Cinco

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Se devolvieron con ella. Al verla con la cabeza baja y aún recargada en uno de los cubos de basura tal como Ben la había dejado, presintieron lo peor.

—Evie —la llamó Mal cautelosamente, temerosa por la respuesta—. ¿Todo está bien?

Evie alzó la cara y la miró, sin expresión en su rostro. Apartó débilmente sus manos de la parte izquierda de su abdomen, descubriendo un agujero en sus prendas de cuero. Las palmas de sus manos estaban repletas de sangre.

—No —suspiró Mal, cubriéndole la boca enseguida, negándose a creer lo que sus ojos veían, sintiéndolos llenarse de lágrimas—.  No, no, no —lamentó en sollozos mientras Ben la abazaba, dejando que reposara su cabeza en su pecho.

—T-tranquila Mal —la trató de consolar deslizando una mano por el cabello púrpura de ella, con el objetivo de evitar a toda costa su llanto. Él sentía la misma angustia, asociado con un poco de culpa—. Tranquila.

Carlos se hincó enseguida con ella, observando la sangre brotar sin control de su herida. Acercó sus manos temblorosas para intentar ayudar, pero las alejó enseguida de golpe, pues no haría más que agravar la llaga. 

 —Ay no, Evie —murmuró, tratando de no perder la calma todavía—.  ¡Jay, Jay sabrá qué hacer!

—¡Jay! —voceó Ben, sintiendo su garganta desgarrarse.

—Re-resiste Evie —la calmó Carlos, posando una mano en su pierna.

Evie era capaz de escuchar y de entender lo que pasaba, pues estaba consciente del todo; simplemente su cuerpo no estaba respondiendo como debería debido al impacto que le había causado todo el asunto, incluyendo el verse a sí misma desangrarse poco a poco.

La pareja de descendientes faltantes llegó corriendo, apresurando el paso al ver las caras de susto.

—No puede ser, Evie —dijo Lonnie, deslizando sus manos por las sienes—. ¿Quién te hizo esto?

Jay se hincó junto a Carlos, observando a la descendiente de Grimhilde, quien ya había perdido la coloración en sus labios.

—Necesito algo para cubrir esto. ¡Rápido! Ben, tu chaqueta, dámela.

—Toma, ten  —dijo separándose de Mal, rápidamente quitándose la prenda para proporcionársela.

—¡Pero la bala sigue dentro! ¿No-no hay ningún hospital por aquí? —indangó Lonnie.

—Esta es la Isla, aquí no hay de esas cosas —aclaró Jay—.  Necesitamos salir de aquí.

El hijo de Jafar rodeó la cintura de Evie con la prenda, procurando no moverla mucho y empeorar la lesión. Debía parar la hemorragia lo antes posible y evitar que perdiera demasiada sangre.

—¿En serio? ¿Cómo? —respondió sarcástico el pecoso—.  ¿Ya se te olvidó lo de la limusina?

—¿Me estás culpando? —reclamó Jay. Utilizó las mangas para hacer un nudo y lo apretó más de lo necesario, debido al enojo. Evie se retorció en dolor, haciendo muecas y alterando su respiración.

—¡La estás lastimando! —gritó Carlos, asustado. Los dos se percataron que estaban discutiendo en la peor situación posible, debido a que sus emociones estaban al límite.

Mal volteó en seguida para ver qué estaba sucediendo. Al sentir una mirada sobre ella, Evie giró su cabeza hacia el otro lado, encontrándose con Mal.

—Voy a estar bien —dijo, algo debilitada y haciendo un intento por sonreír, seguido de un gesto involuntario de dolor—. Tranquila.

Carlos y Jay sintieron como si les hubieran dado una patada en el pecho. No había manera de regresar a Auradon pronto, les tomaría al menos hasta el día siguiente a los estudiantes darse cuenta de que estaban desaparecidos, tiempo que Evie no aguantaría despierta. Necesitaba material quirúrgico y atención médica, cosas que no podían brindarle en esos momentos. Jay negó con la cabeza hacia Mal, desmintiéndola para que no tuviera expectativas tan altas, con cuidado de que Evie no lo viera.

—Lo sé —contestó Mal con un hilo de voz, tratando de no evidenciar la verdad—.  Estarás bien.

—Tenemos que pensar en algo rápido —pronunció Lonnie, temblando—. ¿No hay otra manera de abrir la barrera?

—Aún así estuviera abierta no hay manera de cruzar.

—¿Qué día es hoy? —preguntó Ben, sintiendo un poco de alivio.

—¿Qué más da que día es hoy? —gruñó Carlos, sin creer que eso le importaba en esos momentos.

—Los viernes es cuando mandan las sobras para la Isla.

Todos se miraron entre sí, teniendo la misma idea.

—¿Estás seguro Ben? —preguntó Mal, limpiándose una lágrima de la punta de su nariz.

—Seguro. Yo-yo coordino todo eso. Podemos irnos al muelle, los duendes sabrán quienes somos. ¡Seguro que nos dan lugar!

—¿Crees que sigan aquí? —cuestionó el hijo de Cruella DeVil.

—Si nos apuramos tal vez lleguemos a tiempo y los alcancemos.

—Bien, entonces no hay tiempo que perder. Carlos, ayúdame.

El hijo de Jafar, con mucho cuidado, tomó a Evie por debajo de sus brazos, y Carlos sus piernas para después dejarla en manos del más fuerte del grupo.

—¿Te estoy lastimando? —se preocupó Jay, asegurándola en sus brazos.

 —No. 

 La voz de Evie sonaba tan tranquila que comenzaba a preocuparlos.






Mal, Ben, Carlos y Lonnie corrieron hacia el muelle donde por fortuna encontraron al último transporte trayendo muebles usados, comida podrida y artículos de limpieza. Lograron reconocer al Rey y a su novia, así que el personal no dudó en brindarles lugar. Lo único que faltaba era esperar por los dos chicos restantes. Aunque su objetivo era llegar lo antes posible, Jay no podía correr con ella en brazos, pues seguramente causaría un accidente. Pasados algunos minutos, ambos llegaron, subiéndose al pequeño barco.

—Chicos, ayuda. Por favor.

El color azul de la chaqueta de Ben había desaparecido: se había transformado en negro, producto del color guinda de la sangre. Con cuidado la colocaron en las tablillas de madera del barco, reposando su cabeza en las piernas de Carlos, usándolo como una cómoda almohadilla. Jay trataba de reajustar de alguna manera la chaqueta para impedir más pérdida de sangre, mientras Mal estaba hincada junto a ella para acompañarla. Lonnie y Ben sólo observaban de pie con un nudo en la garganta.

Los párpados de Evie parecían estar luchando por no cerrarse, de un momento sus pestañas parecían descansar bajo sus ojos.

—Evie hey, hey, hey —le habló Mal dándole unas suaves palmadas en la mejilla, conteniendo un sollozo—. ¡No te duermas, por favor, no te duermas!


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«No te atrevas a cerrar los ojos» | DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora