Chapter two

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Otoño

El señor Jenkins, había decidido que volvería a Amsterdam esa noche. Así que a eso de la mañana estaba partiendo rumbo a Holanda con su señora y dos hijas. Miel, al tener deberes escolares, debió quedarse en casa. Pero su padre no permitiría que quedara solo, solo como un perro callejero; sin nadie que le viera o le persuadiese por el buen camino.

Así que antes de irse, le dejó un legado a su gran amigo, Salvatore.

El chico pasaría un año en casa del empresario. El hombre no puso excusas y aceptó cumplir dicho favor. A eso de las doce del medio día, a sol ardiente, Miel se dirigía en un Mustang blanco a casa del señor prewetts para su estancia.

El señor Salvatore había ordenado una buena bienvenida, un almuerzo que le llenara y una cama hecha y tendida.

El señor, vestido de traje negro y corbata de marcas costosas. Se había establecido afuera en la puerta blanca, bajo el marco enyesado de la casa, a esperar, porque quería ser el primero en verle, pero no fue así.

El joven miel, se sorprendió al llegar a la casa entucada color hueso liso. Grande, rústica y hermosa, como las casas que alguna vez vio en París. Afuera, le esperaba un pabellón de cenicientas y mayordomos elegantemente vestidos en trajes negros y blancos. Cuando el auto de época se detuvo en la entrada, uno de los mozos le abrió la puerta. El joven salió del coche, el mayordomo le había saludado con una cálida bienvenido, y así mismo los demás repitieron la acción. El cielo estaba blanco y no se sentía un soplo de viento. El aire faltaba, estaba nervioso, con angustia cardíaca que no permitía concluir la respiración.

Desde una de las ventanas de arriba, Salvatore le veía bajar. Él, un hombre cualquiera, y tal vez por su mercantil vulgaridad y la diferencia de año con el joven. Miel, joven, moreno, con una de esas profundas bellezas que más que en el rostro, aún bien hermoso, están en la perfecta solidaridad de morada, boca, cuello, modo de entrecerrar los ojos.
Era un chico muy joven aún, completamente núbil. Tenía bajo el cabello claro, un rostro liso color canela, de un color mate y raso, de esos  que son patrimonio de los cutis muy finos. Lo que da, bajo una tersa frente, aire de mucha nobleza o de gran terquedad. Salvatore, sin duda, quedó deslumbrado.

Era sobre todo, una belleza para Salvatore, sin ser en lo más mínimo provocativo; y esto es precisamente lo que miel no entenderá.

El joven entró, sus ojos vagaron por el lugar, hermoso cuadros, jarrones, y manteles limpios y candelabros hermosos le rodeaban.

Una de las cenicientas; Khai. Había dirigido al chico a su habitación. Se dejó caer con ganas en la cama forrada con mantas blancas y una ventana con vista al amplio jardín. Se quitó el chaleco de escuela, mantuvo su camisa blanca acorbatada, con el pantalón negro y zapatos del mismo color.

Le habían dicho que el señor quería verle. Él, por supuesto ya le conocía, tuvo la oportunidad de estrechar su áspera mano en una ocasión. Khai, irrumpió los pensamientos de Salvatore, haciéndole saber que el joven ya estaba aquí y que le haría pasar. Alzó la mano en señal de afirmación, sin necesidad de voltearse a mirar a Khai o decir alguna palabra, la muchacha entendió el simple gesto. Miel entró a la habitación, era enorme, con estanterías a ambos lados paralelos, un escritorio alargado y una ventana con vista al jardín. En ella, yacía Salvatore, con los brazos hacía atrás y la mirada fija.

—Siéntate —le dijo el hombre sin dirigirle mirada alguna. El joven quien llevaba el cabello totalmente despeinado, tomó una de las acolchadas sillas y se sentó. El hombre se volvió para esta vez enfrentarlo. De pie, se le quedó mirando por un largo instante. El joven empezaba a sentirse algo incómodo. —Bienvenido —dijo al fin. De una manera fría y varonil. El joven le respondió con un «gracias» bastante amable.

Daddy (LGBT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora