Capítulo Doce

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Solo tengo una frase para expresar lo que siento en este momento; a mí y al pato Lucas nada más. Se supone que debía de dejar la pena en casa, pero cómo dejarla si siempre me pasan cosas exageradamente locas.

Explico, la cuestión es esta: Fui a la parada de buses y tras esperar a que pasara uno, cuando ya había subido, y por obra y gracias del Espíritu Santo pude encontrar un asiento vacío, en horas pico cabe resaltar y que en condiciones normales no se podría, después de pasar por dos paradas, y de alertarme después de que el bus no cruzó dónde debía de cruzar, entendí algo muy obvio: tomé el bus que no era. Estaba en el equivocado. Frustrada, tuve que descender de él para buscar una forma de llegar a mi destino principal.

Por lo tanto, que al final tuve que caminar hasta donde sí cruza el bus que tenía que subir en un principio, es por eso, que una hora y media después, me encuentro llegando al gigantesco hotel, cuando el viaje debía de durar, cómo máximo, unos cuarenta minutos si por las calles hubiera mucho tráfico.

Reviso mi bolso negro que hace conjunto con mi blusa blanca con un estampado de letras que tiene plasmado estas palabras: "Mi sangre es tipo café"; mis pantalones de jeans con unas aberturas a la altura de mis rodillas, junto con mis zapatos convers negras, terminan complementando mi look, termino de rebuscar hasta que encuentro mi celular que tiene varias llamadas perdidas.

Asiento dándome valentía a mí misma y camino a las grandes puertas de vidrios, el vigilante me sonríe y abre la puerta para mí. Bueno, después de comprobar que no soy una simple loca cualquiera y que conozco a un residente del hotel, el señor dejó de ser tan amargado conmigo, hasta puedo decir que es muy agradable. Le regreso la sonrisa y al pasar le agradezco el gesto y le deseo unas muy buenas tardes. Voy extremadamente tarde, en el reloj ya dan los 1 y 20 minutos de la tarde.

El sonido de una bocina me regresa al lugar donde me encuentro, alejo los pensamientos y decido seguir adelante. Entro y voy directo a la recepción. Exactamente la misma empleada que nos atendió la pasada vez sigue en su puesto, solo que hoy está sola, no hay clientes cerca, yo no puedo evitar observar el cuadro que está detrás de ella, me genera una gigantesca curiosidad.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle? —saluda, su cabello está recogido en una cola alta, habla sin subir la mirada, pero, cuando lo hace, con mucho asombro abre sus ojos y, también, emite una risa—. Hola, señorita. Ha vuelto. De inmediato llamaré al señor McAdams para informarle de su llegada—informa, la veo levantar el teléfono del hotel—. ¿Su amiga también la acompaña hoy? Es para saber si debo informar al señor Martínez.

—Oh, no tranquila, no se preocupe, puedo llamarlo desde mi celular, no tengo ningún problema. —le indico, con un poco de vergüenza. —. Estoy sola, nada más vengo a buscar a Christian... perdón, al señor McAdams. —me corrijo.

—No puedo permitir eso, señorita, tengo órdenes explícitas de él sobre usted. Y no quisiera contradecir nada de las órdenes. Es mi trabajo llamarlo e informarle de su llegada. —me dice con una sonrisa.

— Ah, ¿sí? — emito en voz baja—. Bueno, no podemos contradecirlo ¿No?

—De que pueden, pueden. Que no me gustaría es otra cuestión. Ustedes son libres en decidir lo que quieren—irrumpe Christian, lleva una galleta a medio comer en una mano y en la otra unas llaves.

—Señor, pido disculpas por mi retraso, ya iba a comunicarle la llegada de la señorita Anderson—se disculpa ella. De verdad que éste debe ser unos de los pocos hoteles en que se toma muy en cuenta al cliente, no creo que en otro lugar un empleado se le oiga así de preocupado, o Christian tiene suficiente dinero como para que se merezca un trato preferencial.

Alma GemelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora