Capítulo VIII

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Hayl

Me adapto con gran versatilidad a las distintas actividades que hay que desempeñar en la comunidad, he ordeñado unas pequeñas cabras que hay aquí, labré la tierra, cargué la bomba de agua, ayudé a los niños y ahora me toca descansar.

Me trepo en el árbol madre, así lo denominan los nativos del lugar, dicen que es algo así como el centro energético de los demás árboles, me hace recordar a los artificiales, hay una base central que suministra a todos los otros cuerpos. Inmediatamente llevo mi cabeza a otro lugar, no pienso mucho en el tema, me concentro en sentarme en una gruesa rama y recostar mi cabeza sobre el tronco. Necesito desconectarme, solo unos segundos.

Cierro mis ojos unos segundos, necesito descansar.

- Preciosa-. Dice una voz mientras que tantea mi brazo.

Abro mis ojos y la veo. Sus dos piletas cristalinas me miran como si nada estuviese mal, como si ya todo hubiese terminado.

Le muestro una sonrisa mientras que ella se acomoda entre mis brazos y mis piernas- Cómo te encuentras-. Comenta sin más.

- Creo que podría adaptarme a todo esto, es bellísimo-. Afirmo.

- Podría ser perfecto para nosotras, cuando todo esto acabe-. Agrega ella mirando la preciosa puesta de sol. De aquí no veo su rostro, pero sé que cuando el sol la ilumina, su redondeado contorno parece porcelana pura.

- ¿Si nos quedamos aquí?-. Pregunto casi con tono de súplica.

Ella se acomoda medio que hacia un lateral y voltea a verme, está sorprendida- Acordamos terminar esto y luego si, viviremos tranquilas-. Me recuerda y yo asiento.

Le quito el pañuelo que cubre su cabello y me lo coloco yo- Lo gitana no es lo tuyo-. Comento entre risas.

- Si lo tuyo-. Agrega mientras me roba un apasionado beso.

Al cabo de unos instantes, con el sol ya oculto, descendemos del árbol y entre beso y beso apasionado nos dirigimos hacia una de las chozas, Iritza tranca la puerta e inmediatamente nos quedamos tendidas sobre uno de los cátres.

Jamás había sentido esto, jamás sentí el deseo, no había conocido el placer hasta que ella supo enseñármelo, jamás había visto a una persona en su estado más puro. Jamás había visto a Iritza desde este lugar, un lugar que no la muestra letal, un lugar en el que sellamos nuestro amor. No puedo dejar de sonreír pero así es, hemos sellado nuestro amor. Nos desnudamos, no solo en cuerpo, también en alma.

Cuando veo que se ha quedado dormida y yo no puedo dejar de sonreir, solo puedo ver su delicado rostro, no veo la letalidad que siempre tiene, la veo a ella, de quien estoy enamorada. Comienzo a acariciar sus pronunciadas pero sutiles curvas desnudas y veo lo humana que es ella, siento lo humana que ella me hace; no me hace sentir diferente, me hace sentir especial; no suprime mis emociones, me hace descubrirlas y potenciarlas.

Mientras aprieto su cuerpo denudo junto al mío me doy cuenta que jamás van a saber como funciono, o por qué yo soy especial... no lo van a saber porque jamás encontrarán una Iritza o alguien que les despierte lo que ella a mi, no se trata de cómo yo funciono, se trata de que ella me despierta... ella anula mi lado artificial, ella le da vida a mi corazón, lo acelera y lo detiene.  

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