1 6

1.9K 185 127
                                    

Faltan treinta minutos para la “salida de amigas” entre Camila y yo.  Abro el armario y decido mostrarle cómo sor realmente: Una chica desaliñada y un poco aburrida en persona. Pienso que sería mejor eso a mentirle con un estereotipo de adolescente femenina y rebelde.

Bueno, tengo una mente rebelde, depravada e insana. Pero no soy rebelde.

Decido usar una camiseta gris y unos jeans ajustados. Me dirijo al baño y me veo en el espejo: Las ojeras seguían ahí con obstinación, junto con mi pálido rostro haciéndolas resaltar más.

Y finalmente, después de un largo, muy largo, de hecho, tiempo en que no tocaba mi cabello, trato de arreglármelas para moldearlo un poco, pero todo eso es vano porque pareciera que la mata de cabello azabache sobre mi cabeza tuviera vida propia.

—No soy digna para ganar esta pelea. Mantengámonos en una tregua. —le digo a mi cabello mientras me miro por enésima vez en el espejo.

Definitivamente no podía ir así con ella.

Mi teléfono vibra varias veces y casi se cae por el lavabo. Es Camila llamándome; pienso varias veces si debería contestar o simplemente ignorar la llamada porque aún no estoy lista. Y lo digo sin bromear, pareciera como si mi corazón estuviera sufriendo de una sobredosis de adrenalina, porque no puede dejar de latir tan rápido.

Decido contestarle, pero antes de eso carraspeo para que mi voz no saliera temblorosa. Tan temblorosa como mis manos.

—¿Lauren? —me dice a través de la línea, y su voz expresa tal emoción que no soy capaz de decirle que prefiero no ir porque no tengo nada decente para usar y mi cabello no se quiere moldear.

—Camila. —contesto, tratando de responderle con la misma emoción, pero maldigo mi voz inexpresiva, que en realidad parece más sarcástica que feliz.

—Eh… Volví, y ya faltan treinta minutos. ¿Estás lista? ¿Quieres que pase por ti?

—No necesitas ser tan caballerosa, príncipe azul. —le digo, aguantando una carcajada. Ella ríe poquito.

—Está bien. Entonces nos vemos en media hora, o en veintiocho minutos.

—Veintisiete.

—Veintiséis.

—Veinticinco.

—Ya quiero verte. — dice, cortando la secuencia en retroceso de los minutos que habíamos acabado de crear.

—Yo también. —murmuro. Y comienzo a pensar que es demasiado difícil decir este tipo de cosas embarazosas para mí.

Decido dejar a mi cabello en paz. Me despido de mi madre de la manera más normal de lo que acostumbramos, quizá porque está demasiado entretenida con alguna otra película de comedia romántica. Mi hermano está en la comida, seguramente preparándose su quinto plato de cereal.

—Me voy. —digo, antes de salir de la casa. Mi madre no se inmuta— Dije: Me voy.

—Ajá.

—A prostituir.

—Ah, repartes el dinero cuando regreses.

—Tenía pensado en comprar drogas con el dinero.

—Oh, pues compra un poco de heroína para mí. O cocaína.

—Está bien, pero te compraré marihuana. Es más barata y casi legal.

—Uy, la señorita no quiere comprar drogas ilícitas porque es toda una amante de la moral y la ética. Deberías postularte para presidente. ¿Dónde quedó el gobierno populista? Ah, pero tú no tienes nada de carisma. —comenta con un tono chillón para hacerme saber que estaba bromeando, y después suelta una carcajada.

Cold Coffee; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora