•Siete•

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Pasó un año hasta que volví a trabajar con Clint Barton.

Durante ese tiempo, nuestro "vamos a permanecer en contacto" disminuyó a tal grado que lo que empezó siendo llamadas diarias, terminó por un mensaje por semana. Al principio nos poníamos al tanto cada vez que uno finalizaba una misión y el otro estaba libre, había bastante que contarnos, especialmente de mi parte, que mi nuevo camino de agente independizada de SHIELD me daba mucho de qué hablar; comenzaba a tener una mejor relación con mis compañeros, acceso a lugares e información clasificada que antes ni de broma me daban, mejor equipamiento y lo mejor de todo, de a poco Fury apostaba su confianza en mí. Barton, por su parte, me relataba sus misiones, algún que otro chisme que salía a la luz de la agencia y me preguntaba cómo estaba, y si me sentía comoda. Cuando a mí me tocaba hacerle las preguntas sobre su vida personal, sus respuestas eran muy breves.

Pero luego las misiones se volvieron más largas, tanto que abarcaban varios días, incluso hasta semanas; yo estaba más cansada y Barton constantemente estaba ocupado. En ese acotado tiempo que teníamos para hablar solo lo usábamos para preguntar cómo iba todo, y si estábamos bien. Las llamadas se volvieron mensajes esporádicos, y en parte me aliviaba, porque más seguido hablaba con él, más me daba cuenta que esa sensación de vacío y angustia que crecía en mi pecho cuando charlabamos eran solo síntomas de extrañarlo.

No me había dado cuenta que tan arduo y largo se habían sentido esos meses hasta que volví a la central de Washington, esa mañana que Fury me había llamado a su oficina y me encontré con la grata sorpresa de que el arquero también estaba ahí. Comenzaba, según el director, una temporada intensa de misiones latosas y complejas. Misiones de dos hombres. O en este caso, un hombre y
una mujer.

Durante ese entonces todo contacto que habíamos perdido se recuperó, y afianzamos nuestra relación, que empezaba a tomar tonalidades más claras para mí; podría decir que en ese entonces me di cuenta que Clint Barton se había vuelto en mi mejor (y único) amigo. Las misiones eran difíciles, pero se habían vuelto muy monótomas e incesantes. Aburridas. Lo que realmente valía la pena contar eran esa linda costumbre que habíamos tomado de salir a donde fuera, solo para pasar el tiempo fuera de SHIELD. La primera vez que salimos sin que tenga nada que ver relacionado con la agencia—y ahí fue cuando comenzó todo— fue cuando Barton se acercó a mi habitación solo para decirme que se había ganado un cupón de 2×1 en su cafetería favorita (de las tantas veces que consumía ahí, aparentemente) y que quería utilizarlo conmigo. Accedí al instante, pero comenzaba crecer ese temor en mí a medida que nos acercábamos al local de que quizá mi relación con Barton se basaba, sostenía y solo funcionaba en relación a SHIELD. Sin  SHIELD de por medio por primera vez, ¿qué iba a pasar?

Me di cuenta esa tarde que salidas como esas, con ese hombre de compañía, se habían vuelto sin duda mis favoritas. Y que por alguna razón ese café le gustaba tanto a Barton, era muy rico.

Y así luego de cada misión, cuando teníamos tiempo de sobra, recorriamos el país en donde nos encontrabamos, visitábamos cafeterías nuevas, los puntos turísticos más relevantes, cenábamos ocasionalmente o sí permanecíamos en nuestro país, simplemente dábamos una vuelta por la ciudad, por los parques o íbamos al cine.

Volviendo de una misión, noté que esa noche, Clint no estaba de humor para salir. Había veces en las que, cuando regresamos muy tarde, Barton se iba a su casa a descansar los días correspondientes que nos daban, yo me quedaba en el establecimiento, pero sinceramente esperaba que esa vez fuera una excepción.

Ambos ingresamos a nuestro compartimiento para cambiarnos nuestros trajes, la misión no había sido difícil, pero sorpresivamente, a Barton lo habían herido. Nada grave, pero muy poco común en él.

13 BULLETSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora