Como una disculpa | McHanzo

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Había sido un día duro en el trabajo. Después de que la cabrona de Fareeha literalmente perdiese la cabeza luego de que por un error de sistema todos los ficheros y formularios estadísticos del mes desaparecieran, Jesse McCree tuvo que quedarse aproximadamente tres horas adicionales a su turno en la oficina. Tres horas sin descanso creando nuevos documentos, cambiando formatos, escribiendo, borrando, reescribiendo. Y para cuando pudo restaurar la gran mayoría de archivos, era casi medianoche.

Pero ese día era especial. Era su primer aniversario con su chico.

Cuando Jesse subió a su automóvil, miró la hora en el reloj de su muñeca casi rendido y condujo al centro comercial que quedaba a unas millas de la empresa, esperando que la florería aún estuviese abierta. Recordaba esa florería en especial porque Hanzo siempre se detenía a mirar los arreglos florales que exhibían en las vitrinas, con una sonrisa casi invisible, pero que McCree conocía.


Y ahí estaba ahora, esperando en el ascensor para llegar a su piso. Nervioso y avergonzado. Se suponía que esa noche iba a preparar una cena sorpresa para ambos, pero ya no tenía tiempo para idear una receta ni tampoco para comprar los ingredientes necesarios. Incluso su celular había perdido la batería, así que no había podido llamar a Hanzo para avisarle que llegaría tarde.

En realidad, si lo pensaba, todo iba de mal en peor. Nada había salido como lo había planeado.

McCree miró el número de las plantas que quedaban para llegar a su piso en la pantalla digital del ascensor mientras éstas subían y luego miró el ramo de flores lavanda que llevaba. Lavanda, el color favorito de Hanzo.

Suspiró, cansado.

Sólo esperaba que le gustase.

Una vez llegó frente a su puerta, Jesse sintió cómo su cansancio comenzaba a disiparse. Sólo quería llegar a verlo, abrazarlo, preguntarle cómo había estado su día, entregarle ese arreglo que tanto le había costado escoger, porque en realidad no conocía el nombre de ninguna flor y su elección había sido a base de vergonzosos «quiero esa y esa flor que está al lado, y esa de atrás también».

En ese momento, cuando McCree entró a casa, escondió el ramillete tras su espalda en un gesto que incluso a él le emocionaba. Hanzo estaba de espaldas a él, bebiendo té, sentado en el sofá principal mientras leía.

Jesse sintió cómo sus mejillas se acaloraban cuando comenzó a acercarse hacia él. Pero de pronto Hanzo depositó su libro en la mesa frente al sillón.

—Llegas tarde.

El tono de su voz había temblado un poco, pero McCree lo ignoró inconscientemente.

—Sí, lo lamento mucho.

—Ya veo. ¿Dónde estabas?

—En el edificio. Hubo un problema en el sistema y se borró todo, así que tuve que-...

—¿Y por eso apagaste tu celular? —Hanzo inhaló hondo antes de volver a hablar—. Supongo que podrías haberme avisado si eso es lo que pasó.

Sólo entonces McCree comenzó a dimensionar un poco la situación.

—Tienes razón, pero la batería se agotó. Ya sabes cómo es mi móvil —McCree se aproximó hacia Hanzo y puso una de sus manos en su hombro—. La carga se agota muy pronto...

—No seas ridículo, Jesse —Hanzo tosió, apartando su mano en un brusco movimiento—. Sé que puedes mentir mucho mejor que eso.

McCree se mordisqueó la parte interna de la mejilla, convenciéndose internamente de que lo que acababa de oír no le había dolido. Era la primera vez que Hanzo usaba una palabra así contra él.

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