III. ¿Por qué?

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Kakashi observaba el techo oscuro de su habitación haciendo lo posible para que los latidos de su corazón volviesen a la velocidad habitual. Acostado en su cama, intentaba comprender lo que había pasado pocos segundos antes. El shock adornaba su rostro, las manos apretaban su móvil junto al pecho y este último fue invadido por una sensación casi inaguantable de frío y dolor. ¿Así se sentía ser rechazado por quien más amas en tu vida?

Sus ojos se detuvieron en un punto cualquiera mientras los oídos eran golpeados por la sangre que corría por sus venas — juraría que las hemoglobinas estaban usando su cuerpo como una pista de carreras —, produciendo una pequeña molestia que, aunque evidente, era un simple complemento al huracán de emociones que se apoderó de él. Quería llorar y ahogarse en sus lágrimas.

Temblaba, maldecía cada palabra cargada de sinceridad que sus dedos escribieron y enviaron sin su permiso — impulsados por una mezcla de ansiedad y los sentimientos hacia su sensei, esos que, aunque quisiera, ya no podía suprimir. Un dolor agudo se instaló en su corazón, casi como si una lámina hubiese sido clavada ahí. Porque, de todas las respuestas que se había pensado y las que podría imaginarse, la que Minato le dio era la que menos esperaba. También fue, inevitablemente, la que más le lastimó.

Ahogó un sollozo y cerró fuertemente los ojos, logrando contener las lágrimas que amenazaban salir de ellos. Él había acabado confesar a Minato cosas que intentaba negar — hacía ya casi dos años — hasta a sí mismo y el rubio tiró todo a la basura. Nunca pensó que un mensaje le dolería tanto. Eso simplemente era demasiado.

Por más que en aquel momento considerase muy buena la idea de hundirse en su llanto, no se iba a permitir llorar por aquello. Después de todo, la culpa era exclusivamente suya, ¿verdad? No sólo por no haber sido lo suficientemente claro con Minato y por ser tan ingenuo al punto de creer que realmente estaba logrando acercarse, pero también por esperar mucho del Namikaze, mucho más de lo que, aparentemente, el rubio estaba dispuesto a darle. Y la verdad es que se sentía la persona más estúpida del mundo por eso.

Iba a responderle. Decir que no, que quería continuar hablándole y no sólo eso, quería verlo, tocarlo, sentir todo el cariño que se mostraba en aquellos ojos azules que tanto le fascinaban... Iba a pedirle que dejase de huir — pero que irónico sería, ¿no? Sin embargo, sabía que su amado sensei no contestaría, al menos no tan pronto, por lo que abandonó la idea.

Minato tenía una vida y todo lo que Kakashi hizo al presentarse como H fue estorbarlo, estaba seguro de eso. No sabía explicar porque el rubio le había contestado en primer lugar, mucho menos el motivo por el que lo seguía haciendo; él se puso extremadamente feliz al pensar que realmente podría llegar a ser algo más para Minato, pero, al pensarlo mejor, sentía que no lograría su objetivo. Se escondía tras una pantalla, demasiado tímido e inseguro para decirle siquiera su nombre... No parecía el Kakashi que todos conocían, que él conocía.

Y, por más que Obito — el único que sabía de H y, dígase de pasaje, era el culpable de su existencia — le dijera que todo se arreglaría, que con el paso del tiempo las cosas estarían bien, el Hatake tenía sus dudas.

Porque talvez, sólo talvez, debería dejar a Minato en paz. Y debería hacerlo ahora, ya que aún podría intentar fingir que nada pasó.

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Una de las características más notables de Minato, además de su gran belleza y sorprendente inteligencia, es su buen humor. El rubio sonríe fácilmente, su risa es increíblemente agradable y siempre está de buen humor. O eso creen las personas, porque el rubio encontraba excepciones con frecuencia, y aquel preciso instante era una de ellas... Sus ojos azules se cerraron con pesadez cuando, por fin, dio por terminada la última clase del martes. Suspiró largamente mientras prácticamente aventaba sus cosas en el maletín de cuero marrón.

Querido SenseiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora