Cuatro

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Mal asintió, sintiendo una lágrima deslizar por su mejilla izquierda. Apenas Ben estaba por buscar otro lugar, las voces indicaron que ya era demasiado tarde.

—¡Hey tú! —sonó una voz rasposa entre la multitud, proviniendo de un hombre de muy baja estatura, con un gran bigote negro—. ¿Dónde están tus amigos? Y ni se te ocurra huir.

—No-no lo sé —tartamudeó, resignándose.

Sin contar a Mal, Evie era la persona más cercana a él y lograba oír perfectamente lo que pasaba. Al hacerlo, levantó la cabeza. 

—Tal vez ese era su plan, abandonarte —se burló otro hombre, el cual se rió de su propio chiste.

—No —desmintió el Rey. Se rehusaba a darles la razón aún cuando sólo lo hacían para molestar—.  Nunca lo harían.

—¿Entonces dónde están ahora?

Ben no respondió.

—Eso me imaginé. Y, sólo para aclarar... —continuó—.  ¿No nos llevarías contigo a Auradon?

—No contestes —murmuró Evie para sí, aún escondida. Sabía que el llevarles la contraria solo los haría enfurecer más—.  Por favor, no contestes. 

—No —dijo Ben aclarándose la voz y armándose de valor—.  Nunca lo haría.

—Entonces no hay nada que perder —dijo una voz burlona del gentío.

Al escuchar la frase, Mal leyó entre líneas y por un momento sintió que lo perdía todo. Las balas se dispararon con una dirección específica: Ben. En cuanto la primera bala falló al colisionar con un muro, Evie salió corriendo tras él a protegerlo, sin calcular a lo que se estaba exponiendo. Él provenía de la realeza, nacido en un lugar donde la tranquilidad reinaba, así que su cuerpo no sabía cómo responder a estas circunstancias.

—¡Vamos Ben! —gritó  ella agarrando su mano para llevarlo a ocultarse tras unos enormes botes. Si tenían suerte, las pistolas habrían descargado todas las balas en tiros fallidos para cuando los alcanzaran en ese punto—.  ¡No te detengas!

Evadieron todos los impactos con éxito, aunque podían jurar que las balas les estaban pisando los talones. Evie gritó en horror cuando una bala impactó en el muro donde justo dieron vuelta a la calle, casi dándoles a ellos. Carlos, Lonnie, Jay y Mal lo lograron escuchar, cada quien en su respectivo escondite.

—¡Ahí!

Evie señaló a unos cubos enormes de basura, donde empujó a Ben, y éste la jaló de su atuendo azul trayéndola consigo al escuchar el inicio de una nueva ronda de disparos. Cayeron en el pavimento, justo en el momento cuando las balas habían comenzado a enfocarse hacia ellos. Mientras disparos atravesaban el metal de los contenedores, se mantuvieron quietos, resguardándose en un abrazo, sintiendo sus cuerpos temblar y estremecerse. Su sudor era frío y los dos pares de ojos encontrados revelaban el miedo que sentían dentro de sí. Lágrimas de valentía, no de acobardamiento: ambos habían expuesto su vida por proteger a alguien más.

—To-todo va a estar bien —lo trató de tranquilizar Evie con voz involuntariamente espasmódica. Aunque se negaba a demostrarlo, sentía el mismo temor que él.

—¡Hey! —se escuchó a lo lejos, haciendo a cada tirador bajar su arma—. ¡Si ustedes no nos dejan ir de aquí, ustedes tampoco lo harán!

Los villanos de la Isla se habían percatado de algo importante: si hacían desaparecer a los Reyes y sus amigos del mapa, no serviría de nada. En cambio, si los mantenían en esa prisión, podían asegurar que no durarían un día ahí sin sufrir, haciéndolos arrepentir de por vida.

—Déjenlos en paz —anunció el intimidante líder—. Tienen suerte.  

Los encontronazos de bala esta vez se dirigieron a la limusina y sus engranajes. Si la dejaban inservible, no habría manera de que los chicos pudieran retornar a su preciado hogar. Pese a que se convertiría en un grave obstáculo, ese problema pasó a ser de importancia de segundo plano: la única cosa que deseaban corroborar era que todos estuvieran sanos y salvos.

Sin pensar en la serie de aprietos que les originaría después, todos salieron de sus improvisados refugios para encontrarse con los demás, rogando que todos se encontraran bien. Habían escuchado gritos, y sus mentes les habían jugado en contra creando imágenes catastróficas en su cabeza. Mal y Carlos, quienes eran los más cercanos, corrieron hacia donde se encontraban Evie y Ben. Al darse cuenta que ambos se acercaban, el castaño se separó de Evie con cuidado y se dirigió con Mal vertiginosamente, a causa del shock.

—¡Ben! —saludó la chica de ojos verdes, abriendo sus brazos para darle un fuerte abrazo. Ambos cerraron los ojos, disfrutando plenamente del momento. Segundos después, la peli-morada se separó para mirarlo a los ojos, con una sonrisa temblorosa—.  Creí que algo te pasaría.

—Estuvo cerca. Ahora solo tenemos que...

—Ben —interrumpió ella con un tono serio, perdiendo el aliento. Señaló a su chaqueta con una expresión de preocupación.

Ben bajó la vista y la observó confundido. Tenía manchas de sangre.

—Wow, wow, wow. ¿Estás bien? —dijo Carlos colocando una mano en su brazo—.  ¿Qué ocurrió?

—Uhh... —balbuceó Ben, negando con la cabeza y analizando su ropa—.  Chicos, la sangre no es mía.

Hubo un silencio.

«Evie». Mal y Carlos murmuraron, aterrados.


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«No te atrevas a cerrar los ojos» | DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora