Una lluvia demasiado fuerte encerró a Suga en la residencia de los Sawamura hasta el día siguiente. Estuvo dispuesto a caminar bajo un paraguas prestado, pero el rugir de varios truenos esfumó cualquier intención de regresar a su casa. Un aviso por mensaje a su madre y una respuesta después, se cambió el uniforme por ropa cómoda —algo grande— para la noche. Solo había ido a explicarle a Daichi algunos ejercicios de Matemática que no le quedaron claros en clase; acabó cenando y preparando el futón donde dormiría.
Por esos días, Suga estuvo tratando de examinar sus sentimientos solo para descubrir que no tenía manera de medirlos con precisión, ni siquiera contaba con un punto de referencia. Ya conocía la diferencia entre querer y gustar, ¿qué había con la de gustar y amar? ¿Cómo sabría que estaba enamorado? ¿Cómo se enteraría de que su gusto había ido un paso más allá?
Era la segunda mitad de la primera semana de octubre, mes en el que Daichi cumpliría los seis meses de enfermedad y en el que, según el pronóstico, podría avanzar a la etapa final. Estaba preocupado. Nadie más mostraba señales de estar enamorándose de él y aún no confirmaba si le gustaban los hombres siquiera. Si se había equivocado al darles rienda suelta a sus sentimientos, la situación no iba a ser buena para su amigo. Si estuvo en lo correcto, quería estar seguro de que era amor lo más rápido posible, ya que evitaría una confesión en falso. No saber cómo cerciorarse entorpecía sus planes, llegaba a angustiarle.
Aprovechándose de que los pensamientos eran intransferibles, Suga se perdió en esas ideas luego de cepillarse los dientes. Sus dudas seguían destacándose en su mente justo antes de dormir, al punto de llamar la atención de Daichi, que estaba por apagar la luz.
—Estás pensativo desde hace rato. ¿Sucede algo? —Alejó su mano del interruptor.
—¿Cómo sabes que estás enamorado? —No apartó la vista de la pared de al frente.
—¿Qué? —El tono desprevenido en la pregunta lo hizo percatarse de lo que había dicho.
—¡Ah! No, nada. Olvídalo —se retractó con apuro. Desvió la mirada a un lado, hacia la cama.
—Ya te escuché, solo me tomaste por sorpresa —explicó. Notó por el rabillo del ojo que se acercó hasta sentarse sobre el futón, en ese espacio donde se suponía que debían estar sus piernas, pero que estaba vacío porque Suga también estaba sentado.
—No tienes que responder si te incomoda. —Sacudió las manos en el aire entre ellos.
—Quiero saber por qué lo preguntas. ¿Es eso lo que pensabas?
—Sí, era eso. —Se resignó a que tendrían la conversación que empezó inconscientemente.
—¿Y eso?
—Curiosidad. —Se encogió de hombros, tratando de restarle importancia—. ¿Cómo te diste cuenta de que amabas a quien sea?
—Ya te he dicho que no sé el momento exacto.
—Lo sé, lo sé. No me refiero a cuándo se volvió amor, sino a cuándo supiste que lo era.
—Ah... —Daichi miró a la derecha mientras pensaba. En medio de su inseguridad, resaltó una disimulada sonrisa de su boca abierta—. Solo pasó, ¿de acuerdo?
—Hm —rezongó. Demasiada inexactitud para su gusto—. ¿Y qué diferencias hay?
—Además de que el sentimiento es más fuerte, supongo.
—Claro —afirmó, casi exasperado. Aún no podía creer que estuvieran hablando de temas personales cuando debían estar durmiendo.
—Es un poco complejo.
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Cuando las flores hablen por él
FanficCualquiera dudaría la existencia de una enfermedad provocada por amar sin ser correspondido, y mucho más si esta hacía crecer flores dentro de la persona desdichada. Suga estaba convencido de que era un cuento más que su madre le relató de niño, per...