Capitulo V: Nemo patriam quia magna est amat, sed quia sua.

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El mundo lleno de injusticias, plagado de hambre
y muerte, esto sin duda era una purga.
¿Cómo seguir? No hay motivo.
¿Cómo salvarse? No hay respuesta.

¿Para qué vivir? Si sólo veremos morir mucha gente una por una.

Ya había pasado tres días desde el inicio de toda esta calamidad.

Los sirvientes de la casa de la nación austriaca caminaban de un lado a otro, empacando sus cosas personales. Todas las personas de la ciudad ya habían evacuado, no quedaba ninguno.
De un momento a otro unos pequeños golpes se escucharon en la puerta de la enorme habitación de dicha nación.

—Señor Austria... Ya nos retiramos a la zona segura... Si quiere ir con nosotros, aún puede salir. —Al no recibir respuesta, la mujer soltó un suspiro, no quería dejar la casa—. Cuídese mucho —dijo. antes de caminar por los pasillos. Se iba junto con los demás.

Escuchó atentamente las palabras de la sirvienta, agradecía su tacto a la hora de hablar, pero la decisión estaba tomada.

—No importa qué, no abandonaré mis tierras. —Austria miró brevemente por la gran ventana mientras sus dedos se deslizaban delicadamente por el costoso piano—. He estado vivo por muchos años, he visto cómo esta ciudad, cómo mi capital se ha fundado, yo velaré por ella hasta que caiga.

Los recuerdos de lo que vivió, lo que luchó, lo que lo forjó a ser como es ahora. Por nada en el mundo el austriaco dejaría ese lugar, no importaba si llegara a arder en llamas, nunca lo haría.
A pesar del continuo pánico, siguió usando su tono de voz tranquilo y refinado; el piano le daba paz a pesar del tétrico panorama con aquella terrible enfermedad, la cual había mermado mucha de los suyos de forma rápida, sin embargo muchos lograron salvarse gracias a que escaparon en aviones. Todo había quedado vacío.
El triste sonido del piano, sólo eso lograba producir un alivio para sus emociones y pensamientos que no lo dejaban estar tranquilo. Pensó, pensó en aquellas naciones con las cuales creció, las que vieron todo con él.

—Espero que estés bien... —Suiza, su viejo amigo, que a pesar de la relación tensa que había, quería celosamente.

Le gustaría que éste sobreviviera para pedirle perdón, algo de lo que no estaba acostumbrado, pero, viendo la situación, era mejor decirlo que quedarse con eso atorado en la garganta.
La nación seguía inmersa en el piano que sonaba igual, o peor, de sentimental que su alma. Aquellas añejadas teclas, desgastadas por el constante uso, como de costumbre parecían conocer su corazón, su delirio, su idea. Estaba recopilando esa información dolorosa mientras se deslizaba con tranquilidad inventada por esas largas notas que completaban el mecanismo para sonar. Estaba perdido en eso, distorsionando su realidad con tranquilidad, cuando de la nada un par de ojos verdes se toparon en sus revoltosas imágenes mentales. Hungría... Cuánto daría por tenerla ahora a su lado, dibujó en su imaginación, ella era la única que siempre lo animaba aparte de su piano, además de que lo protegía. Recordarla era doloroso por el hecho de que estaba solo, sin ella y por culpa de su propio egoísmo.
No sólo eso, no sólo ella.
A su mente, aquel albino que decía aborrecer, se asomó en sus recuerdos de la misma forma explosiva de la húngara, siendo más explícito con sus memorias, trazando la que más lo marco. Esa cuando lo vio por primera vez, en ese lugar, cuando le tendió la mano, junto todas las guerras y conflictos que siempre tuvieron. Roderich estuvo empeñado en odiarlo... ¿o no? Ya ni él mismo lo sabe, ahora, esperaba, no, rogaba que se encontrara bien y a salvo.

—Prusia... Espero que te encuentres bien —susurró a su instrumento con los párpados cerrados.

Y de verdad lo esperaba, después de todo, éste merecía paz, además de que tenían mucho que hablar. No tenían tiempo, aunque pareciese que sí, pues la ex nación prusiana siempre estaba en casa de Alemania, además de que, de estar con él, no le daba la atención que merecía. Aquellas ideas lo hicieron perderse, volver en el tiempo mejor dicho, pues estuvo tan perdido en sus pensamientos que olvidó por completo todo lo que estaba pasando, toda la gente que estaba muriendo, absolutamente toda la purga que se estaba avecinando lentamente.
Dicen que: "No hay mal que por bien no venga" ¿Qué va a traer de bueno todo esto? Exacto, nada.
Absolutamente nada.

Pupa [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora