Capitulo 10

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En ese momento, oyó unos golpecitos en la puerta. Pensando que era Paolo, abrió con cautela y descubrió a Emilia con una bandeja.

Con una resplandeciente sonrisa, la mujer mayor se la puso en las manos mientras le informaba que Su Excelencia había pensado que a la signorina podría apetecerle tomar algo tras el viaje.

Una vez sola, _______ se sentó al borde de la cama y examinó el contenido. Había una tetera, un plato con sándwiches de paté y un cuenco de cerezas.

Sorprendida, pensó que era una gentileza no esperada. Al parecer, el conde Bieber era una caja de sorpresas.

Tras dar cuenta de los sándwiches y de dos tazas de té, se tendió en la cama con su libro mientras saboreaba las cerezas.

Despertó cuando empezaban a caer las sombras en el patio.

Tras ponerse una braguita y un sujetador de encaje, se maquilló con más cuidado de lo habitual antes de cepillarse vigorosamente el pelo y ponerse unos pendientes plateados. Luego, se roció la piel con el delicado perfume que solía usar antes de ponerse el vestido, atar el cinturón en su esbelta cintura y calzarse unas sandalias bajas en honor de Paolo, muy susceptible en cuanto a su baja estatura, a diferencia del conde Bieber. Aun con sandalias muy altas apenas le habría llegado a la barbilla, pensó sin saber por qué.

Era tiempo de concentrarse en Paolo y en la tarea que debía llevar a cabo.

_______ salió de la habitación y, en su camino, observó que había muchos patios, algunos cerrados, y cada uno con su fuente o una estatua. En un momento, se sintió perdida en esos laberintos pero, para su alivio, el sirviente con chaqueta blanca que los había recibido en la entrada apareció como por arte de magia y amablemente le indicó que lo siguiera.

La dejó en una enorme estancia con una gran chimenea de piedra sobre la que había un despliegue de armas. La habitación estaba vacía, así que se dedicó a contemplar los frescos de las paredes. En un extremo, unas puertas francesas se abrían a una terraza con una escalinata que descendía al jardín.

Había pocos muebles en el salón. Unos cuantos sofás, un armario de madera tallada y un piano de cola.

Estaba abierto. _______, intrigada, se sentó en el taburete y de pronto sus dedos recorrieron suavemente las teclas, que producían un sonido maravilloso.

Con un suspiro recordó a su padre y los tristes sucesos tras su muerte, entre ellos la pérdida de su amado piano.

_______ pulsó algunas teclas y, consciente de que estaba sola, se puso a tocar una moderna canción de cuna que una vez había estudiado como tema para un examen.

Tal vez porque siempre había sido una de sus piezas favoritas, sus manos se deslizaron con toda facilidad y sin errores sobre las teclas. Más tarde, suspirando, tocó las tristes notas finales, perdida en su propia nostalgia.

_______ se sobresaltó al oír que al último compás le seguían unos aplausos. Bruscamente se volvió hacia la puerta y miró con aprensión.

—¡Bravo! —exclamó el conde Bieber, que lentamente se acercaba a ella.

—Oh, Dios —murmuró _______ sin aliento, consciente de su rubor—. Lo siento, signo—re. No me di cuenta... no tenía derecho... 

—Nonsenso. Una interpretación encantadora —comentó al tiempo que se apoyaba en el piano y la miraba imperturbable. 

—Gracias.

Su aspecto había cambiado notablemente. Peinado y afeitado, llevaba unos pantalones negros ajustados que realzaban sus largas piernas, una camisa blanca abierta en el cuello y una chaqueta desabotonada carmesí.

«Un aspecto informal y suntuoso a la vez», pensó _______.

—Veo que mi decisión de mantenerlo afinado está totalmente justificada —continuó—. Creo que nadie lo ha tocado desde la muerte de mi madre.

—Oh, Dios mío, eso lo empeora todo —dijo _______ al tiempo que sacudía la cabeza con desolación—. Vuelvo a disculparme. Fue una intrusión imperdonable.

—No estoy de acuerdo. Ha sido una delicia. Quiere interpretar otra pieza?

—Oh, no —exclamó al tiempo que se levantaba apresuradamente con tanta mala suerte que el bajo del vestido quedó atrapado en una esquina del taburete—. Maldición —añadió al tiempo que tiraba de la tela intentando liberarse.

—Sta'quieto, o lo romperá —ordenó el conde al tiempo que se inclinaba graciosamente junto a ella y con toda habilidad liberaba la falda del vestido.

—Gracias —murmuró _______ mirando al suelo. 

—De nada —contestó al tiempo que se alzaba—. ¿Dónde ha dejado a Paolo?

—No lo he visto desde que llegamos. Justin alzó una ceja.

—¿Davvero? Espero que no la esté descuidando —comentó con una leve sonrisa—. Si es así, puede entretenerse con el piano.

—Oh, no —dijo _______ rápidamente—. No me descuida. En absoluto. Tal vez esté con su madre. —Si fuera así, ese perrito revoltoso ya lo habría anunciado —observó y luego hizo una pausa—. Dígame, ¿le gustó la merienda?

Los ojos de ella volaron a su cara morena. —¿Usted la envió? Fue muy amable por su parte.

Él se encogió de hombros. —Aquí cenamos más tarde que en Inglaterra. No quería que se desmayara de hambre —dijo con una sonrisa complaciente—. Pronto se acostumbrará al ritmo de Italia.

—Lo intentaré, aunque no es fácil adaptarse en dos semanas.

Justin amplió la sonrisa.

—Al contrario, creo que muchas cosas pueden cambiar rápidamente —rebatió al tiempo que se dirigía al armario—. ¿Le apetece beber algo? Yo tomaré un whisky.

—No, gracias —dijo _______, aunque sentía la garganta seca.

—Hay zumo de naranja —prosiguió como si no le hubiera oído—. ¿La ha probado con campari?

—Bueno, la verdad es que no.

—Hágalo ahora —sugirió antes de preparar la bebida—. Salute —brindó más tarde chocando su copa contra la de ella.

—Grazie —dijo ella con rigidez.

—Prego. Dígame, signorina, ¿siempre está tan tensa? —preguntó con una sonrisa burlona.

Por ChantajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora