Éramos amantes en noches de pasión y lujuria, nuestros cuerpos pedían a gritos a el otro y los labios callaban en espera de otros besos húmedos. En cada visita entregábamos todo de nosotros y liberábamos esos demonios con tanta fuerza que desgarraban nuestra alma, nuestras pieles chocaban con la fuerza de un meteorito al caer a la tierra, y con tanto placer calmábamos la necesidad de saciarnos mutuamente. Mi lengua recorría por sus piernas y entre ellas, mientras, veía como se estremecía y se erizaba cada centímetro de su piel, sus manos siempre necias tocaban todo mi cuerpo como buscando algo muy valioso, al mismo tiempo gemía a mi oído, causa de los rozamientos fuertes de su pelvis y la mía, pronto llegaba un enorme silencio que daba paso a nuestra máxima excitación, y con ella, el clímax.
Todo era perfecto, pero alguno de los dos se tenía que ir.