•Cuatro•

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Me costaba distinguir si estaba viva o muerta.

Se sentía como estar naufragando por un mar descontrolado y turbulento, totalmente desconocido, refugiada únicamente por una balsa al borde del deterioro, amenazante con despedazarse ante cualquier otro golpe de las olas. Era algo del cual, todavía, no tenía el dominio de controlarlo. La balsa se sacudía, yo no podía marcar el rumbo de ésta por mas que lo intentara.

De a poco, como volviendo a la superficie después de que una gran ola me hundiera hacia lo más profundo, comencé a sentir mi cuerpo. Batallaba entre mantenerme firme a la balsa por más sacudón que ésta daba, los latidos de mi corazón aumentaron de ritmo e intensidad contra mis costillas, como haciendo acto de presencia, respiraba con pesadez y demasiado esfuerzo, ¿acaso todavía estaba debajo del agua?

Intenté mover mis brazos, pero no respondían a las órdenes que mi confuso y abombado cerebro les daba. Lo intenté con mis piernas, pero me di cuenta que lo que en realidad sentía de ellas era un mero cosquilleo. Moví mi cabeza, tome una bocanada de aire con sumo esfuerzo y me obligué que lo siguiente que iba a hacer era abrir los ojos. Mis párpados pesaban y la fuerza me abandonaba.

¿Eso que escuchaba a lo lejos eran voces?

"Se está despertando, una dosis más fuerte de sedantes"

"¡Rápido!"

"Está perdiendo más sangre, ¿dónde está la enfermera?"

"Señorita Romanova, ¿puede escucharme?"

Fue ahí que me di cuenta que estaba viva, había gente alrededor mío y le estaban haciendo algo a mi cuerpo, que otra vez, empezaba a dormirse.

Intenté responder y separé mis párpados lo suficiente para que una luz blanca y muy potente terminara cegándome.

Una ola grande y negra se alzó ante mí, me aplastó arrastrándome hacia la profundidad y luego todo se volvió oscuro.

• • •

Supe de ante mano que me habían sedado y descubrí que era una sensación que esperaba nunca volver a sentir en mi vida. Era una sensación extraña,  lejana pero palpitante, como si luego de naufragar durante una eternidad entre aguas turbulentas, mi cuerpo no se acostumbrara a lo inerte de la tierra firme, me sentía descolocada, fuera de mí.

Supe también, que estaba viva. Y por un momento, eso era todo lo que sabía.

Me removí ligeramente, casi involuntariamente, estremeciendome por mi memoria tan acotada. Mi cuerpo comenzó a despertar, el dolor salió a flote con violencia.

Apreté mis ojos con fuerza mientras nacía en mi garganta un quejido apenas audible. Por un momento los fuertes malestares y punzadas de dolor aparecieron como compitiendo por cuál se hacía notar más, abalanzandose sobre mí y cegándome; volvió la claridad cuando logré discernir la ubicación de cada uno. Mi tobillo era probablemente el más doloroso, casi ardía y sin embargo no lo podía mover, algo lo inmovilizaba. La piel de mi pierna se sentía tirante y peligrosa a desatar un dolor más intenso cada vez que la movía,  las articulaciones de mi cuerpo estaban entumecidos y mis huesos dolían del cansancio ante el contacto de la superficie plana y dura donde estaba acostada, supuse que hace bastante estaba allí. Detecté un corte pequeño en mi labio inferior, hinchazón alrededor de éste y un ténue calor irradiaba mi piel en esa zona. ¿Qué era ese dolor? ¿Qué me había pasado?

De repente mis dolores comenzaban a generar imágenes, recuerdos un poco borrosos e inconclusos.

Ah, el arquero. Él había sido el causante de...

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