Justin frunció el ceño. —Puede que estén verdaderamente enamorados. Después de todo, vivimos en el siglo XXI y no en la Edad Media.
—La chica es totalmente inadecuada. Una inglesa vulgar que conoció en un bar de Londres —informó con repugnancia—. Lo que he logrado arrancarle al tonto de mi hijo es que no tiene familia ni dinero.
—Mientras que Beatrice lo tiene todo, especialmente dinero.
—Es probable que eso no te interese, pero es muy importante para Paolo.
—A menos que me rompa el cuello jugando al polo, lo que lo convertiría en mi heredero. Mi inclinación por los deportes peligrosos debería complacerte, zia Lucrezia. Deja abierta toda clase de posibilidades.
Ella lo fulminó con la mirada.
—No hace falta considerar esa idea, pero a su debido tiempo tendrás que recordar lo que le debes a tu familia y entonces te casarás y formarás una familia. Por otra parte, eres el director del banco Arleschi y Paolo es sólo un empleado que no puede darse el lujo de casarse con una bonita «don nadie».
—Así que es bonita esa...
—_______ —dijo la señora con frialdad—. _______ Mason.
—_______ —repitió Justin lentamente—. El nombre de la joven que Petrarca vio en una iglesia y a la que amó durante el resto de su vida.
—Bueno, depende de ti asegurarte de que esta vez no sea así, mi querido Justin —dijo ella con suavidad—. Quiero que acabes con ese pequeño romance de Paolo.
Justin alzó las cejas.
—¿Y cómo se supone que debo hacerlo?
—Muy sencillo, caro mió —respondió con una sonrisa—. Seduciéndola y asegurándote de que Paolo se entere.
—¿Estás loca?
—No. simplemente soy práctica. Sólo te pido que esta vez hagas uso de tu dudoso talento con las mujeres en favor de un propósito útil.
—¡Útil! —exclamó furioso—. Dio mió, ¿cómo te atreves a insultarme sugiriendo una cosa como ésa? —preguntó al tiempo que se ponía de pie y se acercaba a la ventana. Tras echar una mirada vacía a la calle, se volvió hacia ella—. No, no lo haré. Nunca.
—Me desilusionas —repuso ella con suavidad—. Supuse que lo tomarías como un desafío interesante.
—Al contrario. Me asquea una proposición como ésa. Y me asombra que venga de ti. Me dejas atónito.
Ella lo miró con serenidad.
—¿Cuáles son exactamente tus objeciones?
—Para empezar, la chica es una completa desconocida para mí.
—Al principio así han sido todas las mujeres que comparten tu cama. Por ejemplo, mió caro, ¿desde cuándo conoces a Vittoria Montecorvo, la misma que acaba de marcharse precipitadamente?
Sus miradas se encontraron y ambos guardaron silencio.
—No sabía que te interesara tanto mi vida personal —dijo él, finalmente.
—Puedo asegurarte que no me interesa, en circunstancias normales. Pero en estos momentos necesito tú... cooperación.
Justin volvió a su silla.
—Tengo otras objeciones. ¿Quieres oírlas?
—Como quieras.
—El romance de Paolo puede ser una fantasía pasajera. ¿Por qué no dejarla seguir su curso?
—Porque Federico Manzone quiere anunciar el compromiso oficial de mi hijo con Beatrice. Y no le agradarían más postergaciones.
—¿Y eso sería un desastre?
—Sí que lo sería. Hemos llegado a ciertos... acuerdos con Manzone bajo la condición de que el matrimonio se realizaría cuanto antes. Una devolución del dinero sería muy inconveniente.
Justin golpeó el puño contra la palma de la mano. Debió haberlo adivinado.
El difunto marido de su tía provenía de una familia antigua pero empobrecida y, a pesar de ello, el dispendioso tren de vida de la Signora siempre había sido legendario. Aún podía recordar las severas conversaciones familiares que oía de pequeño. Y la edad no la había hecho entrar en razón.
—¿Por qué no me permites ocuparme de tus deudas y dejamos a Paolo vivir su vida?
Ella lo miró con una chispa de buen humor en su rostro todavía agraciado.
—Justin, sabes que no soy un cliente apreciado en tu banco y me invitas a convertirme en tu pensionista privada. Tu pobre padre se revolvería en su tumba. Por lo demás, los abogados nunca lo permitirían. Y Federico me ha prometido, muy discretamente, que se encargará de mi seguridad económica cuando ambas familias queden unidas. Es todo generosidad.
—¿Y por qué no cambiar los planes? —sugirió Justin, presa de una súbita inspiración—. Eres viuda y Manzone también, ¿Por qué no te casas con él y permites que la generación siguiente busque la felicidad a su manera?
—¿Como tú? Tal vez podríamos celebrar una boda doble, mió caro. Estoy segura de que el honor te exigirá proponer matrimonio a Vittoria cuando su marido se divorcie por adulterio. Sus miradas aceradas chocaron con violencia. —No sabía que Fabrizio albergara esos planes respecto a Vittoria.
—No todavía —repuso ella con suavidad de seda—. Pero sí él o su madre, mi buena amiga Camilla, descubrieran que tú lo has convertido en un cornudo, las cosas podrían cambiar.
Justin dejó escapar un suspiro mientras se encogía de hombros con resignación.
—Te he subestimado, zia Lucrezia. Hasta hoy ignoraba tu absoluta carencia de escrúpulos.
—Situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas.
—Sin embargo, debes considerar que, incluso si su aventura con la chica inglesa terminara, no puedes garantizar que Paolo se case con Beatrice. Podría encontrar otra novia... y tal vez rica. ¿Cómo lo vas a impedir? ¿O también piensas chantajearlo para que coopere?
—Hablas como si Beatrice nunca le hubiera importado. Y no es cierto. Sé que volverá con ella cuando se le pase la desilusión. Y juntos serán felices. Estoy segura.
Justin la miró, exasperado. —Así como lo planteas parece muy sencillo. Manejas a las personas como marionetas. Pero todavía quedan cosas que no has considerado, por ejemplo, ¿cómo he de conocer a esa chica?
—He pensado en ello. Le diré a Paolo que no puedo recibir visitas en la casa de la Toscana porque están instalando un nuevo sistema de calefacción. Pero que, en cambio, he aceptado una amable invitación tuya para hospedarnos en Villa Diana.