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No mucha gente ha leído esta historia, pero a los pocos que lo han hecho: gracias!

(En el capítulo anterior he modificado un par de palabras que estaban mal escritas, pero sigue igual que antes).

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El lunes apareció Tyler con mi calcetín, limpio eso sí.

- Toma, ya eres libre – me dijo.

- ¡Bien! Soy un elfo libre - exclamé siguiéndole el juego. Él se quedó momentáneamente asombrado y luego rió. Supongo que pensaba que me tomaría a mal que me llamara elfo, pero estaba acostumbrada a cosas peores. Además prefería pensar en los elfos de "El señor de los anillos", esos tan guapos y elegantes.

Al terminar las clases esperé a mi madre en un banco que había por detrás del instituto. Estaba tan enfrascada en mi móvil que no lo noté hasta que se sentó a mi lado. Sin decir nada sacó de la mochila su ebook y el libro de Los juegos del hambre, el cual me tendió. Busqué la página en la que me había quedado el otro día en su casa y comenzamos a leer. Como me dio hambre saqué de mi mochila un pequeño tarro y le ofrecí.

- ¿Qué es eso? ¿ajos?

- Sip. Ajos encurtidos.

- ¿Tú comes eso?

- Sip. Están ricos. Toma, prueba.

- ¡No!

- Pruébalos. Ya verás que te gustan.

- No – seguía diciendo él, pero yo no me iba a rendir.

- Vamos. No seas cobarde.

- Que no. Menuda peste. ¿Quién va a querer besarte después de comer eso?

- Bueno, un vampiro seguro que no. Pero a mi gato parece que no le molesta mi aliento.

Él rió mientras seguía negando con la cabeza.

- Vale, no insisto más. Tú te lo pierdes.

Él se relajó pensando que había ganado. Cuando estaba despistado leyendo y fue a comentar algo le metí uno en la boca y se la tapé con ambas manos para que no lo escupiera. Como Katniss con Peeta en la cueva. No le quedó más remedio que masticar y tragar. Hizo una mueca de asco pero fue fingida, creo.

- ¿A que está bueno? - le dije sonriendo.

- No, para nada. Sabe fatal.

- Venga, si te ha gustado, que lo sé. Toma otro.

- No.

- Vale, sigamos leyendo.

Me concentré en el libro pero vi por el rabillo del ojo como cogía un ajo disimuladamente y se lo comía. Bien, había conseguido otro adicto a los ajos. Nunca conseguía que le gustaran a nadie, Raquel me miraba mal cada vez que los comía y me mandaba lejos de ella y mis padres respetaban mis gustos pero jamás se atrevieron a probarlos. Una vez conseguí que Adrián comiera uno pero lo escupió y no paró de enjuagarse la boca durante una hora. ¡Exagerado!

Enseguida Tyler se tuvo que marchar, le devolví el libro y fui a buscar a mi madre.

Al día siguiente repetimos. Él apareció con los libros y yo con ajos. Esa se volvió nuestra rutina al salir de clase. Pronto acabamos el primer libro y pasamos al segundo. Ese rato de lectura se nos pasaba muy rápido. Siempre íbamos a la par con los capítulos para poder comentarlos y no leíamos si no estábamos juntos. Cuando estábamos a mitad de Sinsajo decidimos hacer cada uno una lista con libros que queríamos leer para encontrar alguno que nos gustara a los dos y continuar con nuestro hábito.

¡No eres Peeta!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora