Capítulo 2 - parte 3.

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Caminar por las calles, donde transcurría demasiadas personas, no es algo con lo que estaba familiarizada. Dakota del norte es bastante grande, sin mencionar Lakeville, yo me conformaba con tomar un café expreso en la cafetería de los Wally'S, un lugar cerca de las calles a las afueras de Lakeville, mi hogar. Estaba buscando una cafetería cómoda donde pudiera consumir algo que me llenara el estómago, mi organismo exigía una merienda desesperadamente, era uno de esos casos que tu apetito te obligaba a digerir cualquier solido que tengas a la mano. No tenía intenciones de regresar a mi casa, no quería encontrar a Ezra, refunfuñando con su típico ceño fruncido y sus sermones de la vida, alguien como él no podía comprender la situación que vivía a diario.

Una vez que divisé un establecimiento económico, me percaté —para mí triste realidad— que mi dinero se había quedado en mi mochila.

—Jodida vida me tocó. — resoplé enfadada, mi apetito tendría que esfumarse.

Seguí caminando con la intención de encontrar un parque donde sentarme a leer, necesitaba averiguar de quién era este cuaderno y el porqué de su existencia. Dos calles más abajo descubrí, para mi sorpresa, que Lakevilee también tenía su propio central park. Empecé a recorrer el pintoresco lugar, lleno de vida con sus hermosos colores y tonalidades, los niños jugaban a los alrededores alegrando el ambiente primaveral; por todos lados había gente recostada, haciendo deporte o leyendo. Caminé cerca de un hermoso árbol de sicómoro, era el árbol más alto y bello que había presenciado en mi vida; de unos 10m de alto con un tronco corto y robusto, su follaje al ser denso y muy extendido proporcionaba una amplia sombra gracias a sus magníficas hojas en forma de corazón que robaban mi atención.

Un raro cosquilleo me invadió y una imagen borrosa se hizo levemente visible alrededor de aquella maravilla de la naturaleza; una pareja de niños, que jamás había visto, se esmeraba en demostrar quién sería el más rápido en trepar sobre aquellas ramas perfectamente diseñadas para crear la visión de unos brazos capaces de sostener a dos pequeñas criaturas en su inocente juego. Me acerqué hipnotizada por aquellos niños que reían cálidamente, animados por demostrar quién sería el vencedor, ignorantes del mundo que los rodeaba; por un momento deseé ser uno de ellos, su inocencia era su barrera, la protección contra esta cruel realidad, aquella que era capaz de decepcionarte de la vida. Posé mis dedos en el áspero tronco, su rudeza al tacto era la prueba de la fortaleza que poseía aquel árbol. Me perdí en el momento y no pude reaccionar a tiempo, algo me golpeó.

— Mierda... —bufó. — ¿Qué acaso no tienes ojos?

Me levanté adolorida por el impacto, la bicicleta me había dejado molida. Me sobé la cabeza y me recompuse para dar cara al imbécil despistado.

— ¿Se puede saber por qué no miras por dónde vas? — reproché, estaba muy enfadada. El tipo debía aprender a ver lo que estaba en el camino.

— La que no mira por dónde camina eres tú. — Me agarró la muñeca y me levanto de un tirón — ¿No te enseñaron a no salir de la nada?, apareciste a mitad del camino.

Cuando quedamos frente a frente lo primero que vi fueron sus oscuros ojos observándome fijamente, su cabello castaño estaba alborotado con algunas hojas impregnadas.

— Eso no es verdad. — dije sintiéndome ofendida, después de todo él había salido de la nada — Yo estaba cerca al árbol y cuando me di cuenta, ya me habías impactado.

— Tú apareciste por él camino, yo estaba a unos pasos de cruzar tranquilamente esa curva y tu saliste de alguna parte cerca del árbol. — Argumentó achinando los ojos, me miraba confuso e irritado.

— Ya te dije que yo estaba viendo el árbol, ¿qué acaso uno no puede pararse un momento a apreciar algo que le parece maravilloso? — espeté cruzándome de brazos.

Nunca me olvides ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora