonrió con agradecimiento, dejando que el menor se acurrucara a su lado para otorgarle más calor.

Después de unos minutos Reficul regresó, en sus manos la silla de ruedas encogida y limpia de nieve. La extendió y la dejó cerca de la sala, permitiendo que los residuos de la nieve se derritieran y que el frío metal comenzara a templarse. Sin le agradeció, con las mejillas teñidas de rojo y el corazón a mil por hora, cosa que no mejoró cuando Reficul se acurrucó con ellos; Estoy helada, fue su excusa y abrazó a Sin por la cintura.


NymphaeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora