13. Búsqueda

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175 d.Conq.

A L E C


Alec vio cada mañana a través de su balcón como poco a poco la nieve que cubría los jardines del castillo se derretía y dejaba paso al sol de la primavera que hacía florecer los capullos de distintivos y brillantes colores. El frío se alejó, haciendo que los armarios volvieran a mudar de ropa. Los insectos revoloteaban por el aire, el olor de las flores embotaba el olfato. Antes de que se diera cuenta, seis meses habían pasado y, como el invierno, la primavera empezó a desgañitarse y el verano se encontró a la vuelta de la esquina.

Las puertas del balcón estaban abiertas. Sus flores favoritas, teñidas de un azul intenso, estaban acompañadas por el revoloteo de dos mariposas de color blanco. El sol brillaba en el amanecer a lo lejos y calentaba templadamente la piel del cuello del ángel.

Escuchó a sus espaldas el arrastre de sábanas y un bostezo familiar. Sonrió sin poder evitarlo y se giró para mirar al hombre que descansaba en su cama.

La piel de Magnus estaba escondida en las sombras del dosel de la cama, su torso desnudo descubierto por las sábanas. Su cabello estaba disparado en todas las direcciones y un pequeño rastro de bello oscuro había empezado a alfombrar su barbilla. Era hermoso por cualquier lado por el que se le mirase. Y Alec estaba tan, tan enamorado.

—¿Qué hora es? —preguntó Magnus con voz ronca y somnolienta. Alec se había acostumbrado a aquella voz, y le gustaba tener presente aquel pensamiento.

—Las ocho.

—Es muy pronto —gruñó Magnus, aún con los ojos cerrados—. Vuelve a la cama.

Alec caminó despacio hasta tocar con sus rodillas el borde de la cama. Observó más de cerca el cuerpo del guardián: su mandíbula cuadrada, su piel salpicada de lunares, los músculos de su abdomen, la protuberancia que escondían sus pantalones de algodón. Quería tocarlo, amarlo, quería sentirlo en cada fibra de su ser. Pero aún no habían pasado más allá de la línea de los besos, asustados de lo que fueran a desencadenar.

Levantó una rodilla y la descansó sobre el colchón, dudando de la siguiente acción. La tela del camisón blanco había ascendido, dejando a la vista un gran tramo de su piel blanca. Mordió su labio inferior, nervioso.

A la mierda, se dijo antes de subirse de un movimiento fluido a la cama y sentarse sobre las caderas de Magnus.

El guardián abrió los ojos, sorprendido, y le miró anonadado. La vista de Alec cerniéndose sobre él, piel contra piel, los labios separados del ángel en excitación llamándole, debió de asustarle pero, en cambio, colocó sus manos endurecidas sobre la cintura ajena.

—Alec… —susurró con voz ahogada.

Se inclinó hacia delante hasta rozar los labios de Magnus con los suyos propios. Se besaron con detenimiento, disfrutando del toque de los labios del otro. Sabían donde estaban los límites, pero parecía que la ebriedad que causaban los besos los difuminaban con éxito.

Alec, poseído por el deseo y atacado por la necesidad, movió la pelvis de tal manera que la erección matutina y muy despierta de Magnus escondida bajo el algodón rozase el pliegue de sus nalgas bajo el camisón.

Ambos se paralizaron ante la sensación, un minuto después temerosos de qué hacer a continuación.

Respiró sobre la boca de Magnus y, de nuevo, repitió la acción, necesitando aquella sensación de placer una vez más. Gimió en bajo, acompañado de una respiración, Lo volvió hacer, una y otra y otra vez, tantas veces como pudo, sin llegar más lejos que una simple fricción de piel contra piel.

Angel with a shotgun « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora