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Los profesores ya no me creían cuando les decía que era muy torpe y pasaba cayéndome. Los moretones no se iban, al igual que los dolores, pero si yo decidía hablar iba a ser peor.

Ya se me hacía costumbre recibir golpes. Todos los días me esperaban a la hora de salida.

Pero esto no es lo peor. Aún quedaba el llegar a casa para seguir aguantando gritos, peleas y hasta golpes por parte de mis abuelos. "Ya no te soporto", "Te mandaremos con tu padre", "Vas a ser abogada no una bailarina", "Solo serás una muerta de hambre".

Mis abuelos no eran así, no cuando mi madre aún estaba con nosotros.

SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora