Capítulo Doce.
El Amante
The Lover
La señora y la señora HuckleBerry del número ocho en East Egg, Nueva York, lloraron su despedida días antes de que Polet partiera a París a encontrarse con su amigo del alma. Se fue con sus tres hijos, los dos varones mayores y la pelirroja que no se parecía a ella. Pasarían una semana en la ciudad, que para sus hijos, eran inesperadas vacaciones de invierno, para ella no era más que un viaje de trabajo y para el tiempo de vuelta, les costaría diez días.
Aquellos arduos días finalmente cesaron, cerraron con broche de oro el viaje volviendo a Nueva York en el lujoso crucero fiestero, pero lo que ella no sabía, era que esa noche sería testigo de un horrible acontecimiento que lo ataría a él para siempre. Era algo que se llevaría a la tumba y no podía negarse por su conveniencia, el hombre le había hecho tantos favores en el pasado, que incluso en sus días de oro, le seguía cumpliendo mandados.
Ella no podía negarse, su amistad con él se elevaba por los cielos en una enorme torre que mezclaba desde cenas en restaurantes caros, favores imposibles que no eran más que palancas, fiestas, largas charlas, encuentros para tomar el té a las cuatro de la tarde todos los días, hasta sus más profundos secretos y confesiones que servían de alimentación para poder llegar a entenderse y no generar confusiones o malas impresiones entre ellos. Aunque era una torre sólida, un monumento fuerte, la base de su amistad, la base que sostenía la gloriosa estructura, eran oscuros secretos, confesiones y situaciones que eran resueltas por él y ella no quería que los demás se enteraran, pero parte del hombre, Polet también le hacía diligencias que él, —en su momento—, no podía resolver. Al fin y al cabo eran situaciones confidenciales que él, tampoco quería que vieran la luz, ambos cuidaban de sus espaldas y sabían, que si algún día se separaban, era porque uno asesinó al otro, ellos conocían tanto del uno al otro que si llegaban a separarse, tendrían que aniquilarse, y ella sabía que él ganaría, él es más poderoso, y con poderoso hacía referencia a su opulenta fortuna, el dinero lo puede todo, y sí tan sólo él quisiese, sólo bastaba con un chasquido de sus dedos para desaparecer.
Por eso ella siempre trataba de mantenerse al margen con él, pero no le tenía miedo. Así era la relación amistosa de Polet HuckleBerry y Salvatore Prewetts.
Esa fría noche, el señor Prewetts estaba sentado en la cama, recostado a la cabecera, con los pantalones negros largos, los pies que salían de la cama, la camisilla de franela blanca que llevaba debajo de la camisa, las gafas redondas, el librito que nunca terminaba de leer y la lámpara de noche encendida cuando le vio llegar. Entró con el alma en los brazos, cruzó por su frente, mientras pasaba llegó a acariciar ligeramente los pies del señor con su pantalón, su labio inferior se partía con una línea de color rojo vivo que sobresaltaba en sus labios rosados y el pómulo tenuemente hinchado. Se sentó en la cama y se inclinaba de ambos lados para quitarse los zapatos, iba a reprocharle la ausencia en la velada, pero fue interrumpido por la desnudez, el menor se quitó la camisa azul cielo, dejando al aire su espalda humedecida por el sudor, después continuó con el pantalón, le dobló y lo tiró por allí, se metió a la cama y se cubrió con la sábana blanca, se echó a dormir, sin decir una sola palabra. Salvatore una vez iba a reprocharle, pero nuevamente fue interrumpido por inaudibles sollozos del menor y una pequeña agitación del colchón, se inclinó a él, sí, estaba llorando, con pesar, casi no se le escuchaba, cerró el librito y lo puso en la mesita de noche que sostenía la lámpara, suavemente le extendió el brazo rodeándolo por la cadera nebulosa sin acto vil. Le escuchó lloriquear el alma entera fuertemente durante unos segundos y después, con total desprecio, alejó el pesado brazo. En su cabeza comenzó a maquinar si se trataba de él, pues en su memoria, no había rastro de daño alguno al menor, y en su trance de hombre torpe, se quedó mirando la sábana en un punto fijo y cuando decidió salir, se descolgó las gafas y apagó la luz, echándose también a dormir, esta vez con la mirada al techo, tratando de perseguir al sueño y caer dormido, pero estaba inquieto y apenado.
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Daddy (LGBT)
De TodoMiel tiene dieciocho. Salvatore treinta y nueve. frío, amargado, adinerado y guapo. No había en su mutuo amor más nube para el porvenir que la minoría de edad de Miel. Salvatore y Miel se verán envueltos en una serie de desapariciones y muertes. Cue...