Parece que vivir con sus padres la está volviendo loca —añadió antes de recoger la tazas de café y llevarlas a la pequeña cocina—. ¿Estás segura de que ese Paolo es digno de confianza, tesoro? ¿No se le irán las manos cuando se encuentre a solas contigo? —preguntó al tiempo que se detenía en la puerta.
—Estoy segura de que eso no va a suceder. Le gustan las morenas voluptuosas, así que no soy su tipo, y aunque admito que es atractivo, tampoco él es mi tipo. Por lo demás, tendremos a su madre como dama de compañía, no te olvides. Y Paolo me dijo que ella desaprueba rotundamente las demostraciones de afecto, así que todo lo que tengo que hacer esa batir las pestañas de vez en cuando. Como ves, es sólo un acuerdo económico. Y por fin podré conocer la Toscana. ¿Quién podría pedir más?
Pero cuando el avión empezó a descender en el aeropuerto Leonardo da Vinci de Roma, _______ ya no se sentía tan eufórica, aunque no habría podido explicar el porqué.
La anoche anterior se había encontrado con Paolo para ultimar los detalles finales.
—Si estamos saliendo juntos es necesario que sepas algo sobre mi familia y sobre mí, cara.
—Por supuesto.
Así se había enterado de que ocupaba un buen puesto en la sucursal del banco Arleschi, en Londres. Lo que no había esperado oír era que Paolo estaba emparentado con el aristócrata director del banco.
—Somos los parientes pobres de la familia —sonrió con cierto mal humor—. Por eso mi madre está tan ansiosa por casarme con Beatrice. Su padre es un hombre muy rico y ella es su única hija.
«¿En qué planeta vive esta gente?», se preguntó _______ con asombro mientras pensaba en la lucha de su madre para llegar a fin de mes, o en las largas noches que ella misma pasaba en el bar a fin de darle a su tímido e inteligente hermano la excelente educación que merecía.
Cuando Paolo utilizaba tan a la ligera el término «pobre», seguro que no tenía idea de qué hablaba.
Con la garganta apretada, recordó que había comprado ropa nueva para las frustradas vacaciones francesas, pero nada era de diseño.
¿Cómo podría hacer creer que Paolo y ella estaban seriamente comprometidos? Sin embargo, tal vez ésa era la razón por la que Paolo la había elegido para huir de un matrimonio obligado.
Precisamente porque era ridículamente inapropiada como novia de un hombre de su posición social. Un factor que en ese caso podría ser una ventaja para él. «¡Sal con cualquiera, menos con esa chica!», podría exclamar la madre al verse derrotada.
Bueno, tampoco importaba mucho. Después de todo, Paolo no la atraía. Era arrogante y muy autocomplaciente y, aunque nadie tendría que casarse por obligación, la verdad era que sus simpatías recaían en la posible novia italiana.
—Debo insistir en que no se mencione mi trabajo en Harman Grace —advirtió.
—Como quieras —convino Paolo al tiempo que se encogía de hombros—. Pero, ¿por qué? Es una buena empresa. No tienes que avergonzarte por trabajar allí.
—Lo sé, pero ahora es la empresa encargada oficialmente de las relaciones públicas del banco Arleschi. Se supone que tu primo lo sabe y reconocerá el nombre si se menciona. Puede que no le guste la idea de saber que sales con alguien que es casi una empleada del banco.
—No te preocupes, cara. Yo también lo soy. Por lo demás, no hay muchas posibilidades de que conozcas a mi primo. Harman Grace será un secreto entre tú y yo, si eso es lo que deseas.
También le desconcertaron sus intentos de coquetear con ella durante el viaje. Se inclinaba hacia ella, hablaba en voz baja, casi íntima, y tampoco le gustó que constantemente le tocara el pelo, el hombro y la manga de la chaqueta de lino. «Oh, Dios. Puede ser que Gaynor tuviera razón al haberme prevenido contra él».
—¿Qué haces? —preguntó al tiempo que retiraba la mano cuando el intentó besarle los dedos, avergonzada ante la mirada de las azafatas que los atendían en el sector de primera clase.
Él se encogió de hombros.
—Una actuación necesita un ensayo general, ¿no es así?
—Rotundamente no —replicó con aspereza.
Más tarde, se sintió algo desilusionada cuando se enteró de que había un ligero cambio de planes. En lugar de viajar directamente a la Toscana tendrían que ir primero a la casa de la signora Vicente, en Roma.
—¿Cuánto tiempo?
—¿Importa mucho? Así tendrás la oportunidad de conocer mi ciudad antes de enterrarnos en el campo. Mi madre suele utilizar un coche con conductor para sus desplazamientos, de modo que viajaremos con comodidad.
_______ esbozó una sonrisa resignada.
Paolo le informó de que la residencia de la Signora se encontraba en el barrio Aventine, uno de los más tranquilos de la ciudad, con muchos jardines y árboles.
El piso ocupaba la primera planta de una gran mansión y _______ respiró profundamente cuando empezó a subir la escalinata de mármol.
Cuando llegaron a las imponentes puertas de noble madera, Paolo tocó el timbre en tanto le tomaba la mano.
«Es sólo por un par de semanas, no por el resto de mi vida», pensó ella.
Una mujer mayor abrió la puerta e hizo una reverencia a Paolo ignorando a _______ totalmente antes de soltar un torrente de palabras en un italiano incomprensible.
A continuación, se encontró en un vestíbulo casi sin ventanas cuya única iluminación provenía de una lámpara de araña que pendía del techo. El piso era de mármol oscuro. Los antiguos y pesados muebles y algunas pinturas al óleo, con marcos muy decorados, contribuían escasamente a hacer confortable la estancia.
Cuando la criada abrió la puerta del salotto, un perro pequeño y lanudo se abalanzó ladrando hacia ellos.
—Tranquilo, Caio —ordenó Paolo y el animal retrocedió sin dejar de gruñir—. Mamma, haz callar a tu mastín o mi _______ va a pensar que su presencia no es grata en casa.
—Siempre estoy dispuesta a recibir a tus amigos, figlio mió —dijo la Signora al tiempo que se levantaba de un sofá tapizado y ofrecía la mano.