Capitulo 2

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Niall Horan hizo una mueca de dolor cuando el doctor Edmund Hall empezó a escayolar los cuatro dedos rotos de la mano derecha. Su pierna ya estaba escayolada hasta el muslo.
No podía creer que le hubiera pasado aquello. Como siempre, el destino le había dado una patada en el trasero. Debería estar acostumbrado.
—¿Vas a contarme cómo te has hecho esto? — preguntó Edmund.
—No te lo creerías —contestó Niall.
—Te sorprendería lo que estoy dispuesto a creer —rió Edmund. Los dos hombres eran buenos amigos—. Deja que lo adivine. Estabas vigilando a la esposa perversa de algún cliente y ella te dio una paliza con el bolso.
—Qué va —rió Joe.
—Vale. Entonces, estabas borracho y no te acordaste de los escalones que hay en el porche de tu casa.
—Yo no me emborracho —replicó Niall, ofendido.
Edmund hizo un gesto de incredulidad.
—Dirás que nunca estás sobrio del todo.
—No tienes ni idea —protestó Niall, irritado—. Llevo un año sin probar el alcohol. Y ya que tienes tanto interés, te diré que estaba corriendo por la playa cuando un niño me agarró la pierna. Me caí, apoyé mal la mano y aquí estoy.
—¿Cuántos años tenía el niño?
Niall se encogió de hombros y después hizo una mueca de sufrimiento. Le dolía todo el cuerpo.
—Era un niño mayor… como de cinco o seis años —contestó. Después de decirlo, se puso colorado. No podía contarle a Edmund que el niño era tan pequeño como un cacahuete—. ¿Has terminado?
El médico asintió.
—¿Quieres que te recete algún analgésico?
—No.
—Niall, no te hagas el fuerte. Va a dolerte.
—No pasa nada.
—Eres muy cabezota, Niall Horan —suspiró su amigo—. Te he puesto una escayola con la que po-drás caminar, pero tendrás que usar muletas durante unos días. Voy a buscarlas.
Cuando Edmund salió de la consulta, Niall se quedó mirando la escayola. Estupendo. Aquello era simplemente estupendo. Justo cuando tenía más casos que nunca en toda su vida como detective privado. ¿Cómo iba a poder vigilar a nadie con aquella enorme cosa blanca en la pierna?
El accidente había sido muy raro. Niall podría jurar que el niño se le había echado encima, como si quisiera tirarlo al suelo.
El rostro de la madre del niño apareció en su mente entonces. Un par de asustados ojos verdes, una nube de rizos rubios y un cuerpo esbelto con un biquini azul… era como un ángel. Con un hijo que era un demonio, pensó, irritado.
—Aquí están —dijo Edmund, entrando de nuevo con un par de muletas en la mano—. ¿Quieres que te enseñe a usarlas?
— Supongo que puedo imaginármelo —replicó Niall, sarcástico. Usar unas muletas no podía ser tan difícil.
—Necesitarás ayuda durante unos días. Es difícil moverse con una pierna rota. Y con una sola mano te va a resultar más difícil aún. ¿María sigue limpiando tu casa? 
—Sí. ¿Por qué?
Los dos hombres salieron de la consulta. Niall, caminando con dificultad mientras intentaba acos-tumbrarse a las muletas.
—Podrías pedirle que se quedara unos días, hasta que puedas manejarte solo.
—De eso nada. María cree que soy el demonio reencarnado y solo me limpia la casa porque le pago un dineral. Además, no me cae bien
Edmund soltó una carcajada.
—A ti nadie te cae bien, Niall. Bueno, tengo que irme. Pide cita en mi consulta dentro de un par de días para que pueda echarte un vistazo —se despidió, dándole un golpecito en la espalda.
Niall lo observó alejarse. El dolor en su pierna aumentaba cada minuto. Suspirando, se apoyó en las muletas y se dirigió hacia la puerta del pasillo, que tuvo que abrir con el hombro, mascullando varias palabrotas.
Al otro lado de la puerta estaban la mujer y el niño de la playa. Ella se levantó al verlo y el crío empezó a dar palmas, tan contento
—¿Qué está haciendo aquí?
Como si no hubieran hecho ya suficiente. El niño lo había tirado al suelo y después su madre se había lanzado sobre él para rematarlo.
—No sabe cómo siento lo que ha pasado. Me gustaría poder hacer algo por usted… pagar los gastos del hospital, por ejemplo.
—No hace falta. Tengo un seguro —murmuró Niall, irritado.
Además, ella no tenía aspecto de poder pagar nada. Sus sandalias parecían muy usadas y el pareo que llevaba sobre el biquini había perdido el color, seguramente tras multitud de lavados.
No era la típica turista que iba a Florida a pasear por la playa con biquinis de diseño y que cenaba en los mejores restaurantes, con joyas que podrían dar de comer a una familia entera.
Niall era investigador privado y, por costumbre, la examinó con ojo profesional. Pero cuando la miró como hombre, se percató de que su pelo parecía tan suave como la seda y que los rizos dorados rodeaban su cara como un halo. Era muy guapa y el pareo no podía disimular sus curvas.
Niall sintió un extraño calor en el estómago. Y eso lo irritaba. En aquel momento, todo lo irritaba.
—Tiene que haber algo que pueda hacer por usted, señor Horan.
—¿Cómo sabe mi nombre?
—Me lo dijo una de las enfermeras —contestó ella, incómoda—. Me siento responsable del accidente. Tiene que dejarme hacer algo para reparar el daño.
—Mire, señora, ya no puede hacer nada. Si hubiera estado vigilando a su hijo, esto no habría ocurrido —replicó Niall, dando un par de pasos hacia la puerta.
________ se adelantó e intentó abrirla, pero con tan mala suerte que lo golpeó en la pierna sana.
—Ay, perdone —murmuró, horrorizada.
Niall miró al cielo, exasperado.
—Tengo que pasar un millón de informes al ordenador, lo cual es estupendo considerando que solo tengo cinco dedos sanos. Estoy intentando resolver casos que me exigen ir de un lado a otro y no hay nada que usted pueda hacer para solucionarlo, a menos que ocurra un milagro.
Cada palabra salía de su boca como una bala.
—Yo sé usar un ordenador.
Él se volvió para mirarla.
—Pues me alegro por usted.
—Podría escribir esos informes.
________ se colocó a su lado, con el niño de la mano. Olía bien, a flores. Y él sintió de nuevo aquel calor en el estómago.
—No, gracias. Seguramente se cargaría mi ordenador.
—¿Cómo va a llegar a su casa?
La pregunta hizo que Niall se quedase parado. Había ido corriendo a la playa desde su casa, pero en aquellas circunstancias no había forma de volver andando.
—Llamaré a un taxi.
—Yo tengo el coche aquí mismo y me gustaría llevarlo a casa si no le importa. Por favor, deje que al menos haga eso por usted.
Niall estaba demasiado cansado y dolorido como para discutir. Lo único que deseaba hacer era llegar a su casa y tumbarse en la cama.
—Muy bien —dijo por fin. Después, miró al niño con el ceño fruncido—. Siempre que mantenga a ese pequeño monstruo lejos de mí.
Ella apretó la manita del niño, con expresión airada.
—No es ningún monstruo. Es un niño muy bueno.
—Sí, eso solían decir de Jack, El Destripador — replicó él, irónico.
La joven se puso colorada, pero no replicó.
—Mi coche está en el aparcamiento. Espéreme aquí un momento.
Niall asintió y se apoyó en la pared del edificio, preguntándose si aquella chica podría llevarlo a casa sin que ocurriera una catástrofe.
No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que algo terrible iba a pasar.

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