Capítulo XIII

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     No puedo ver nada. Estamos en una habitación oscura y la pesada puerta se cierra cuando los cuatro, Flareon y Diamond estamos dentro. Ahora nuestra única iluminación son las llamas que rodean el cuerpo de Flareon, pero no sirven de mucho ya que es un Pokemon muy pequeño.

     —Tiene que haber algún interruptor —dice James y lo escucho alejarse.

     Me imagino que está tocando las paredes para buscar cómo iluminar la habitación. Me pregunto qué hay aquí dentro que Lucario no quiere que veamos. ¿Una trampa, quizá?

     — ¡Lo encontré!  —Dice James y su voz resuena con un eco—. ¡Es una palanca!

     — ¡No toques nada, Harrison!  —grita Sheryl y casi me deja sorda.

     James tira de la palanca y las luces de la habitación se encienden. Estamos en un sitio circular y al centro de la habitación hay un… ¿Es un ascensor? Un ascensor transparente que sube al que debe ser el siguiente piso. Pero para impedir que alguien se acerque al ascensor, hay un camino lleno de púas metálicas que salen del suelo. Hay otras más en el techo y todo el suelo está cubierto por dos centímetros de agua.

     —Vamos a morir —dice Sheryl en voz baja.

     — ¿Cómo podemos llegar al ascensor?  —pregunto.

     Pero al fijarme bien en el ascensor me doy cuenta de que no es tal cosa. El tubo de cristal que sigue a la siguiente planta no es más que eso, un tubo de cristal. Y la puerta está cerrada a cal y canto, con cadenas y un candado de cobre.

     James saca una moneda de su bolsillo y la lanza contra las púas del suelo. La moneda cae entre dos de ellas y nada ocurre.

     —Bien, no pasará nada si pasamos entre ellas —dice James—. Sólo tengan cuidado de no tocarlas.

     Asentimos. Flareon vuelve a su Pokebola a Diamond sube a mi cabeza. ¿Qué le ocurre? ¡Me será imposible avanzar con él equilibrándose sobre mí!

     —Tú primero, Perla —dice James—. Eres la más delgada y pequeña, debes ir primero.

     Sólo soy diez centímetros más baja que tú, idiota.

     Como sea, asiento y empiezo a avanzar entre las púas. No tienen ningún orden específico así que tengo que dar pasos largos y luego más cortos para esquivarlas. El agua del suelo no ayuda, siento que pronto resbalaré y moriré con una de esas púas clavada en mi cuello.

     James viene detrás de mí, luego sigue Sheryl y Onyx cierra la marcha. La puerta queda demasiado lejana y por alguna razón siento un miedo infernal al pensar en lo que ocurriría si acaso llego a chocar con alguna de las púas.

     Y los nervios me traicionan pues resbalo con el agua y James me toma por un brazo para evitar que caiga. Sin embargo, mi talón derecho golpea la base de una de las púas. Nos detenemos en seco cuando escuchamos ese sonido metálico sobre nuestras cabezas. Levantamos la mirada y vemos que las púas del techo están comenzando a descender sobre nosotros.

     ¡Cantidad de trampas he encontrado! Todas relacionadas con dardos venenosos, incluso vi un par de trampas de osos ocultas cerca de frutas colocadas a propósito. Sin duda la Elite pretendía que Perla intentara tomarlas y perdiera el pie. ¿Qué pasa con esos Entrenadores sádicos?

     —Cuidado, Ninetales —le advierto a mi Pokemon cuando lo veo avanzar sin mi permiso.

     Hay que andar cuidando cada paso que damos si no queremos perder un pie.

     O algo más.

     Estiro los brazos por encima de la cabeza luego de desactivar otra de las trampas. Es una mina que estalla y dispara una ráfaga de dardos envenenados. Me enjugo el sudor de la frente con el antebrazo derecho y aprovecho la pausa para recoger mi cabello en una coleta. Estoy exhausta.

     —Parece que estás ocupada, Skyler.

     Mierda.

     Me giro lentamente para encarar a Max Roosevelt. ¿Sólo Max? ¿Dónde está Jackie?

     — ¿Renunciarás a la Elite?  —Me recrimina Max—. ¿Después de todo lo que hemos hecho por…?

     Pero no me detengo a charlar con él. Le lanzo los dardos envenenados que aún sujeto con la mano derecha y éstos se clavan en el pecho de Max. Él cae al suelo, convulsionándose, y yo subo de un salto al lomo de Ninetales para alejarme.

 

     James me toma de la mano para hacerme correr a su ritmo. Onyx hace lo mismo con Sheryl. Pero con cada paso que damos, seguimos chocando contra las púas. El agua nos hace resbalar y pronto estamos gritando. Las púas del techo bajan con más y más rapidez.

     — ¡Yo te elijo, Graveler!

     El Pokemon de James sale de su Pokebola para ayudarnos a ganar tiempo. Sujeta las púas del techo para impedir que sigan bajando y nosotros aprovechamos para llegar hasta la puerta. Ni bien colocamos nuestras manos sobre ella, las cadenas se rompen y podemos entrar. James llama de vuelta a Graveler y las púas terminan de caer, provocando un estruendo. Entramos entonces en el tubo de cristal y la plataforma sobre la que estamos parados comienza a subir. 

Pokemon II: El Templo de LucarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora