El agua representa las emociones

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Entonces es cuando me paro, siento la lluvia caerme. Soy una figura más y estoy dispuesta a calarme hasta los huesos por convertirme en literaria. Porque ahora soy metáfora, o, mejor dicho, agua.
Y es que tengo que reconocer que yo también me estoy perdiendo entre la gente, cual gota mientras cae intentando aferrarse al recuerdo de que una vez estuvo con los suyos, y solo entonces pudo llegar a lo más alto.
Y es ahí cuando pienso en el océano. El océano, ese lugar donde vas a tener la oportunidad de volver a tocar el cielo, o de hundirte, por tu voluntad o contra ella, con la esperanza de que el propio giro del mundo sabrá guiarte hacia donde debas estar en cada momento. Como la vida misma.
Pero, al parecer, nada -ni la esperanza ni la vida- superará esas inmensas ganas que tenemos a veces de rozar las nubes. Tantas, que nos dejamos guiar hasta por las de humo; que sí, que dan el pego, pero al rato te la pegas. Porque no es cualquiera quien te lleva a la cima.
Y al final nos llueve. Y llovemos, creando el nuevo comienzo de un continuo intento en vano -o no- de la vida por hacer que nos demos cuenta de una vez de lo bonito que puede llegar a ser el fondo del océano, siempre y cuando no te estés ahogando.  

Me llamoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora