No era nada nuevo en el grupo de amigos, que Inuyasha, gracias a su gran bocota, lograra molestar a algun humano, monstruo, demonios, hanyou o especie de ser vivo, pero en esta ocasion, el castigo del peli plata no serian unos golpes, algunos ataques, o el temido "Osuwarii".
Esta vez, esta temida bruja, tenia un plan diferente para el hanyou.
- ¡Inuyasha! - Grito la azabache, muy molesta, ya que el oji dorado no estaba dispuesto a esperar a sus amigos. Ya demasiado tiempo habian perdido en esas aguas termales, y queria llegar a la aldea con urgencia. La luna nueva estaba a solo unos dias, y no queria que lo encontrase a medio camino - ¡Osuwarii! - Se escucho, seguido de un golpe en la tierra.
- ¡Maldicion, Kaghome! - Rugio el molesto hanyou, intentando separar su rostro de la suciedad.
- Te dije que esperes - Se paro a su lado, arrodillandose a su altura - Esperanos - Le susurro con una sonrisa muy conocida para él. Clara amenaza disfrazada.
- Pero ustedes tardan mucho - Volvio a quejarse, sin causar nada en esa azabache que seguia mirandolo con la misma sonrisa - Keh - Se dio por vencido. Se paro, sacudiendo sus ropajes, y continuo al paso de sus compañeros.
- ¿Es idea mia, o Inuyasha esta mas que susceptible? - Murmuro la joven exteminadora al monje, que venian detras de todo.
- Creo que es porque en unos pocos dias es luna nueva, y quiere llegar a la aldea antes.
- Ah. Es por eso. Kaghome tambien esta algo sensible.
- ¡Dejen de hablar de mi! - Grito la pareja al tiempo, para luego caminar, ofuscados, cada uno por su lado.
- Este sera un camino largo - Suspiro Shippo que, queriendo evitar el temperamento de su joven madre, iba sobre el hombro del monje.
El camino continuo en silencio, con algunas charlas por parte de Sango, Shippo y Miroku, pero la pareja seguia caminando delante, sin dirigirse la palabra, sin mirarse siquiera, cuando algo raro ocurrio.
Delante de ellos, una mujer intentaba con todas sus fuerzas, quitar una piedra del camino, aunque se le hacia casi imposible, ya que era muy grande y ella, siendo algo pequeña, no podia lograrlo. Apenas si llegaba al metro cincuenta, y su fuerza no era algo a tener en cuenta.
- ¿La ayudamos, señora? - Pregunto con una amable sonrisa la azabache, molestando al hanyou. Detestaba y amaba al mismo tiempo esa actitud suya, porque su alma bondadosa y amable era lo que mas le gustaba, pero en momentos asi, lo odiaba.
- Gracias, pequeña - La joven mujer, de apenas unos 35 años, con largo cabello de color del fuego, se hizo a un lado, mirando fijamente al hanyou, que solo miraba hacia un lado, como si no le importara nada.
- Yo lo hare - Se ofrecio el monje, tomando las manos de la señora - Permitame, hermosa dama, que le ayude con esta estorbosa piedra que se encuentra en su camino pero luego, por favor, hagame el honor de tener un hijo conmigo - Pidio, casi tocando el trasero de la mujer que solo lo miraba sorprendida.
- Maldito libidinoso - Un golpe por parte de Sango se dejo oir en el silencio que se ocasiono - Ayudala de una vez y deja de molestar a la señora.
- Si, Sanguito - Con poca fuerza, y en menos de un minuto, Miroku corrio la roca hacia un lado, sonriendo victorioso.
- Todo listo, bella dama - Volvio a coquetear, lo que termino de molestar al hanyou.
Bufo por lo bajo al ver semejante espectaculo que esa mujer daba. Era una maldita y simple piedra, ¿Como demonios no podia moverla? Estaba molesto porque la pista sobre Naraku habia sido falsa. Estaba molesto porque el odioso lobo rabioso de Kouga habia aparecido para molestar a Kaghome. Estaba molesto porque Kaghome, maldita como era, le sonreia con coqueteria a ese maldito. Estaba molesto porque pronto seria luna nueva y sus poderes disminuian poco a poco. Estaba molesto porque Kaghome lo habia mandado al suelo y ahora, como si fuera poco, tenia que soportar que esta mujer del demonio, que ¡No era capaz de mover una simple roca!
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Una loca historia.-
Fiksi PenggemarComo no podía ser de otra manera, Inuyasha había logrado molestar a una criatura pero, esta vez, no lo pagaría con golpes o ataques. Esta vez, algo mucho mas raro ocurriría. Ni Kaghome, ni sus amigos, incluido Kouga, terminaron de entender lo suced...