La bruja de la Angoleta.

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Camilo vivía en un pueblecito llamado La Angoleta, en la península de Araya del Estado Sucre en Venezuela. Tenía veinticinco años y ningún indicio de querer prosperar en la vida. Se la mantenía en el bar de su pueblo, bailando salsa con las muchachitas de quince años que se escapaban de sus casas y salían siempre embarazadas antes de tiempo.

Como vivía en la península, tenía un bote que había heredado de su abuelo Yayo y, a veces, cuando no estaba borracho o pasando la resaca, se ponía a pescar y con eso ganaba algo de dinero para ayudar con los gastos en su casa.

Un día en el que Camilo estaba tranquilo pescando, se le acercó su amigo de la infancia y le gritó desde la orilla que había una fiesta en la plaza ese mismo día en la noche.

– Mira, ¿y tu hermano va a llevar las botellas? – preguntó Camilo como si fuese lo más importante.

– Sí, llégate a las 12 – le respondió su amigo que se llamaba José.

Cuando Camilo regresó a su casa eran alrededor de las seis de la tarde y ya el sol empezaba a ocultarse. Le avisó a su mamá que saldría como a las 12 a una fiesta tranquila con José.

– Ten cuidado por la vía – le dijo su mamá – mira que a tu abuelo Yayo le aparecía una bruja y muchas veces se lo quiso llevar.

– Mamá, ¿tú vas a estar creyendo en esos cuentos? – le reclamó Camilo.

– Claro que sí, yo una vez vi a la vieja del frente convertirse en un pájaro negro hace años, de seguro es ella, que se quiere llevar a los hombres de esta casa, como en la suya no tiene ninguno – dijo la señora exaltada.

– Ya no sabes qué inventar – dijo Camilo – yo voy un rato y me regreso – agregó para tranquilizarla.

Durante toda la noche, la señora se la pasó preocupada, diciéndole a su hijo que se cuidara, que caminara rápido y no mirara ni a los lados, ni hacia atrás, que así se lo llevaban más rápido.

Cuando llegó la hora, Camilo le pidió la bendición a su mamá y se fue por el camino de tierra que llevaba hacia el bar y la plaza de La Angoleta.

Como esos pueblecitos olvidados de la tierra, el gobierno nunca se enfoca en mejorar la calidad de vida de su gente. Su mamá lo vio irse, hasta que el poste de luz de la esquina de su casa lo iluminó. El resto de la vía era oscuridad total, ahí los postes estaban de adorno y varias veces se tropezó porque la vía estaba llena de piedras que caían de los cerros cuando llovía.

El sonido insistente de los grillos era lo único que se escuchaba y a veces los pasos de él mismo sobre la tierra. Cuando iba por la mitad del camino, empezó a hacer un frío descomunal.

– Me hubiese traído una chaqueta – dijo para sí mismo frotándose los brazos – bueno, igual allá con el baile y el alcohol eso no se siente.

Ya había pasado como media hora y nada que llegaba a la plaza.

– Yo no recuerdo que esa plaza quedara tan lejos, será como siempre ando tomando no me doy cuenta – dijo para tranquilizarse.

Pasó media hora y fue cuando empezó a preocuparse. No se veía ni un punto de luz a lo lejos. A la derecha tenía el cerro y a la izquierda un barranco, parecía que no hubiese salido de ese tramo.

Vio una sombra negra corriendo al frente de él y se echó hacia atrás por instinto.

– ¿Quién anda ahí? – preguntó con un leve temblor en la voz.

Sintió unas pisadas detrás de él y se acordó de lo que dijo su mamá, que no mirara para los lados, ni para atrás. Empezó a caminar más rápido y las pisadas desde atrás se hacían más rápidas, así que con el alma saliéndose del cuerpo empezó a correr.

– ¡no me vas a llevar, desgraciada! – gritó con la adrenalina, porque su mamá decía que si uno peleaba con los muertos, éstos se iban.

Sintió algo que lo abrazó y casi se desmaya del susto. Un aleteo y unas plumas rasposas le pasaron por la nuca y cuando volteó vio la sombra negra detrás de él. No era un pájaro, parecía más bien un cuervo, pero uno desplumado y con los ojos rojos.

Camilo agarró una piedra y se la lanzó. El cuervo chilló cuando la piedra le cayó en el ala, intentó agarrar vuelo pero no pudo, así que se lanzó sobre la cara de Camilo y lo empezó a aruñar y a picotear. El muchacho como podía se cubría la cara, pero el animal le mordía por todas partes.

Sin darse cuenta había estado caminando de espaldas y cuando el animal dejó de morderlo, se resbaló por el borde del barranco y cayó como plomo entre los yaques.

Estaba aún consciente cuando vio que la sombra se alargó y se transformó en un cuerpo humano.

Camilo empezó a rezar, pero no le sirvió, porque lo último que vio fue la boca llena de filosos dientes abrirse para comérselo.

Al siguiente día, la mamá de Camilo lloraba sobre el hombro del policía que le decía que iban a encontrar a su hijo. Mientras la anciana del frente salía con un brazo enyesado y el estómago lleno.


Historia merecedora de la séptima mención, escrita por ThunderVzla para la categoría "Brujas".  

Antología: volumen I -Halloween Latino-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora