-¡Estaban acá! ¿Por qué? ¿Qué diablos esta pasando George?- después de encontrarme con mis tíos decidí ir a hablar con George quien era el que tomaba las decisiones del hospital y eso incluía mi estancia ahí.
-lo siento, Laila- comenzó tranquilamente y con una excesiva paciencia que me sacaba de quicio- pero ya eres bastante grande, si hemos decidido que debes irte es principalmente por tu bien- sus ojos grises destellaron con remordimiento al hablar.
Cuando vi a mis tíos en el hospital creí que sólo pasaban de visita pero después tome en cuenta que mi madre acababa de tener una recaída y que era muy poco probable que estuvieran acá sólo para pasarla un par de días, entonces la tía Mary confirmo mis sospechas y dijo que mañana pasarían por mi en la mañana y que esperaban que tuviera las maletas listas para entonces. Cuando ambos se marcharon yo corrí como alma que lleva el diablo hasta el consultorio de George que parecía estar esperándome, después trató de tranquilizarme explicándome que mi madre había dejado bien en claro que quería que mis tíos me cuidaran en una casa que ella misma había comprado en lo más recóndito del bosque, incluso había un papel donde lo constaba.
-aún con esos papeles nosotros teníamos todo el derecho de quedarnos contigo, pero como ya te eh dicho todos creemos que sería bueno para ti crecer en un ambiente familiar- me dijo George.
-¡lo tengo! Ustedes son mi familia- le respondí aferrandome con uñas y dientes a la idea de que podría quedarme y de que todos los sucesos de hoy eran sólo una pesadilla, que aún estaba medio adormilada en la cama de mi casa, no con los doctores si no en mi verdadera casa, esperando a que mi madre llegara, ya curada, a gritarme y a reprenderme porque aún no estaba lista para la escuela -puedo quedarme, George ¡Puedo quedarme!- note como las lágrimas comenzaban a salir a borbotones por mis ojos y se escurrían por mis mejillas.
-oh, vamos pequeña- se acerco y me rodeó los hombros con sus rechonchos brazos ,totalmente opuestos a los de Rudolf, que me estrujaron bien fuerte- no llores, ya verás que todo estará bien- entonces la rabia se abrió paso dentro de mi.
-¡no! No lo estará ¡quieres mandarme con esas personas que no conozco! ¡Quieres abandonarme!- lo empuje y el me miro sorprendido, con sus ojos grises abiertos como platos -nada va a estar bien, no quiero ir a vivir allá ¡maldita sea!- abrí la puerta y salí corriendo de allí a toda velocidad y no me detuve por nada ni nadie, estaba echa una furia, corría por los largos pasillos y subía las enormes escaleras hasta que me quede sin aliento y, sin darme cuenta, ya me encontraba frente a las puertas de cristal enormes y anchas justo frente a las habitaciones donde se encontraban los enfermos, los enfermos mentales, abrí las estúpidas puertas que eran mucho menos pesadas de lo que creí y entre directo hacia la habitación de mi madre pero me retuvieron antes de poder entrar, así que comencé a gritarles lo inútiles que eran, les dije que eran incapaces de curar a mi madre he incluso le lance una bandeja con instrumentos médicos a un doctor, al final sólo conseguí que llamarán a Rudolf para que viniera por mi porque estaba armando un escándalo. Cuando llego por mi me tomo en brazos mientras yo me quejaba y gritaba, me sorprendió lo fuerte que era a pesar de su aspecto, el no cruzo palabra alguna conmigo hasta que llegamos a mi pequeño consultorio ya alojado con las pocas pertenencias que tenía.
-No te pongas mal, Laila- me dijo Rudolf mientras me dejaba suavemente sobre la cama- se que es difícil y que estas asustada pero todos acá también tratamos de lidiar con la decisión de George con calma- pronuncio cada palabra con cuidando como esperando que de un momento a otro yo saltara de la cama y me pusiera histérica de nuevo.
-lo siento, Rudolf- me seque las lágrimas con el torso de las manos y sorbí los mocos- es sólo que no quiero irme.-
-nadie quiere que te vallas, pequeña- me metió un mechón detrás de la oreja- pero no todo lo que se quiere se tiene- después me abrazo y cuando me regreso a la cama me di cuenta que una pequeña lagrima recorría su mejilla- ahora vamos a que te des una buena ducha, apestas a ese suero que les reventaste a los inútiles psicólogos- yo sonreí un poco, tome mis sandalias y mi bata y camine con el al final del pasillo hasta donde se encontraban el ascensor que me llevaría al último piso donde se alojaban las regaderas de los doctores y entre ellas la mía.
Después de darme una buena ducha de 10 minutos pase a despedirme de Rudolf porque George había dicho que me iría muy temprano y aunque sabía que Rudolf también se levantaba "muy temprano" quería despedirme ahora que tenía tiempo suficiente y nadie me apresuraría.
-¿Laila?- dijo Rudolf al abrir la puerta- ¿pero qué haces acá, linda? Seguro que George se molestará- me dejo pasar- me supongo que no has hecho las maletas ¿me equivoco?- me condujo hasta la pequeña silla que iba a juego con su gran escritorio marrón.
-no, no te equivocas- acepte, él me miro un poco cansado pero no molesto- lo siento, es sólo que quería venir a despedirme- el asintió y me volvió a mirar con tristeza, si, eso era.
- Laila, ya sabes que yo te amo mucho, has sido la alegría de este lugar por más de 10 años y en verdad no quiero que te vayas- note como las lágrimas comenzaban a brotar- ven acá linda, te contaré una historia- me acerque a él- una vez existió un viejillo...-
-¡Oh, no!- reclame- esa no, me la sé de memoria. -
-calla y escucha- me reprendió, yo sonreí y me quede callada- bueno...entonces un viejecillo ¿cierto?- yo asentí- pues resulta que el viejecillo era un doctor muy infeliz pero no siempre lo fue, hubo un tiempo en el que estuvo casado con una mujer muy bella con centelleantes ojos azules que brillaban cuando el sol se ocultaba y una tez tan pálida que la hacia parecer una linda estatuilla pulida en mármol, ellos eran felices aunque jamás pudieron transmitir su amor a nadie por que ella no podía concebir bebés, aún así eran felices y tenían una bella casa que un día se derrumbó dejando a la bella esposa atrapada dentro, sin vida. Él marido logro encontrarla entre los escombros porque sus ojos brillaban más intensamente que nunca pero al llegar allí noto como se iban apagando, perdían su luz pero él no podía hacer nada, se volvían negros pero él no podía hacer nada, las comisuras de sus labios se extendían convirtiéndose en la más hermosa de las sonrisas y él no quería hacer nada aparte de mirarla sonreír por que no había otra cosa que pudiese hacer, ni siquiera estaban tan cerca como para besarse, después de darse cuenta que no podía hacer nada salió de la casa y al salir noto a un hombre alto, vestido de negro con los ojos brillando con un intenso color azul, él intentó caminar hacia el misterioso hombre pero este desapareció enseguida y así fue como lo perdió todo, jamás nadie supo que fue lo que paso, ni siquiera él. Después de unos años decidió irse a vivir a un hospital para trabajar durante día y noche para no tener tiempo de pensar en su hermosa mujer que ya no existía, las cosas iban bien, el ya no lloraba tanto pero entonces apareció una hermosa pequeña, era hermosa, con su lindo cabello avellana y su naricilla perfecta, su blanca piel y su boquita en forma de corazón, sin duda era hermosa pero su hermosura tenía otro significado para el viejecillo que había pasado ya un buen rato sin ver esos hermosos ojos tan azules que brillaban con una hermosura inexplicable durante la noche- yo asentí y me pare de la cama porque esa era el fin de la historia que siempre me contaba cuando niña- la pequeña no tenía nada, había perdido a sus padres y se iría a un orfanato- continuo narrando Rudolf, yo me senté a escuchar el final de la historia, bastante sorprendida, ya que había tardado 10 años en escucharlo —de repente al viejecillo se le vino a la mente una loca idea. Atravesó los pasillos corriendo a toda velocidad hasta que llego a la zona de psiquiatría donde se encontraba la madre de la pequeña. No era la persona que el viejecillo esperaba ver pero al menos tuvo la oportunidad de hablar con ella, la madre le contó sobre el hombre de negro, el mismo que apareció en su casa el día del accidente, y le explico que tenía que mantener a la pequeña fuera de su alcance- en ese momento las lágrimas de Rudolf ya comenzaban a brotar -el viejecillo no soportaba la idea de ver esos hermosos ojos azules perder su brillo una vez más, así que decidió hacerse cargo de la pequeña.- y ese era el verdadero fin, el que había tardado 10 años en escuchar.
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Bueno pues sólo quiero agradecer a las personas que me leen, son pocas pero representan mucho para mi.
Soy algo nueva acá así que tengo bastantes errores y me encantaría saber su opinión acerca de mi pequeño libro.
Los quiero :)
Vale
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azul neón
Science FictionLaila Blackwood es una chica común y corriente, salvó por sus ojos y su madre que ah estado loca desde que Laila tiene uso de memoria. Ah Laila no le afecta, siempre tendrá su pequeña habitación en el hospital y su vida será tan normal como se pueda...