Capítulo 5.

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(P.O.V ) Jaxon.

Caminaba junto a una niña de cabellos rubios, su piel aterciopelada centelleaba al recibir los rayos del sol. Ella me conducía del brazo mientras corríamos por la hermosa pradera cubierta de flores y el olor a lavanda. Mi corazón se agitaba al escuchar su melodiosa carcajada, su agarre me causaba sensaciones inexplicables; aquella vista tenía una calidez y brillo singular que me hacía sentir desorientado, pero no estaba asustado.

A medida que nos íbamos adentrando en los pastizales, yo iba perdiendo el ritmo. Sus movimientos vivaces y llenos de gracia me hipnotizaban, era la primera vez que veía a esta niña, pero la nostalgia y pena me invadía. Intenté seguirle desesperadamente el paso, pero tropecé y caí por un matorral profundo; la niña al oír mi quejido giró como acto reflejo permitiéndome ver su delgada silueta. Llevaba un vestido floreado lila y un sombrero de paja que protegía su rostro de los rayos solares, la mitad de su rostro estaba cubierto con una sombra borrosa y solo sus rojizos labios me permitían ver su sonrisa.

Me levanté del matorral con mucha dificultad, al mirar mi cuerpo para descartar cualquier lesión grave, quedé asombrado al observar lentamente mis manos; eran tan pequeñas y extrañas a mis ojos que la curiosidad me incitó a tocar mi rostro. ¿Era un niño otra vez?

Una pequeña y delicada mano sostuvo la mía, sacándome de la confusión, me levantó jalándome con mucha dificultad. Cuando quedé una vez más frente a ella, solo que esta vez estábamos cara a cara, sus labios formaron una hermosa curvatura que resaltaba sus pequeños hoyuelos. Ella me ofreció su mano manteniendo esa preciosa sonrisa, pero yo no pude sostenerla; me invadió una sensación de angustia, el recuerdo fugaz de una mujer me produjo ganas de llorar.

Sonreí forzadamente evitando sofocarme con las lágrimas que recorrían mis mejillas, no pude tomar su mano; me senté cubriendo mi rostro, apoyé mi frente sobre mis rodillas y dejé que el dolor se esparciera por el pastizal escurriéndose entre mis lágrimas. Era tan humillante llorar frente a una niña, siempre había cuidado mi imagen evitando hacer una de estas escenas emotivas. Sentí sus delicados brazos intentando abrazarme, acariciaba mi cabello maternalmente mientras susurraba que todo estaría bien.

Yo sabía que no sería así, pero me dejé consolar. Sentí su calor y lo que por un momento había sido gris, se tornó en colores cálidos y vivaces; el atardecer que presenciábamos, con nuestras manos entrelazadas, era triste, nostálgico, pero no era descolorido. En ese momento sentí un alivio espontáneo, fue como una pesada carga se tornará una pluma y volara al son del viento. Mi corazón adquirió algo nuevo, recupero un momento de mi infancia que había olvidado. Fue cuando mi madre murió.

Las preguntas que quería hacerle se esfumaron, parecía que el silencio nos conectaba de formas que las palabras no podían.

El cielo se tornó oscuro en un parpadeo, un momento sostenía su mano, aferrándome con fuerza a este agradable y nostálgico sentimiento que me producía tenerla cerca, y al siguiente me encontraba atrapado en la oscuridad.

Nunca me olvides ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora