Como un adiós | McHanzo

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Luego de escapar de la cena familiar, Hanzo se dirigió al templo ubicado al este de la ciudad. Esa noche había acordado verse con Jesse en el mismo sitio de siempre. Hanzo y él llevaban tiempo reuniéndose en secreto cada noche.

Jesse McCree había llegado a Hanamura como espía de una organización secreta, cuya tarea era destruir el imperio de poder que levantaron en la ciudad las familias más influyentes de la zona. Hanzo era el primer heredero del clan Shimada, la fuerza bruta de Hanamura. Eran naturalmente enemigos, pero al final ambos terminaron rompiendo las reglas, involucrándose entre ellos de manera equivocada, y el templo del dragón era su escondite perfecto.

El edificio sagrado estaba al interior de un bosque de cerezos y durante las noches no recibía visitas de fieles, puesto que preferentemente se utilizaba como lugar de entrenamiento.

Una vez allí, Hanzo temió haber llegado tal vez demasiado tarde; con cada noche que pasaba se le iba haciendo más difícil evadir la constante vigilancia de su padre y Genji. Ya no podía seguir ocultando con tanta facilidad sus salidas nocturnas, pero con cada momento que pasaba sin ver a McCree su ansiedad por estar con él crecía.

Hanzo caminó un par de pasos hacia el interior de la arboleda; su cabello largo y lacio se sacudía al vaivén de la brisa nocturna mientras observaba a su alrededor, y entonces lo vio, sentado en uno de los bordes del tejado del templo; al notar la presencia del japonés, un joven Jesse McCree se incorporó y bajó de un salto hacia él.

La conversación a un principio fluyó de manera lenta, como si no supiesen cómo expresar correctamente lo que querían decirse. Lo cierto era que ambos estaban teniendo problemas; por un lado, Hanzo tenía la presión de su familia, y por otro, McCree estaba en observación por parte de la organización para la cual trabajaba debido a sus constantes salidas y ausencia. No desconfiaban precisamente de él, pero que estuviese en período de prueba era un inconveniente.

Y si bien las palabras no surgían correctamente, ambos sabían que a menos de que no tomasen una decisión, esa sería quizás la última noche en la cual podrían verse.


—Sube aquí —luego de un rato hablando, Jesse escaló la estructura superior del templo y le tendió a Hanzo una mano invitándole a hacer lo mismo, quien aceptó.

Con un leve impulso, Jesse ayudó al más bajo a trepar una estatua de dragón que se erigía sobre el techo del templo y una vez arriba se sentaron sobre la parte más alta de la edificación. La vista nocturna desde el sagrario era deslumbrante; esa noche lucía especial, quizás porque era luna llena... o quizás porque no sabían cómo serían las cosas de ahora en adelante.

Hanzo miró al castaño de reojo y le vio cabizbajo moviendo los dedos inquietamente sobre sus rodillas, cuando normalmente lo primero que Jesse hacía era tomar de su mano y regalar lentos besos sobre su dorso, siguiendo por su brazo hasta llegar a sus labios.

El japonés dejó escapar un suspiro quedo y sintió una extraña sensación instalarse en su pecho. Ya no estaban siendo ellos mismos. ¿Tal vez era momento de acabar con esa relación prohibida que habían mantenido durante todo ese tiempo?

—Ven conmigo —McCree le dijo de pronto, y su voz pareció quebrarse durante un instante—. Puedes olvidarte de todo esto... y venir conmigo.

Hanzo le observó largo y tendido, sus labios temblaron y su garganta se hizo un nudo. Quería, realmente quería, pero no era tan sencillo.

—No puedo... —murmuró apenas y Jesse sacudió su cabeza. Los ojos del castaño brillaban y Hanzo no sabía cuánto más podría seguir manteniéndole la mirada— Tengo una obligación aquí, tengo cosas que hacer... yo... —Hanzo inhaló hondo y se llevó las manos hacia el rostro, presionando sus ojos. Se estaba esforzando en no llorar, pero era demasiado difícil—. Yo no puedo irme así sin más.

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