La historia toma lugar en Descendientes 2, justo después de la batalla de espadas en la Isla de los Perdidos.
—¿Estás bien? —preguntó Carlos, al salir por el cilindro que conectaba con los piratas.
—Estoy bien —aseguró la hija de Mulán, quien estaba cuidando la entrada esperando por los demás.
—Buen trabajo Lonnie —reconoció él mientras soltaba su espada en el suelo y corría hacia la limusina—. Vamos Chico, sube. Ah, ahora me escuchas —bromeó abriéndole la puerta trasera a su mascota para que abordara. No cabía duda que Chico, tal como los demás, quería irse de ahí lo antes posible.
—¡Rápido! —indicó Evie, siendo la siguiente en salir. Su compañera le tomó la mano y ambas corrieron hacia el automóvil.
—Rápido Evie, entra —habló Carlos, cediéndole el paso y dejándola entrar antes que él.
—¡Mal! —la llamó Ben al no verla junto con él. Ella seguía dándole un último vistazo a los barcos y a los hijos de los villanos, derrotados. Sonrió victoriosa al asegurarse que no había manera que lograran salir de ahí rápidamente, gracias a que ella misma había derrumbado el puente.
—¡Ahora! ¡Vamos! ¡Fuera de mi camino! —exclamó Uma, envuelta en rabia. Apartó a Harry y a Gil con brusquedad, como si ellos tuvieran la culpa de su fracaso.
Mal corrió con los demás y tomó la mano de Ben para subir al auto. Una vez todos dentro, intercambiaron miradas y arrancaron, provocando en todos una sensación de alivio por el éxito obtenido. Mal exhaló y miró una vez más hacia atrás por la ventana, observando los callejones: sucios y sin vida. Horas antes, lo único que quería era quedarse allí y regresar a su vida anterior. No obstante, esa visita le había hecho percatarse de algo: la isla era cien veces más cruel y desalmada de lo que recordaba.
Seis meses atrás se sentía increíble haciendo lo que le apeteciera, sin preocuparse de infringir reglas o lastimar a quienes la rodeaban, pero cayó en cuenta que la razón por la que lo disfrutaba era porque ninguna persona a quien le hacía daño era importante para ella. Ese día, por primera vez, personas significativas en su vida habían corrido verdadero peligro. Giró su cabeza de nuevo y la recargó en lo blando del respaldo. Se sentía culpable por haber hecho pasar a sus amigos por toda esa racha de problemas. Si nunca la idea de regresar a la isla hubiera pasado por su cabeza, esto jamás habría sucedido. «¿En qué estaba pensando?».
Tal vez su destino estaba en seguir engañándose a sí misma y ser alguien quien no era, fingir que todo ese asunto de tiaras y vestidos no era tan mala idea. Quizás podría pedirle a Evie unos consejos sobre el tema.
—Lo lamento, en serio —se disculpó Ben, atreviéndose a romper el hielo—. Las cosas no salieron como tú querías.
—Bueno... —comenzó Mal, no sabiendo exactamente qué palabras estaba a punto de pronunciar—. Estás a salvo, y eso...
Un impacto al techo de la limusina hizo a todos encogerse de hombros, por reflejo.
—¿Oyeron eso? —cuestionó Lonnie, accionando la pared que los separaba con la parte trasera con un botón del control remoto, permitiendo la comunicación.
—Sonó como que algo cayó sobre nosotros —agregó Jay, sin quitar la mirada del camino.
—Pues... —comenzó Carlos, sin perder la calma. Muchas de las construcciones antiguas en la isla estaban desmoronándose poco a poco, así que bien podría tratarse de un desprendimiento —. Tal vez fue una roca, o...
Sin previo aviso el cristal de su lado derecho se troceó en infinidad de pedazos, manteniéndose frágilmente en su lugar. Al escuchar el crujido, todos se cubrieron la cabeza, atemorizados. Carlos cargó a Chico en sus brazos, por precaución.
—¿¡Están bien?! —preguntó Lonnie.
—Eso no fue una roca —afirmó Ben, aún protegiéndose la cabeza con los brazos—. Al menos no fue un accidente.
—¿Qué está ocurriendo? —interrogó Evie, desconcertada por lo ocurrido.
—¡Jay! —gritó Carlos, esperando por una respuesta.
Súbitamente el cristal de atrás estalló, provocando gritos de pavor por parte los pasajeros. Ben abrazó a Mal, protegiéndola de los fragmentos de vidrio que pudieran llegar a herirla. Seguían molestos entre sí, pero nunca habría razón suficiente para no cuidarse uno al otro. Carlos sostenía a Chico, cuidando que no se asustara demasiado, mientras el objetivo principal de Evie, Jay y Lonnie era no sufrir un ataque de ansiedad. El pánico se hizo presente nuevamente por medio de agudos gritos cuando se sintieron incontables impactos por todo el coche.
—¿¡Qué es esto?! —gritó Mal en sobrecogimiento aún en los brazos de Ben, quien la estrechó más fuerte.
—Un tiroteo —aclaró la peli-azul, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Lograba ver a través de la ventana a decenas de personas en las ventanas y balcones de sus hogares, con armas apuntando hacia ellos—. ¡Chicos, es un tiroteo! —alarmó aterrada.
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«No te atrevas a cerrar los ojos» | Descendientes
Hayran KurguUna tragedia ocurre gracias al resentimiento de los habitantes de la Isla de los Perdidos, amenazando con arrebatarle la vida a uno de los chicos.