CHAPTER THIRTEEN

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Capitulo trece

Off to the races.

Él había entrado a su mundo, en la umbría y negra Prewettslandia. Su amado niño se despertó temprano por la mañana aquel día, a unas cuantas horas de que el marino avisó que estaban a dos horas de tocar Nueva York, le pareció ver que Miel estaba dispuesto a marcharse con un sentimiento totalmente parecido a la franca repulsión cuando empacaba su maleta y recogía cosas que tenía por los suelos. No hay nada más atrozmente cruel que un niño adorado. Por el barco no se especuló nada de los acontecimientos ocurridos la noche pasada, ni reportaje de pasajero desaparecido. Para tratar de distraerlo de los murmullos, Salvatore apodó a Miel como su tulipán holandés, sonriendo con cierta tristeza pues, el hombre aún estaba dolido por lo que su perversa mente se maquinaba, el menor no comprendió esa melancólica broma.

Cuando llegaron a Nueva York, Jaime, el mayordomo jefe de la casa familiar en East Egg, les esperaba con cuatro autos elegantes tipo Rolls Royce, tres negros carbón y uno color plateado brillante. Tuvieron que caminar hasta más allá del puerto, pasando entre la gente, el bullicio y el acogedor calor, Salvatore desesperado, quiso apartar a las personas de a golpe con su bastón —pero no podía—, su intuición de hombre metido en problemas le hizo querer salir del puerto lo antes posible, antes de que alguien llegara a preguntarles por el difunto o que Miel escuchara algo por allí y se pusiera nervioso o agitado. Atravesaron los pululantes grupos de trabajadores que se movían entre ellos, saltando como monos de puesto en puesto de trabajo, que no eran más que pequeñas islas llenas de checheres, frutas y bollería, algunos incluso se ofrecían para ayudar a cargar el equipaje de los pasajeros hasta los vehículos, así era como mucho de esos "monos" se ganaban la vida. A lo largo en el final del pavimento, donde se empezaban a sobresalir los edificios más altos, se encontraron los cuatro automóviles.

En el primer Rolls Royce, fue empacada Coco Prewetts con sus colosales maletas llenas de cosas femeninas que, aunque ella insistiera (que iba a necesitarlas), nunca llegó a utilizar. En el segundo se fue su hijo Martín, en el tercero Ollivanders con titus y finalmente, el cuarto automovil, el plateado, era el del señor y el joven tulipán. El equipaje lo montó Jaime, quien también manejaba aquel coche donde ellos iban, sus cuatro hijos se fueron una hora antes que él y Miel.

Miel llevaba una camisa color tierra que asimilaba casi al gris, un sombrero para protegerse del primaveral sol, color beige con una franja negra en el medio, y unos pantalones negros largos. Salvatore, el cual era un hombre que, hasta sus ropas para estar en casa, eran de los más caros precios, llevaba el chaleco y pantalón color tierra, la camisa blanca y una corbata vino tinto, con el cabello bien peinado, sacó un cigarro que le había quitado a su amiga madame HuckleBerry horas antes, se lo pusó entre los labios y lo encendió, tapandolo con la palma de su mano izquierda, en la misma, se podía apreciar un anillo dorado, en la cabeza, parecía llevar incrustado un pequeño cristal.

Las ventanas del auto estaban cubiertas con pequeñas cortinas blancas en los lados laterales, la trasera tenía una cortina verde pantano, pero ésta estuvo abierta, los sillones esponjados eran de un color café suave, supremamente cómodos, Miel lo observó un momento y luego posó la vista a las cortinas, pretendiendo ver algo. Dejó caer su mano izquierda en el sillón, Salvatore que estaba sentado a su lado, la cubrió desde arriba con la derecha, entrelazando los dedos de ambas manos lentamente, Miel cerró los párpados pesados al tacto con el hombre, se ladeaba la cabeza hacia atrás con somnolencia, con profundas ganas de dormir, cosa que no logró conciliar. Se había quedado dormido unos instantes, lo supo porque de repente ya no recordaba nada, pero sabía que había pasado tiempo aunque siguieran en el auto. Cuando abrió los ojos, apartó un poco las cortinas, Salvatore estaba despierto, las manos de ambos aún estaban juntas, iban por un camino en el medio que partía una colina por la mitad, cruzaron un sendero recto, en las aceras, hubo filas de palmeras y palmitos, Miel llegó a cuestionarse, sí mientras dormía, tomaron rumbo a un pueblo en lugar de Nueva York. Al final, pudieron verse casas, pero eran casas enormes, tal vez el doble de una casa normal, al menor se le fue el sueño cuando vio las casas.

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