Hasta la vuelta señor

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En un pueblo ubicado cerca a las faldas del cerro Santa Ana, habitó en una residencia de dos plantas, Julia Zurita, una dama solterona de la aristocracia local.

La mujer había heredado una considerable fortuna de sus fallecidos padres, que le permitió pasarse los días holgazaneando tras el mostrador del bazar del primer piso. Durante mucho tiempo aguardó a un hombre que le hiciera compañía. Ya en el ocaso de su vida, viendo que eso nunca iba a suceder, dejó de preocuparse por su físico y se dedicó a disfrutar de una vida cómoda y sedentaria. Aquello originó que su aspecto se volviera voluminoso, la grasa acumulada en el cuerpo deformó sus facciones, antaño bonitas, al punto de hacerla irreconocible. Pero a Julia no le preocupaba. Era rica, nada más tenía importancia.

Sin embargo, cuando el dinero no es aprovechado e invertido de una forma sabia, desaparece sin evitarlo. Un día, la cuantiosa herencia se redujo a tres sillas, una mesa y unos pocos productos en el almacén. No quedaba nada de su otrora riqueza. Los familiares y amigos se fueron alejando cuando notaron que se quedó sin liquidez.

Julia, viéndose en la ruina, no tuvo más opción que aceptar la propuesta que le hiciera doña Elida, la anciana mujer que le hacía compañía. Ésta le comentó sobre una forma de obtener dinero sin esfuerzo. La convenció de ir a visitar a las brujas que vivían en lo alto de la montaña, unirse a los rituales de adoración al amo de las tinieblas y así terminar con la escasez monetaria.

Julia dudó al principio, pero las contundentes palabras de Elida, sin mencionar su propia codicia, desvanecieron cualquier incertidumbre:

—Mira Julia, tus parientes no quieren saber nada de ti, quienes decían ser tus amigos ya no te dirigen la palabra. Eres peor que una apestada para ellos —dijo la vieja escuálida y decrépita que la cuidó desde niña—. Solo ve lo bien que están Emilia, Juana y otras vecinas. Ellas no se anduvieron con remilgos.

—De acuerdo. ¿Qué tengo que hacer? —preguntó Julia.

Una chispa de maligna alegría iluminó la arrugada cara de la sirvienta, saboreando su nueva conquista.

—Algo sencillo. Debes renunciar a tu fe en Dios.

—Está bien —accedió sin titubear—. Para lo mucho que me ha servido creer en él. Le he orado todas las noches por mi situación económica pero mis plegarias no han sido escuchadas.

—Ya verás que a donde vamos sí las escucharán —rio bajo.

Luego de hacer que Julia renegara de las cosas santas la hizo recitar una fórmula que la transformó en algo liviano.

—Vamos —demandó Elida.

Cerca de la media noche ambas mujeres emprendieron el vuelo al lugar donde se celebraba la reunión de brujas.

Al llegar al sitio recobraron su aspecto humano. Tomaron asiento en unas grandes piedras lisas, que formaban un semicírculo frente a una oscura cueva. En el centro flameaba una intensa fogata. Junto a ellas había más mujeres, recitando cánticos ininteligibles a lo que sea que se ocultaba dentro de la caverna.

Las voces aumentaron en intensidad al tiempo que los cuerpos femeninos se agitaban con violencia.

Un terrible escalofrío se apoderó de Julia. Deseó salir huyendo, mas la huesuda mano de Elida la detuvo. Ésta la miró silente, con la mirada encendida le dio a entender que era tarde, ya no podía echarse para atrás.

Julia, captando el mensaje, volvió a sentarse. Tragó saliva por lo que estaba por llegar.

Pasado un tiempo, el maléfico cántico de las mujeres atrajo a una criatura. De la densa oscuridad de la cueva emergió un chivo con cabeza de demonio. La demoníaca figura fue a sentarse a un costado de la fogata.

Las brujas se acercaron a él, ansiosas. Comenzaron a besarle las peludas patas. Al hacerlo, una bolsa con monedas de oro apareció ante sus ojos como recompensa. Luego de tomarla se hicieron a un lado, susurrando una despedida.

Llegó el turno de Julia, aunque el miedo la sobrecogía, no fue suficiente para hacerla desistir de su empresa. Besó las patas del carnero, reprimiendo las arcadas a causa del fétido olor que emanaba de éstas, agarró la bolsa y dijo:

—Hasta la vuelta, señor.

Finalizado el ritual, Julia y Elida pronunciaron la formula que las volvió a convertir en unos grotescos cuervos. En cuanto llegaron a casa fueron a contar con premura el botín adquirido.

—Vaya... son bastantes monedas de oro —dijo Julia, los ojos refulgentes de avaricia—. No me importa seguir besando esas asquerosas patas si la recompensa será esta.

Elida sonrió, satisfecha de haberla llevado por el camino del mal.

—Adorar al demonio es más beneficioso que seguir estúpidos preceptos religiosos —escupió la anciana.

Así transcurrieron las noches. La solterona se unía a las brujas a recitar alabanzas al diablo y regresaba afanada a contar el dinero. Hasta que en cierta ocasión, las escapadas fueron advertidas por dos oficiales que hacían guardia en el cuartel ubicado tras la casa de Julia.

La primera vez que los hombres vieron a las aves se asustaron por el tamaño que tenían. Pero olvidaron la preocupación al observarlos volar a la montaña. Sin embargo, cuando éstas retornaron horas después, la angustia y el miedo se adueñó de ellos, creyendo que venían directo a atacarlos.

Los dos oficiales apuntaron sus rifles a las aves, coincidiendo el disparo de ambos en el mismo objetivo: el ave más voluminosa. Ésta cayó con un golpe seco en el patio del cuartel, la otra ave siguió su camino, descendiendo en la casa de Julia.

Los hombres que derribaron al animal corrieron a ver qué era. La sorpresa que se llevaron fue mayúscula. En su lugar hallaron el cuerpo ensangrentado de Julia. La mujer, a las puertas de la muerte, les solicitó que la llevaran a morir a su casa y que callaran lo sucedido.

Los oficiales, sin saber bien lo que había pasado, hicieron lo que ella les pidió.

Una vez llegaron a la casa fueron recibidos por Elida, quien fingió sorpresa y consternación. Los hombres dejaron a la malherida fémina en el sofá de la sala para luego marcharse sin decir adiós.

Elida fijó la vista en la moribunda mujer y dijo triunfante:

—Los oficiales me ahorraron el trabajo, ¿qué pensaste Julia, que todo ese oro sería gratis? —rio perversa—. El señor del averno me recompensará muy bien por tu alma.

Julia movió los labios queriendo decir algo, mas la muerte la alcanzó antes de que pudiera emitir palabra. Allí, entre regueros de sangre, quedó su abultado cuerpo... el espíritu hallaría otro destino.


Historia merecedora de la sexta mención, escrita por Arassha para la categoría "Brujas".

Antología: volumen I -Halloween Latino-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora