Dos

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—¡Evie apártate de ahí! —ordenó Carlos jalándola bruscamente consigo y apartándola del cristal, que reventó instantes después. 

—Quieren la limusina porque quieren escapar —dedujo Jay—.  Tenemos que salir de aquí. ¡Aférrense a algo! —avisó pisando a fondo el acelerador, decidido por abandonar la isla, sin importar qué tanto trataran de impedir lo contrario.

Aunque se rehusaban a aceptarlo, todos estaban al borde de un ataque de nervios: tres de las ventanas eran prácticamente inexistentes, lo que significaba que podía ocurrir una desgracia cuando menos lo esperaran.

—¡Jay! ¡Frena! —advirtió Lonnie. Una docena de personas que salieron de sus viviendas se interpusieron en el camino, impidiéndoles el paso. Era detenerse o arrollarlos, y él nunca sería capaz de una cosa así. Frenó en seco obligando a todos a detenerse de los asientos. En cuanto estacionaron, los disparos cesaron. Todos empezaron a descubrirse poco a poco, temiendo por una segunda ronda.

—¡Bajen! —demandó un hombre alto y corpulento entre la multitud—. O seguiremos —amenazó. Al parecer, el que el rey y próxima reina de Auradon hubieran hecho una visita no había sido un secreto, sino una noticia digna de escándalo. Llamaron la atención de muchos de los habitantes, quienes no podían soportar la idea de que otros villanos ya habían sido trasladados a un lugar mejor, mientras ellos seguían viviendo en un lugar tan inhabitable e insalubre.

—Sí, bajen —los alentó Jay en voz baja—. Confíen en mí.

—¿Perdiste la cordura? —protestó Mal—. ¡No podemos hacerlo!

—¡No! —se opuso Ben, apoyando las ideas de su exnovia—.  No lo haremos.

—No dejen que los intimiden —continuó el hijo de Jafar, seguro de sí—.  No nos quieren a nosotros, no les servimos. Sólo quieren salir de aquí.

—¿Qué están esperando? —gritó una mujer impaciente.

Carlos abrió la puerta trasera. Confiaba en las palabras de su amigo, sonaba bastante lógico y con sentido, pero no entendía exactamente cuál era su plan. Depositó toda su confianza en él y bajó con su mascota en los brazos, para que no se lastimara sus patitas con las trizas de cristal. Evie salió tras él, y por último, Ben y Mal.

Lonnie y Jay también bajaron del coche, juntándose con los demás. Todas las armas apuntaron hacia ellos, por si se les ocurría intentar una táctica para lograr salirse con la suya. Ahora estaban todos juntos, de pie en una línea. Anteriormente les habían dicho muchas veces que juntos eran invulnerables, pero esta vez no estaban seguros. Podrían ser villanos inteligentes, excelentes deportistas y saber maniobrar las espadas como prodigios, pero no podían competir con tal armamento. Intentar combatir sería un suicidio, ya que en estas circunstancias no eran más que la presa fácil. Por primera vez en mucho tiempo, se sentían expuestos e incapaces de defenderse.

—Tú —señaló uno de los más altos y flacuchos del grupo—. ¿Quién te crees para decidir quiénes se van de esta cárcel y quiénes se quedan?

Ben no se atrevió a contestar. De cualquier manera, no le hubiera sido posible. El miedo se había llevado consigo su voz.

''¡Ustedes deberían ser los que se quedan en esta pocilga!''.

''¡Las princesitas sólo sirven para carnada aquí''.

''¡Nadie proveniente de su pueblo cursi sobreviviría un día en este lugar!''.

''¡Creímos deshacernos de ustedes para siempre!''.

Reclamos sin sentido e intentos de comentarios hirientes se percibían por todos lados, sólo causando más contaminación auditiva.

—¡Silencio! —los calló el líder del conflicto lanzando una bala al aire, asustando a todo el pueblo y deteniendo los gritos—.  Denos las llaves y acabaremos con esto.

—¡N-no! —reprochó Ben, sin pensarlo dos veces.

—¿Dijiste que no, reysito?

—¡No, alto! Aquí las tienen —dijo Jay sacando unas llaves de su bolsillo, justificando que no mentía antes de que una fatalidad ocurriera. Los VK's miraron a Jay, perplejos. No podían imaginar las consecuencias que esto les traería—.  Lo siento chicos, no tenemos otra opción —agregó.

—¡Jay! ¡No lo hagas!

—Silencio, azulita. Las manos donde pueda verlas.

El líder calló a Evie apuntándole con su arma en su intento por quitarle las llaves a Jay, haciendo que se le helara la sangre. El hijo de Jafar lanzó los tan codiciados objetos antes de que alguien sufriera un infarto. En cuanto éste hombre tuvo las llaves en sus manos, todos guardaron las armas.

—Jay —habló Mal, decepcionada—.  ¿Por qué lo hiciste?

—Chicos, escóndanse. Cuando todo se calme regresamos y nos iremos de aquí —propuso Jay sacando otro par de llaves que tenía guardado—.  Las que tienen son las llaves de nuestra habitación, así que no hay tiempo que perder.

Sin pensarlo más de lo necesario, avanzaron tan rápido como sus piernas se los permitieron, con unas expresiones de angustia y preocupación en sus rostros. Tan pronto como doblaron la esquina del callejón un grito logró desatar nuevamente el caos: al intentar introducir las llaves, éstas no eran lo suficientemente pequeñas para entrar en la hendidura. Los villanos eran perversos, pero no tontos. Si bien odio y el resentimiento por esos seis chicos, en especial el Rey Ben eran ya bastante notorios, esta vez la rabia había crecido. Las falsas esperanzas no eran un tema de juego.

—¡Deténganlos! ¡Que no escapen!


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«No te atrevas a cerrar los ojos» | DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora