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Siento un horrible revoltijo en toda el área de mi estómago, como si un huracán estuviera arrasando con toda la población de la ciudad imaginara que se encuentra dentro de mi estómago, incluyendo los señores leucocitos, lombrices intestinales y parásitos de otro tipo. ¿Demasiado gráfica?

El timbre que anuncia el fin de la jornada escolar acaba de sonar, y yo hice una promesa al terminar la hora de receso, una promesa que ha estado resonando en mi enferma mente todo el tiempo durante las tres clases restantes. Todos se ponen de pie, unos esperando a otros mientras conversan sobre lo que harán este fin de semana.

Y yo… Bueno, yo trato de salir lo más rápido posible y cerrar mi cuenta de Facebook para siempre.

Sí, soy una tremenda cobarde, eso está más que claro. Siempre lo supe, desde que cree esa cuenta falsa para poder hablar de nuevo con Lucy, desde que tardé como dos meses para poder enviarle una simple solicitud de amistad, desde que decidí bloquearla de mi antiguo perfil para no volver a saber nada de ella.

Ser cobarde no es tan malo, porque haces lo posible por no meterte en problemas. Me escondo de la multitud, tratando de no sobresalir tanto, y eso está bien para mí.

Guardo mis libros y me cuelgo la mochila a mi espalda. Inhalo y exhalo lentamente, con los ojos cerrados, tratando de mentalizarme que debo de estar calmada y tranquila todo lo posible.

Al abrir los ojos, me encuentro con la silueta de Camila, esperándome afuera del aula. Me pongo rígida de repente, y pienso que ya no queda escapatoria.

Te tienen acorralada, soldado.

Ríndete ahora y acepta su compañía.

Alzo la vista para encararla, al menos un poco, y ella sonríe emocionada. Bien, desde detrás de la línea telefónica imaginaba sus sonrisas, pero ahora que las podía ver eran aún más bonitas que mi perversa imaginación.

—¿Y bien…? —digo, desviando la mirada, porque tenía esa horrible manía de no soportar mirar a alguien a los ojos por mucho tiempo.

—¿Y bien qué? Te estoy esperando, Cold. —responde, bajando su cabeza, quedando un poco encorvada para poder verme a la cara.

—Primero; No me llames aquí así, y segundo; No te pongas así, no estoy tan enana como para que no puedas hablar conmigo sin encorvarte. —contesto, frunciendo el ceño ante su burla por mi estatura. Ella suelta una carcajada, y está a punto de decir algo, pero llega Keana por detrás de Camila y le sonríe con tanta hipocresía que los políticos serían los más amables y sinceros del país.

— ¡Camila, las chicas te estábamos buscando! ¿Quieres salir hoy con nosotras? Iremos de compras y a comer helado. —la toma de la mano, jalándola hacia ella. Por un momento, creí que les haría caso como siempre lo ha hecho, pero esta vez forcejea un poco hasta zafarse de Keana.

—Lo siento, prometí acompañar a Col… A Lauren, a su casa.

—Uh... Bueno, como quieras. No te olvides de hacer nuestras tareas. —le recuerda, marchándose como una diva: un pie delante de otro, meneando las caderas y el poco trasero que tiene. Trato de disimular la mueca de repugnancia que esa clase de chicas me dan.

—Entonces… ¿Nos vamos? —pregunta esta vez Camila, enganchando su brazo al mío y volviendo a sonreír como antes de que Keana llegara.

Asiento, zafándome de su agarre y metiendo mis manos a los bolsillos de mi sudadera.

—No eres nada romántica.

—Cállate.

[...]

En la tarde, al salir de la escuela, normalmente hace un poco de frío, pero no el suficiente como para usar guantes y bufanda. Camila camina al lado mío, sin usar nada más que el uniforme, está tiritando de frío y tiene los brazos cruzados, tratando de calentarse un poco.

—¿Quieres…? ¿Quieres usar mi sudadera? —le pregunto casi en un susurro. Ella niega con la cabeza.

—¿Sabes cuál es la mejor manera de calentarnos?

—¿Un suéter?

—Un abrazo. En serio, Cold. Arruinas los momentos románticos.

Me encojo de hombros, sin saber qué más decir. ¿Por qué tendría que haber momentos románticos en una atmósfera como esta? Somos dos mujeres, no debería de haber momentos fuera de la amistad entre dos chicas de instituto.

—Deberías pedirle a tu novio que te de un abrazo. —comento, tratando de cambiar el tema un poco.

—No tengo novio. —dice, suspirando. La clase de suspiro que haría un virgen de cuarenta años que le preguntan “¿Cómo fue tu primera vez?”

—Vaya… ¿Estás esperando que venga un rubio de ojos azules cabalgando en un caballo pura sangre, vistiendo un traje de la época victoriana, con una espada de plata en la mano izquierda y una rosa en la derecha? Porque, en serio, créeme, no pasará. Mejor acepta a cualquier feo con buenos sentimientos que se te declare.

—No, en realidad espero a alguien de cabello azabache con ojos verdes y estatura más baja de lo normal, con ambas manos metidas a una sudadera vieja y desgastada.

—Tus técnicas de seducción son muy convincentes. Quizá en la otra vida fuiste alguien parecida a Christian Gray. —comento, ocultando mi nerviosismo, rogándole al ser omnipresente que este rubor era a causa del frío y de ninguna otra cosa más.

—Quizá, tienes razón. Así que yo sería, más bien, el príncipe rubio de ojos azules que monta en caballos pura sangre, en busca de una princesa.

—Oh, querida príncipe, vaya a buscar a su princesa. —digo, riendo un poco.

—No hace falta buscarla más. Ya la encontré, sólo queda una cosa que hacer. —responde, fingiendo voz gruesa y varonil.

—¿Qué cosa es, queridísimo príncipe?

— Conquistarla.


Cold Coffee; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora