Cuando se volvía para alejarse, Paolo le aferró un brazo.
— ¿Qué es esto? ¿Dónde has puesto a _______? —siseó.
—Por exigencia de tu madre, en una habitación junto a la suya —respondió encogiéndose de hombros—. Siento desilusionarte, pero bien sabes que nunca va a permitir que duermas con tu novia bajo el mismo techo que ella. Por lo demás, si te acercas a esa parte de la casa, esa rata peluda que tiene tu mamma te sentirá y se pondrá a ladrar —explicó con una sonrisa levemente maliciosa—. Como los antiguos monjes, tendrás que practicar la castidad.
—Una lección que tú todavía tienes que aprender —replicó Paolo con acidez.
—Puede ser, aunque nunca he traído una mujer aquí —observó Justin suavemente.
—A propósito, ¿qué piensas de mi pequeña innamorata inglesa?
—¿Quieres mi opinión? —respondió en tanto le sostenía la mirada—. Si es de tu agrado, debería bastar con eso, primo. Aunque normalmente te gustan con más ... — se detuvo con un gesto elocuente de las manos.
—Sí —Paolo convino con lascivia—. Pero esta chica tiene... zonas ocultas, si entiendes lo que te digo —añadió antes de echarse a reír.
A Justin no le gustaba mucho Paolo y, en ese momento, gustosamente le habría propinado un puñetazo en la boca.
En cambio, le dijo que se sintiera como en su casa y se marchó a su habitación a ducharse y cambiarse de ropa.
_______ siguió a Emilia y a la Signora por una serie de galerías. La Villa Diana era una extensa construcción de una planta. Pero en ese momento no se sentía con ánimo para apreciar lo que la rodeaba. No todavía.
¿Así que ése era el conde Bieber, la augusta cabeza de la banca Arleschi? ¿Ese individuo medio desnudo de negros cabellos rizados y sin afeitar?
Al principio pensó que era el conserje o el jardinero. Había esperado una versión mayor y más formal de Paolo, convencionalmente apuesto y con una figura más gruesa a causa de la edad. Pero el conde era muy alto, con un cuerpo admirable. Esbelto, musculoso y de piel bronceada. Los pantalones cortos, flojos en las estrechas caderas casi pecaban de indecentes. _______ juzgó que tendría unos treinta años. Su rostro era más impresionante que apuesto, la nariz aquilina, una boca francamente cínica y oscuros ojos que miraban al mundo con aburrida indiferencia bajo los gruesos párpados. O al menos, _______ se corrigió, ése fue el modo en que él la había mirado.
Tal como Paolo había sugerido, tampoco profesaba gran admiración por su tía. No había entendido el breve intercambio de palabras entre ellos, aunque había detectado una cierta dosis de tirantez.
Pero si sus visitas no le agradaban, ¿por qué estaba allí, donde no se le esperaba, si disponía incluso de sitios mejores para pasar sus vacaciones? No tenía sentido.
Como fuere, no se lo imaginaba muy complacido si descubría que tendría que entretener a una de las piezas menores de la máquina de Relaciones Públicas de la sucursal londinense del banco Arleschi. Mayor razón para guardar el secreto sobre su trabajo para la empresa Harman Grace. Así que decidió que continuaría siendo la chica que Paolo había conocido en un bar.
—Ecco, signorina —anunció Emilia con una radiante sonrisa al tiempo que abría una puerta.
Los ojos de _______ se agrandaron, deleitados. La habitación no podría haber sido más diferente a la estancia cerrada que había ocupado el día anterior. Era más amplia que la otra, con suelos de mármol en un tono rosa pálido, y en las blancas paredes todavía había trazas de antiguos frescos que pronto iba a examinar a su placer. Y esos eran todos los indicios de que se trataba de una antigua mansión. Una gran cama con dosel del que colgaban cortinas blancas y transparentes iguales a las que decoraban las ventanas, una cómoda y una mesilla de noche comprendían todo el mobiliario. Una puerta se abría a un lujoso cuarto de baño con suelos del mismo color que los de la habitación. Por todo adorno había una lámpara en la mesilla junto a la cama y un florero con rosas frescas sobre la cómoda.
_______ se volvió a Emilia.
—Perfecto —dijo con una sonrisa.
Cuando estuvo sola, se acercó a las puertas francesas y las abrió de par en par. Daba a un patio con soportales flanqueados de columnas, como un claustro medieval. _______ entró en el claustro contemplando lo que la rodeaba. Había una pequeña fuente en el centro de la zona adoquinada, con un querubín medio roto que arrojaba agua desde una concha a la fuente baja junto a la que había un banco de piedra. Descubrió que el patio se abría a un prado bañado por el sol que formaba parte del jardín, El verde césped formaba parte del jardín y estaba cuajado de flores. No lejos de allí oyó el arrullo de unas palomas.
Pero no todo era paz y quietud. Desde muy cerca le llegó la autoritaria voz de la Signora y las suaves réplicas de Emilia.
Un recordatorio de que en ese jardín del Edén también había serpientes.
De pronto se sintió cansada, pegajosa y un poco desalentada. En el cuarto de baño, había visto un juego de toallas junto a una serie de artículos de tocador y decidió utilizarlos.
Estuvo un rato bajo el chorro de la ducha caliente y luego se enjabonó con una pastilla que olía a lilas. Muy pronto, se sintió fresca, renovada y con nuevas energías. Cuando se hubo secado, se envolvió en una suave toalla y regresó a la habitación, donde se dedicó a deshacer el equipaje que esperaba sobre la cama. Nada de lo que había llevado era suficientemente elegante ni formal para alguien que, como ella, se hospedaba en la villa de un conde.
Lo más apropiado era un vestido de una tela sedosa en tono plateado que decidió ponerse para la cena de esa noche. Sabía que de todos modos la Signora iba a desaprobar cualquier cosa que se pusiera. Sin embargo, por alguna razón que no supo explicar o admitir, no quería que el conde Bieber la mirara con el mismo desdén.
Quería que aceptara la ficción de que Paolo y ella eran una pareja y que, de alguna manera, llegara a aceptarla como una novia adecuada para su primo.
Sin saber qué hacer hasta la hora de la cena y sin atreverse a explorar los alrededores, decidió tenderse en la cama con un libro hasta que la llamaran