Prefacio

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Miró su teléfono por quinta vez en media hora sabiendo que el momento se acercaba. La paciencia que tanto había sembrado se hacía añicos ante la urgencia de la señal que necesitaba recibir. Inhaló un caudal de aire sintiendo una ligera sensación de calma, hasta que sus pensamientos se interrumpieron por el sonido agudo y exagerado del celular.

Leyó el mensaje con rapidez para depositarlo sobre el escritorio y estiró su cuerpo sobre la silla, como si fuese un gato recién despierto. Sus dedos se movían inquietos sobre la madera oscura, donde brillaba, como el sol, un anillo de oro robusto, hasta que se detuvo teniendo la necesidad de oír simplemente el silencio. El latir de su corazón predominaba en el hermetismo de ese lugar. Sabía que tenía que irse pero la duda y la inquietud contaminan hasta la mente más prodigia.

Golpeando con firmeza el escritorio se puso de pie de manera repentina y decidida, sabiendo que si seguía dudando no llegaría a nada. Dejó todo tal cual estaba, yéndose de la oficina en solemne silencio. Recorrió el edificio sin detenerse en su apariencia y sus pequeños detalles que siempre disfrutaba, y que siempre había disfrutado desde que llegó. Habían pasado más de veinte años y todo seguía igual en ese lugar, todo salvo las caras de quienes vivían allí.

A mitad del crespúsculo caminó hasta un salón donde se detuvo al encontrarse frente a la puerta sintiendo una opresión en su pecho. Todo eso era demasiada presión. Golpeó con suavidad para abrirla y entrar. Allí había un grupo de personas que se giraron ante el golpe de advertencia. En la extrañeza de sus miradas había familiaridad y una mezcla de emociones diferentes, y con ello vino una ola de recuerdos que flotaban como iceberg, donde solo podía verse una pequeña parte de todo lo que era en realidad.

Legado II. El Ascenso del Imperio © [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora