17. Decisión

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175 d.Conq.

A L E C


Observó en derredor suyo a las personas que le observaban críticas, a su familia esperando que lo consiguiera, a Magnus quien le contemplaba con intensidad desde el palco del Polideportivo de las Nubes.

Todas las personas de gran auge económico y de familia privilegiada habían asistido a ese momento tan esperado por la sociedad aristócrata de los ángeles. Aquel era el día en el que se mediría la fortaleza del que iba a ser el nuevo rey, el día en que mostrase sus virtudes como ángel.

Alec se situó en el centro del hemicírculo, solo vestido con unos pantalones grises de lino. Las nubes acariciaban sus pies desnudos, produciéndole cosquillas, y podía apostar que su pecho estaba sonrojado por la vergüenza que le causaba que todo el mundo no apartase la mirada de él en ningún momento.

Antes de su entrada solemne, las personas presentes habían estado conversando y picando por ahí y por allá del pequeño banquete que se había organizado para la esperada ocasión. Pero en el momento en el que pisó la sala, esta se sumió en un silencio sepulcral. Le causaba nerviosismo y quiso empezar a jugar con la tela del pantalón, pero quedaría poco elegante ante los que le miraban con expectativas.

—Alexander II de la casa Lightwood, heredero al trono de los ángeles y futuro Rey Ángel —pronunció su madre, haciendo que las palabras hicieran eco en las paredes brillantes a la luz del día que se colaba por el espacio abierto al cielo del techo—. Yo, Maryse I de la casa Lightwood, regente del trono de los ángeles y madre del Príncipe Ángel, doy por comenzada tu prueba final de vuelo. ¿Conoces las normas?

Si toco el suelo, mal. Si rozo mis alas con cualquier superficie, mal. Si pierdo el equilibrio, mal. Repitió Alec en su cabeza como un mantra. Si lo fastidio todo, adiós a mi corona y a mi trono.

Alec asintió en silencio, mostrándose imperturbable ante el magistrado que le iba a juzgar y calificar. Si aprobaba aquel examen, en menos de una semana le coronarían rey. Si no, tendrían que esperar otro endemoniado año para repetir la prueba y el vacío de poder sería horrible para la guerra que se avecinaba. Alec tenía aquello muy presente.

Maryse dejó caer un tapiz del borde del palco y este se desenrolló hasta dejar ver el escudo de los ángeles, aquel en el que la espada de Angélico el conquistador se unía con el árbol de la sabiduría se unía con el de Angélica la Sabia. Alec estudió el dibujo, no pudiendo evitar pensar lo diferentes que eran aquellos trazos de los verdaderos rasgos de los hermanos y lo mal que estaba aquella representación después de lo que había descubierto hacía meses en el templo de las vestales.

—Puedes alzar tus alas, Alexander.

Alec arqueó su espalda y recordó las lecciones de Silvia: respirar hondo y formar en su mente la imagen de suaves alas extendiéndose con lentitud y cuidado. Hizo eso mismo, canalizando la energía divina que corría por sus venas al centro de su cuerpo, donde se formó un cúmulo de fuerza que electrizó cada nervio expectante de su anatomía. Por un segundo, no pudo respirar, porque su cuerpo se contrajo y sus huesos crujieron al moverse en el interior de su cuerpo. El esqueleto de sus alas rompió la carne de su espalda, extendiéndose con el sonido agridulce del material rozando la piel abierta. Gimió por el dolor y apretó los dedos en la tela de sus pantalones, para luego calmarse al sentir la reconfortante suavidad de las plumas goteantes de oro contra su espalda.

Todos jadearon, pues seguramente habían oído los rumores sobre sus alas, tan grandes como las de Angélico, tan fuertes como las de mil caballeros del Cielo juntas. Alec alzó la cabeza, orgulloso de ellas, y flexionando las rodillas, se impulsó sobre las plantas de sus pies y echó a volar.

Angel with a shotgun « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora