Capítulo #28: Cambio de ambiente

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Daichi despertó con un descubrimiento bastante triste. Se había quedado a dormir en casa de Suga por primera vez en un tiempo y, aunque despertar primero que él era un encanto visual de unos minutos, la comodidad que sentía en ese lugar ajeno era plena e incorrecta. Era feliz en un hogar tan cálido y acogedor como el de los Sugawara, mucho más de lo que había sido en el último mes y tantas semanas en el propio.

Fuera malinterpretaciones, Daichi no sufría en su casa. De hecho, agradecía haber nacido de una madre amable y dedicada y de un padre trabajador y algo estricto, pero la fuerza de la personalidad de su padre resaltaba cuando no estaba de acuerdo con algo, provocando que el ambiente se hiciera pesado mientras el descontento durase. Era poco común que él fuese el culpable de ese estado anímico, dada su responsabilidad y buen comportamiento en general; de ahí que no estuviese acostumbrado a la incómoda sensación de ser el causante de la molestia. En casos así, unas simples disculpas sinceras bastaban para alivianar la situación, sin embargo, no existía esa opción para algo que no podría cambiar y que tampoco había hecho a propósito.

Era cierto que ningún Sugawara sabía de su sexualidad, pero, con solo ver cómo habían aceptado a su amigo y cómo nada sufrió alteraciones a partir de la confesión, estaba seguro de que él correría con la misma suerte y seguiría siendo igual de bienvenido. En cambio, cuando su padre estaba presente, llegaba a sentir que no era bien recibido en su propia casa. Era mucho mejor cuando solo eran su madre y él; buscaba evitar los lugares donde el hombre solía estar sentado en las noches y fines de semana para ahorrarse posibles malos ratos, limitándose a interacciones que fuesen estrictamente necesarias.

Daichi se sentía más a gusto en un hogar ajeno o cuando el suyo no estaba completo. ¿Desde cuándo eso era correcto? ¿Desde cuándo despertar y recordar que su padre regresaba esa tarde le sacaba un suspiro cansado?

Para quitarse el desánimo de encima, levantó el torso del futón para quedar sentado y a la altura suficiente para confirmar que Suga seguía soñando. Se había quedado dormido de lado y con la sábana hasta la cintura esa vez, dándole la cara a él. Sonrió como cada vez que tenía la oportunidad de que su rostro fuera el primero que viera esa mañana. Se preguntó si algún día podría verlo más de cerca, tanto, que solo estirar el cuello bastaría para besarle la frente o el lunar; si en el futuro podría descansar con él en sus brazos y las piernas entrelazadas; si podrían definir cuál era el lado de la cama de cada quien.

Desde que se enfermó, imaginar cómo sería su vida con Suga como su pareja se había vuelto agridulce. Su pecho se bañaba en calidez al mismo tiempo que su corazón se estrujaba por la posibilidad de que la fantasía jamás subiera de nivel, a la realidad. Según su estado de ánimo, alguna de las sensaciones predominaba. Las primeras semanas fueron café y cacao puros con momentos de limones y naranjas sin azúcar; ahora, con el avance de cuatro meses, sabía más a frambuesa y a chocolate un poco amargo. Ese momento en específico era de una cucharada de miel con unas cuantas gotas de limón.

Se reencontró con sus ganas de acariciarle el cabello. No sería tan complicado. Suga dormía cerca de la orilla, por lo que no tendría que estirar tanto el brazo para alcanzarlo ni apoyarse del colchón para mantener el equilibrio. Solo haría falta acercarse medio metro más y arrodillarse. Si despertaba, diría que le había quitado una pelusa. Casi decidido, se desarropó.

—Oh, estás despierto. —Un susurro a sus espaldas lo paralizó en el punto, excepto por su cuello, que giró a ver a la mujer en la puerta entreabierta.

—Sí. Buenos días —saludó en voz aún más baja por su cercanía al durmiente. Esperaba que el volumen impidiera que la mediana vergüenza fuese notable.

—Venía a despertarlos para que les diera tiempo de bañarse antes del desayuno, pero aprovecharé que ya te has levantado para hablar contigo.

—¿Hablar conmigo? —Arqueó las cejas.

Cuando las flores hablen por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora