Era una mañana cálida y luminosa. Así que, ¿por qué le pareció que Roma sucumbía a un terremoto? El noble conde Justin Bieber alzó la dolorida cabeza de la almohada y con un suave quejido intentó centrar la vista. Era cierto que el desorden de la cama era un verdadero desastre, pero la habitación no se movía y los fuertes golpes que primero interpretó como el estruendo de edificios que se desplomaban en las cercanías, al parecer provenían de la puerta de la habitación. Y descubrió que el agitado clamor que oía no era el de las víctimas sepultadas bajo los escombros en las calles, sino la voz de Giorgio, su sirviente, que lo urgía a que despertara.
Justin se levantó con cuidado para no aumentar el malestar de la resaca ni despertar a la rubia belleza tendida a su lado. Luego recogió su bata del montón de ropa esparcida por el suelo y se la puso antes de cruzar el suelo de mármol en dirección a la puerta, que abrió apenas unos centímetros.
-Hoy no es día laborable -informó a la ansiosa cara que lo miraba desde fuera-. ¿Es que no puedo tener un momento de paz?
-Dispense, Eccellenza. Por nada del mundo lo hubiera molestado. Pero se trata de su tía, la signora Vicente.
Entonces se produjo una pausa inquietante.
-¿Está aquí?
-Viene de camino -admitió Giorgio, muy nervioso-. Telefoneó para anunciar su visita.
Justin profirió un juramento en voz baja.
-¿Y no tuvo la agudeza suficiente para decirle que no estaba en casa?
-Desde luego, Eccellenza -respondió, muy acongojado-. Pero lamento decir que no me creyó.
Justin volvió a proferir un juramento.
-¿De cuánto tiempo dispongo?
-Eso depende del tráfico, signore, pero creo que su tía llegará en cuestión de minutos. He llamado varias veces a la puerta -añadió en tono de reproche.
-Consiga un taxi para mi invitada -ordenó el conde tras otro quejido-. Que el conductor entre por la puerta trasera y que se apresure. Esta es una emergencia. Y prepare un café para la Signora -ordenó antes de cerrar la puerta y volver a la cama.
La resaca se le había evaporado milagrosamente. Con los labios apretados, echó una mirada al encantador cuerpo bronceado desplegado en toda su belleza para su deleite.
Dio, qué entupido había sido al romper una de sus reglas básicas y permitirle que se quedara a pasar la noche con él.
«Debo de haber estado más borracho de lo que creía», se dijo cínicamente mientras se inclinaba hacia ella y la zarandeaba.
Las largas pestañas se alzaron lentamente y la mujer le dedicó una sonrisa soñolienta.
-Justin, tesoro mió, ¿por qué no estás en la cama? -preguntó al tiempo que le rodeaba el cuello con los brazos y lo atraía hacia su cuerpo.
-Vittoria, debes marcharte de inmediato -urgió mientras se liberaba del abrazo. Ella hizo un puchero encantador.
-Eso no es demasiado galante, caro. Te dije que Fabrizio fue a visitar a la bruja de su madre y no volverá hasta la noche, como pronto. Así que disponemos de todo el tiempo del mundo.
-Una idea encantadora, pero desgraciadamente ahora no tenemos tiempo.
Ella se estiró voluptuosamente, con una amplia sonrisa.
-Pero, mi amore, ¿cómo puedo marcharme cuando no tengo nada para ponerme? Recuerda que anoche ganaste toda mi ropa jugando a las cartas.
Justin intentó controlar su creciente impaciencia.
-Te la devolveré. Hice trampas.
-Entonces tendrás que ir a buscarla al salotto. A menos que quieras volver a jugarte mis prendas a las cartas.
Justin soltó un gruñido.
-¿Y cómo explicarías tu presencia, y más aún tu desnudez, a mi tía Lucrezia, íntima amiga de la madre de Fabrizio, bella mía?
Con un grito de sorpresa, Vittoria se sentó en la cama.
-Madonna, no hablas en serio. Prométeme que no está aquí.
-Todavía no, pero llegará en unos minutos.
-¡Dio mió! Justin, haz algo. Debo salir de aquí. Tienes que salvarme.
En ese momento, se produjo otro golpe en la puerta que se abrió un tanto para permitir la discreta entrada del brazo de Giorgio del que colgaban unas prendas femeninas.
-El taxi espera, Excelienza.
-Un momento -dijo Justin antes de entregar la ropa a Vittoria, que ya corría frenéticamente al baño. Su desnudez de pronto le pareció desgarbada.
La noche pasada había sido una compañera divertida, pero a la luz del día y ante el peligro inminente, había perdido su atractivo.
No volvería a jugar a las cartas ni a ningún otro juego con Vittoria Montecorvo. «De hecho, en el futuro sería aconsejable evitar a las esposas descontentas», pensó con el ceño fruncido. La única ventaja de esas aventuras era que no se esperaba una proposición de matrimonio por su parte, se dijo con cinismo mientras recuperaba su ropa interior e iba al vestidor en busca de un pantalón crema de tela vaquera y un polo negro de cuello alto.
Cuando salió al dormitorio, Vittoria ya lo esperaba vestida.
-Justin, ¿cuándo volveré a verte? -preguntó muy perturbada al tiempo que se arrojaba en sus brazos.
«Nunca» era la respuesta más sincera, aunque muy poco amable.
-Nos hemos escapado de milagro. Tal vez es una advertencia para ambos, cara mía. Tendremos que tener mucho cuidado -dijo con cautela.
-Ahora que nos hemos encontrado, no sé si podré soportarlo, Ángelo mió -replicó sollozando Justin evitó una cínica sonrisa. Conocía a todos sus predecesores y estaba seguro de que sus sucesores ya aguardaban. Vittoria era la hermosa hija de un rico banquero, casada con otro hombre rico y muy fácil de engañar. - con Michelle Constanza Goler Astroza.