Capítulo #30: El truco del consejo indirecto

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Si se trataba de viajes escolares, Suga tenía la tendencia de quedarse dormido mucho más rápido que Daichi durante el trayecto. No le había hallado explicación alguna, pues era algo que variaba bastante en otros casos, como cuando se quedaban hasta el día siguiente en casa del otro. Solo recordaba dos veces en las que él fue quien se quedó despierto por más tiempo, y ambas tenían una característica en común: había sido su amigo quien reclamase el asiento al lado de la ventana. ¿Ver más de cerca y sin un cuerpo de por medio al paisaje que dejaban atrás era un somnífero para él?

Esa segunda vez había sido hacía solo unas horas. Recién partían hacia Tokio para un fin de semana de práctica —el primero de dos que tendrían antes de las eliminatorias— y el moreno ya había caído rendido en su silla. ¿Qué tan agotador fue su día para eso?, ¿o acaso era obra de las flores robándole energía? Suga solo quería verlo dormir como casi nunca le era posible, pero sus preocupaciones eran más audibles en su mente que el encanto por su ligero cabeceo.

Cada vez que mostraba síntomas, era imposible evitar calcular cuánto le restaba para alcanzar el límite mínimo de la enfermedad. Ya a inicios de septiembre, la cuenta regresiva era casi alarmante con su cantidad menor de dos meses por esperar. Parte de lo aterrador del asunto era que cumpliría el medio año de ser un vivero andante en los días de los partidos oficiales, en media competencia por clasificar a las Nacionales. Deseaba que se curara antes de eso, ¿qué tan terrible sería jugar por tres días seguidos con la fatiga y dificultad respiratoria que daba el hanahaki? Además, sería una excelente manera de elevar su moral para esos momentos decisivos para el club —aunque podría llegar a derrumbar la suya si resultaba estar enamorado de cualquier otra persona; no importaba tanto, no era un regular cuyo ánimo afectase al rendimiento grupal—.

Si existiera una manera infalible de enamorarse en menos de ocho semanas, Suga habría considerado implementar el plan para lograrlo. Solo necesitaba un pequeño empujón más para zambullirse de lleno, una pizca más de confianza en que no era una locura exponerse a ser el próximo en toser flores si sus suposiciones eran fallidas. Como no podía obtener respuestas en ese instante, prefirió lo sencillo: observar a Daichi en su descanso en lo que él se le unía y tratar de no pensar de más.

Envidiaba lo mucho más pesado que era su sueño. Transitaban una calle llena de reductores de velocidad y ninguno de los repetidos saltos espabiló al capitán. Con tan pocos minutos desde el cierre de ojos, Suga estuvo seguro de que habría despertado de haber sido él en su lugar. Tenía los brazos cruzados y la boca apenas abierta, solo le faltaba roncar para demostrar qué tan lejos estaba de la consciencia.

Estaban tan cerca, habría sido muy fácil hacer cualquiera de las cosas que venían a su imaginación a medio camino del amor, como entrelazar sus dedos si alguna de las manos no hubiese estado detrás de sus codos o acariciar su muslo. Echó un vistazo a su alrededor para confirmar que nadie lo mirase. También dio dos toques a su hombro para asegurarse de que sí dormía lo suficiente para no responder un llamado. Ya tranquilo por saber que su acto no sería desenmascarado, cerró los ojos y esperó el coro de la primera canción que se le ocurrió cantar en su mente para balancearse hasta que su cabeza reposó en el hombro izquierdo de Daichi.

No era lo más cómodo —¿dormir sentado lo era?—, pero era la mejor manera de silenciar sus pensamientos. Era lo más cercano a dormir con Daichi que tendría por el momento —o en su vida—; solo esperaba mantener la boca cerrada para no babearle encima.

Tuvo un inesperado despertar una vez en el destino. Por lo general, esos días se levantaba repentinamente con los gritos de Ukai avisándoles a todos que debían bajarse; en cambio, esa vez fue más acolchada. Hubo una voz suave y firme a su derecha que no comprendía al inicio, luego fue ganando claridad conforme la somnolencia abandonaba a sus oídos.

Cuando las flores hablen por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora