4. Encontrado

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182 d.Conq.

M A G N U S


Justo como Magnus había ordenado, Jace reunió al equipo y al caer el sol al día siguiente se montaron en una nave que Magnus había robado hacía años (una reliquia del ejército) y pusieron rumbo al destino del que habían informado a la princesa Isabelle.

Magnus estaba sentado a la derecha del asiento de piloto frente a los mandos del vehículo de propulsores. Jace conducía la nave, moviendo las manos y los dedos sobre los botones y palancas con destreza conseguida por la rutina. Por las ventanas se podían ver las nubes pasando a su lado con rapidez a causa de la alta velocidad con la que se movían. La nave no era de último modelo; todo lo contrario, era vieja y el metal estaba oxidado, pero aún podía llevarles a cualquier parte con el campo de fuerza invisible que les protegía de ojos curiosos como el Gobierno o los Caídos.

La cabina de mandos de la nave era espaciosa, tanto que incluso tenían un par de sofás para recostarse junto a la puerta de la cabina de las literas y el baño. En ellos se encontraba el personal de su equipo especial, constituido por las personas de más confianza que había conocido a lo largo de los últimos seis años.

Mirando unas cartas de tarot con la mirada perdida, Clary estaba sentada de lado. Su cabello anaranjado estaba recogido en un moño alto y desordenado, que dejaba bailar libres a los pequeños mechones de su flequillo sobre su rostro. Llevaba el mismo traje que llevaban todos ellos: un mono elástico azul oscuro que les cubría hasta las muñecas y los tobillos con botas militares. La ropa se le pegaba a su pequeño pecho y sus finas piernas. No había hablado en todo el viaje, demasiado concentrada analizando los colores vivos de las cartas que reposaban sobre sus rodillas.

En el otro sofá se encontraban los mellizos que una vez fueron sus enemigos hablando en voz baja mientras sacaban brillo a sus armas de fuego. Sus rostros eran casi idénticos, pero el de la chica era más redondeado. Ambos de cabello negro, ojos marrones y complexión baja. Aún recordaba el frenesí del día de la Selección, la adrenalina corriendo por sus venas mientras corría para salvar a un saco de harina. Recordaba la primera vez que vio a esos dos niños, corriendo a un campo de fuerza para abrazarse y siendo separados para ser asesinados por Alina (o la que pretendía ser Alina) y él. Habían pasado ocho años desde que Alec le pidió que dejara vivir a Lana y Mike perdiera su ojo por una flecha. Por aquel entonces tenían once años, obligados a morir por el entretenimiento de la gente. Ahora, con diecinueve años, eran fieles a Magnus por perdonarles la vida y brindarles una nueva oportunidad en aquella ciudad llena de ratas y sabandijas. Eran los mejores ladrones a su servicio; los más sigilosos, rápidos y cautos. Podría haber querido la corona real y ellos se la hubieran conseguido con los ojos cerrados.

Y, finalmente, entrando por la puerta que daba a la cabina de los dormitorios, estaba Agatha acomodándose su traje. Era alta, de piernas esbeltas y busto amplio. Su cabello del color de la ceniza caía de su coleta con suavidad. Sus sagaces ojos azules observaban la nave enmarcados en pintura de conchas. Su piel marrón estaba salpicada de pequeñas manchas blancas que se extendían hasta que sus manos eran del color de la leche. Agatha era hermosa y exótica, nacida en las Islas de Isho. Magnus no sabía nada de su pasado. Tampoco sabía el porqué le había pedido trabajo a él. Pero no dudó ni un segundo en unirla a su equipo cuando vio como torturó a seis hombres solo con una canción. Descendía de las míticas sirenas ahora extintas.

—Esas camas son tan incómodas, Magnus. ¿No has pensado comprar unas almohadas, por lo menos? —preguntó Agatha, caminando hasta Jace y él y sentándose a la izquierda del joven rubio.

—Puedes dormir en uno de los sofás —ofreció Mike—. Son muy cómodos.

—No, gracias, niño. A saber qué tipo de magia negra está realizando Clary y qué tipo de cosas habéis hecho vosotros dos en esos sofás —se burló Agatha, disparando una mirada a los mellizos.

Angel with a shotgun « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora