II. Padres, hijos y novelas eróticas

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La vida estaba en su contra. Esa fue la única conclusión a la que Minato pudo llegar, si eso no tenía sentido, para él nada más lo tenía. Un sueño, ¿en serio? Y más, no era suficiente que su mente lo imaginara de manera tan íntima con aquella persona, ni que el sueño fuese tan real — que por un instante recorrió rápida y desesperadamente con la mirada el amplio espacio que correspondía a la sala de su departamento, buscando señales de la presencia de una tercera persona que obviamente nunca estuvo ahí —, pero tenía que hacerlo en el sillón y justo bajo la mirada de Kushina. ¿Qué podría ser más comprometedor? Y... ¿Acaso ella sospechaba algo? Se alarmó al imaginarse eso, su corazón latiendo con la intensidad de varios golpes. ¡No! Por supuesto que no, ella no tenía cómo saberlo.

No, en serio, no. Trató de tranquilizarse. Minato no era un persona que solía soñar con frecuencia, y mucho menos que tenía sueños eróticos. Jamás se le pasaría por la mente.


— ¿Ku-shina? — murmuró. Estaba tan frustrado que no pudo mantener el equilibrio, volviendo a caer al suelo. Bufó, sus mejillas adquirieron un casi imperceptible tono rojizo. Cuando pensaba en las peores cosas que podrían pasarle, de aquellas veces en las que pedimos con todas nuestras fuerzas que la tierra nos trague, se imaginaba subiéndose a un coche que no era el suyo, cayendo en medio a una clase o que descubrieran que él tenía todas las novelas eróticas de Jiraiya-sensei, y sobretodo firmadas... no que él las leyera, pero su sensei siempre le regalaba un ejemplar o dos — y se veía obligado a quedárselos. Sin embargo, jamás había considerado la posibilidad de aquella situación, la cual se acababa de ganar el primer puesto en su lista. Y lo peor de todo es que esa sí estaba ocurriendo. — Ouch...


— ¡Oh! ¡Perdón! — Al darse cuenta de lo que había pasado, la pelirroja corrió hacia él, ayudándolo a levantarse para luego sentarlo en el sillón. Ella le sonrió con ternura y le acarició la cabeza, justo donde se había golpeado. Las piernas del rubio temblaban. El rostro de Kushina exhibía sincera preocupación cuando, con mucho cuidado, revisó rápidamente el brazo derecho de su ex marido, asegurándose de que no se había lastimado. Lo miró a los ojos, posando su mano sobre el hombro del Namikaze. — Perdón, no quise asustarte.


— No... no hay problema. — contestó suavemente, parpadeando dos veces para acostumbrarse a la claridad del fin de tarde. Regaló una pequeña sonrisa a la mujer con quien había compartido parte de su vida, rascándose la nuca. Kushina y él siempre se habían llevado demasiado bien, se conocían desde que eran unos niños. Ella era su mejor amiga, su compañera inseparable, la persona que siempre estuvo ahí cuando la necesitó, la que siempre lo apoyó en todo, en todo... y también la que una vez, literalmente, lo atropelló. — Pero... ¿Qué haces aquí?


— Vine por las cosas de Naruto, ayer olvidó su mochila. — al recibir una mirada interrogativa, Kushina soltó una risita, alzando un zorrito de peluche que antes estaba en el suelo. A Minato ya no le sorprendía la naturalidad de la convivencia que tenían; aunque se hubiesen divorciado y que ella ya estuviese con alguien más, seguían siendo tan cercanos como siempre. Eran grandes amigos. Y, al analizar las cosas, el rubio no entendía muy bien por qué se habían casado. Sin embargo, jamás se arrepintió de haberlo hecho: además de los tres años maravillosos que pasó al lado de la pelirroja, era solo por eso que hoy tenía a su lado la persona más preciada de su vida, a la que más amaba en todo el mundo: el dueño de aquel zorrito de peluche. — No te diste cuenta, ¿verdad?


El Namikaze negó con un movimiento de cabeza, hundiéndose más en el sillón. En cualquier otra ocasión, se habría percatado del peluche y se lo habría devuelto a Naruto en pocas horas, porque sabía del gran cariño que el mini rubio le tenía, pero ese día... Estaba muy enfadado consigo mismo. ¡Ni se le había ocurrido! Él estuvo todo el día muy concentrado en... otras cosas... que ni siquiera tuvo tiempo de hacer lo que había planeado, mucho menos algo más. En resumen y para su decepción, no, obvio que no se había dado cuenta.

Querido SenseiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora