Capítulo 1

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Era una mañana muy cautivadora la que me recibía, a través del cortinado esmeralda reverberaban los cálidos rayos solares.

Cuando el despertador comenzó a chillar, lo iría a hacer continuamente hasta descomponerse si no lo fuera desactivado, quizás sólo sea un molesto o realmente haga bien su trabajo.

Aparté las cobijas y salí de un salto fuera de la cama.
La noche anterior estuve muy ansiosa y algo nerviosa, después de todo, esto requería más disciplina que trabajar por medio tiempo en la tiendita de Mae de "niña convincente" o en el pequeño café de la tía de camarera o de contadora retrasada.

Vivo en un departamento de la calle 8-G, no muy grande, con un mobiliario moderado y funcional, todo lo que me permiten mis ahorros, los subsidios de mis padres ya no los recibo, es por eso que debo encontrar trabajo lo más pronto posible para vivir o sobrevivir dependiendo cuál sea mi ganancia, si no lo consigo la ansiedad me consumirá y mi nivel de estrés no tendrá fin, con los impuestos, la comida, la renta entre otros gastos necesarios.

Abrí el cajón encima del tocador, busqué la barra dentífrica, y el cepillo dental.

Mentras me cepillaba los dientes frente al espejo, la chica reflejada no apartaba los ojos, apenas parpadeaba, tenía la cara pálida y carente de maquillaje, sin expresión, y sin embargo el sueño se le notaba por los costados.

Escupí, me lavé la cara y procedí a tomar una ducha ligera.

Tenía que estár lo suficientemente decente y despierta para causar una impresión positiva.

Para mi vestuario elegí un vestido bermejo disperso, cómodo y decente, lo acompañé con una americana corta, me preparé algo tan simple como tostadas con mermelada de durazno.
Sentada en una silla frente a la mesa, alcé la mirada hacia el reloj de la pared, el minutero pareció pasar raudo como la aguja de los segundos, ¿En qué momento el reloj se volvió loco?, aceleré mi ritmo, tomé un sorbo de té, después de asir mi pequeño bolso rojo tomé la iniciativa de salir del departamento.

Tenía un Mercedes, mi padre me lo había regalado meses atrás, agradecía y amaba con vivacidad aquel auto, y en suma, por ser un obsequio genuino de papá.
Me llevaría a la sede de alguna empresa donde requerirían de mi trabajo.

La vía estaba despejada, contrariamente a la congestión de tránsito que imaginé infaltable como un prejuicio, convenientemente crucé la cuarta transversal y en el proceso, en lo alto aviste la muy conocida empresa.

Luego de aparcar, me dirigí a la sede principal del multinacional, un enorme edificio de veinte plantas, una beldad arquitectónica, todo él de vidrio y acero, y con las palabras PEOPLE en un discreto tono metalico, en las puertas acristaladas de la entrada.

Entré en el inmenso —y francamente intimidamte— vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca.
Del otro lado de un sólido mostrador de pierda, me sonreía amablemente una chica rubia, atractiva y muy arreglada. Llevaba una amercana gris oscura y la falda blanca más elegante que había visto jamas. Estaba impecable. 

—Buenos días. Quiero saber si hay un campo de trabajo libre, soy economista.

Aparentemente dió revista al ordenador, cogió el teléfono y realizó una lacónica llamada, mientras me quede petrificada esperando.

—Sí. En el nível 18 el jefe Kim Jin, en su oficina, te atenderá y verá si puede crearte un contrato. El elevador y las escaleras están al final del pasillo,cuando estés en el piso 18, en cuanto salgas del elevador hallarás la oficina del jefe—Sonrió cordial.

—Gracias...—Le sonreí también dejando muy por debajo la sensación de incomodidad.

Emprendí un camino por el pasillo y su piso de mármol color negro tan lustroso. En las paredes colgaban cuadros variados, carteles diseñados especialmente para la empresa, entre otros logotipos e isotipos que me resultaron muy ajenos.

Luego del recorrido por aquél corredor suntuoso, y cabe mencionar todas las miradas perspicaces y casi acusativas de algunos empleados, oficinistas,  secretarias, negociadores y quién sabe qué más; me encontré frente al amplio elevador, igual que la recepción, de paredes acristaladas, y en la pared contraría las literalmente infinitas escaleras, junto al ascensor un sofá tapizado de armiño, y al lado del mismo una mesilla color índigo, encima un jarrón de porcelana con flores del Japón.

Presioné el botón derecho del elevador, y esperé calmada escuchando la conversación de unos señores parados al final en el ventanal, en un par de dos segundos, se abrieron las puertas, entré y eludí la tentación de ver hacia abajo.

En el proceso de cierre del portal, una mano fina y larga se interpuso, sin dificultad entró antes de que se bloquearan.

Alto, de cabellos azabache, con un talante de serenidad y seguridad, tal, como el de un felino, ataviado con un traje oscuro y sumamente formal.
Me mantuve firme, pero ciertamente la situación me causaba un tanto de nervios. Percibía la sensación de estarme mirando, no obstante, cuando me atreví a mirarlo, no sin reserva, él no lo hacía, miraba hacia adelante, poco después miró su reloj de mano, el corto tiempo allí y el silencio total, irónicamente me impacientaron; hasta que ambas puertas se deslizaron, fui la primera en salir, de modo que él igualmente lo hizo, poca importancia debía sentir.

Entonces decidida golpee no sin calma, la puerta, allí me quedé, balanceándome ligeramente en mis talones, esperé y esperé un poco más, nada. Ninguna respuesta. Ningún sonido detrás de aquella puerta, volví a golpear; y nuevamente nada sucedió, me sentí frustrada.

—Disculpa...–Escuché detrás de mí, un tono grave, y suave en el fondo.

Me volví, oh, era él, el chico del elevador.

—¿Si?, Emm, ¿Sabes si el jefe está en su bufete o tiene alguna conferencia?

–No. Soy yo a quien buscas.–Me dijo, mirándome fijamente.

Me aparté en interludios escépticos, mientras le observé cómo procedía a abrir la puerta de su oficina, con su largos, pálidos y finos dedos en el pórtico, me instó a que entrara primero, luego imitó mis acciones y cerró la puerta, abrió las persianas que brindaban a la habitación la armoniosa luz del día y la vista espectacular de la ciudad.

—Tome asiento, por favor.

Me senté en la cómoda silla con respaldo, delante del escritorio, éste aparentaba 4 metros de largo, de color negro y plata.

—Bien...–Inició vagando por el costado derecho de la mesa, con un lapicero en mano.– Su nombre.

—Jisoo, Kim Jisoo.

—Jisoo.–Saboreó, observó su lapicero y se sentó con un toque de elegancia en la silla giratorio detrás del escritorio.– Cuénteme, Señorita Jisoo... ¿Está usted casada?

Esperaba mucho menos.

–No.

–¿Hijos?

–No.

–En esta empresa, señorita. Debe saber que trabajamos y empleamos a gente responsable, seria y consolidada con su trabajo. ¿Alguna recomendación por parte de un tercero?

—Sí. Mi padre, años atrás trabajó aquí, como encargado de finanzas.–Mencioné.

Rebusqué en mi bolso y le extendí mi currículum vitae.

Pude notar el detalle de un lirio en la negrura de sus ojos, durante miraba y analizaba el texto.

—Veo, Jisoo. Que tiene potencial, ¿Lo sabía?–Y me ilusioné tan fácilmente–. Pero, debe aprender mucho todavía.

¿Estaba jugando conmigo, o refería un punto concreto?

–Noto que es usted totalmente inexperta.

–Tiene razón. No tengo años de experiencia, mas, le garantizo estar dando todo de mí.

—¿Está expuesta políticamente?

Y de este modo la entrevista continuó por unos largos minutos, hasta que salí de allí. Qué despacho tan asfixiante y agradable al mismo tiempo, me afirmó con certeza que me llamaría, la consigna aplicada a todo sitio.

Esa misma noche, recibí una llamada, por encima de las ocho, él personalmente se molestó a realizarla y confirmarme mi nuevo puesto en el multinacional.

Enamorada De Mi Jefe (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora